Sudán y su dolorosa herencia colonial

Un millón de sudaneses ha debido huir de sus hogares debido a la violencia desatada por los enfrentamientos entre dos bandos vinculados con el Estado: la situación es un verdadero polvorín, por su efecto hacia otras naciones africanas.

Una nueva guerra civil sacude a Sudán. Los enfrentamientos entre bandos castrenses comenzaron este 15 de abril y ya registran casi un millar de muertes. Los heridos de consideración pasan de los cinco mil. Se estima que casi un millón de personas ha debido huir de sus hogares. Los acuerdos de cese al fuego son ignorados. Los protagonistas del conflicto en curso corresponden a dos cuerpos armados del Estado. Ellos son el ejército regular, liderado por el general Abdel Fatah al Burhan, que preside el Consejo Soberano de Sudán, que ejerce el poder de facto desde 2019. Del otro lado está su antiguo adjunto en el ejército y número dos del gobierno transicional, el general Mohamed Hamdane Daglo, más conocido como Hemedti, quien ahora lidera las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), unidad paramilitar creada por el derrocado dictador, el general Omar al-Bashir en 2013. Entonces estas milicias ganaron notoriedad por sus crímenes y crueldad en la campaña por derrotar la rebelión en la provincia de Darfur.

Las discrepancias entre el ejército y las FAR ponen de relieve la consabida consigna de muchos Estados: «un solo ejército». En especial en países con una frágil arquitectura institucional, es imperioso asegurar el monopolio del poder de fuego en una sola institución sometida al poder democrático. Con frecuencia es un reto mayor mantener un ejército bajo el control de las autoridades electas. El desafío se multiplica en forma exponencial con la existencia de más de un cuerpo armado relativamente autónomo. En Sudán, con cierto simplismo, se ha presentado la lucha entre facciones como el choque de los mentados dos generales que lideran respectivos bandos en pugna.

El ejército regular ahora cuestiona el origen y el desempeño de las FAR, que tuvieron su origen en las milicias yanyauid, culpadas por matanzas y violaciones masivas a los derechos humanos en la región de Darfur. Además, fueron acusadas de reprimir y asesinar a numerosos manifestantes durante el levantamiento popular prodemocracia que precipitó la caída del dictador Omar al-Bashir en 2019. Sin embargo, las sospechas de conspiraciones y el temor a la ambición de sus respectivos mandos precipitaron la lucha de poder en la cual está sumido el país. El ejército ha exigido la incorporación de das las FAR a sus filas. O sea, la disolución de las fuerzas paramilitares.

EL CONFLICTO DE DARFUR

El levantamiento de la provincia del extremo occidental comenzó en febrero de 2003, motivado por tensiones raciales y étnicas. En un comienzo fue una insurgencia de tribus locales contra el poder central de la capital, Jartum. El gobierno sudanés, aunque públicamente negó su apoyo a los yanyauid, les facilitó armas y apoyo logístico. A diferencia de las guerras libradas contra las etnias cristianas negras del sur del país, se trató de un choque entre islamistas, la mayoría de los habitantes de Darfur son musulmanes. Se calcula que el conflicto dejó un saldo de 400.000 víctimas. Además, se estima que más de dos millones y medio de personas fueron desplazadas de sus hogares, a causa del conflicto. Algunos importantes medios de comunicación occidentales calificaron la campaña de los yanyauid como un genocidio hacia los habitantes de raza negra cuyas aldeas fueron arrasadas y sus poblaciones, masacradas. Finalmente, en 2010, fue acordado un cese al fuego. Pero la violencia no terminó por completo y continuaron las denuncias de choques entre las tropas del gobierno y elementos de los millones de desplazados durante la guerra.

HERENCIA COLONIAL

Las líneas rectas de las fronteras de Sudán denuncian un clásico trazado colonial decimonónico. El país fue concebido en Londres sin mayores consideraciones por sus realidades étnicas, religiosas y sociales.

En 1898, el Reino Unido y Egipto ocuparon el conjunto de Sudán e instauraron un gobierno conjunto anglo-egipcio en el cual, claro, la voz cantante correspondió a la metrópoli colonial. Desde un comienzo la administración sacó partido de las diferencias entre el norte y el sur del país. Londres estimuló la arabización del norte en tanto que, en el sur, habitado por etnias negras, favoreció el ingreso de misioneros cristianos con la meta de impedir la expansión del islam. Pero, simultáneamente, se frenó el desarrollo económico y cultural del sur. Ello, mediante lo que fue conocido como la política de «gobierno indirecto». Fue la modalidad colonial que consiste en delegar parte del poder a ciertas tribus, lo que facilita la aplicación del clásico «dividir para reinar». Así la porción austral del país quedó fragmentada en numerosas unidades tribales. En su momento Londres señaló que el sur, más atrasado en su desarrollo económico, no estaba preparado para incorporarse de manera plena al mundo moderno. Así, el grueso de las inversiones que permitían cierto progreso fue orientado al norte del país. Esta política condujo a la gestación, en los hechos, de dos países. La animosidad de la parte meridional que objetivamente se consideraba perjudicada condujo a un antagonismo contra el norte arabizado. Tras la independencia de Sudán, en 1956, el país mostraba un marcado contraste: el norte contaba con una población más educada y una economía más próspera. En tanto, el sur mostraba un marcado subdesarrollo. Ello dio lugar al intento, tras la independencia, del norte por dominar el sur. Aumentó la tensión entre ambas regiones, culminando con un vasto amotinamiento de tropas del sur, en 1955, que dio pie a la primera guerra civil que terminó en 1972 con un acuerdo que confería mayor autonomía a la parte meridional. Lejos de ayudar a la paz, el descubrimiento en 1978 de yacimientos petroleros en el sur del país atizó las rivalidades. Las primeras exportaciones de crudo comenzaron en 1999. Una segunda guerra civil (1983-2005) concluyó con una victoria para el sur y mandataba la realización de un referendo sobre las aspiraciones independentistas de la población negra austral. En la consulta, el voto fue categórico: casi el cien por ciento de los votantes optó por la independencia y la creación de la República de Sudán del Sur. Ella cobró vida en julio del 2011. El recién nacido país lo hizo con una marraqueta bajo el brazo: los sureños se quedaron con alrededor del 75 por ciento de las reservas petroleras. Esto tuvo un importante impacto negativo para Jartum, que sufrió el efecto de una derrota que amputaba un territorio considerable al país.

Concluían así veintidós años de guerra, que dejaron el escalofriante saldo de 1,9 millones de muertos y más de cuatro millones de ciudadanos desplazados.

En Sudán el descontento era palpable. Desde diciembre de 2018 se multiplicaron las marchas contra el dictador Omar al-Bashir. La población mostró su rechazo luego de tres décadas de control militar, violencia y pobreza. Decenas de miles de sudaneses, con una alta participación femenina, se volcaron a las calles en protesta por el retiro de subsidios al combustible y el pan. Además, exigieron el retiro de los uniformados a sus cuarteles. Tras una derrota militar de grandes proporciones, como la sufrida por el ejército sudanés a manos de los sureños, la autoridad del poder central estaba fragilizada. El punto de inflexión ocurrió en abril de 2019, cuando al-Bashir fue despuesto por el ejército en un golpe de estado. Por un breve período, las fuerzas armadas permitieron un gobierno de transición encabezado por civiles. Fue una breve concesión a las masivas manifestaciones de protesta contra el régimen castrense.

Desde 2021 las autoridades de los dos bandos victoriosos, el ejército y la FAR, lideraron en conjunto el poder ejecutivo de Sudán. Para señalar que no esperaban entronizarse en el poder y que entregarían las riendas del gobierno, resolvieron ceder una cuota de autoridad a un gobierno liderado por civiles, en un acuerdo pautado para el 6 de abril de 2023. Este incluía un cronograma para que las fuerzas paramilitares se integraran con las regulares y establecía un plazo para que quedaran bajo supervisión civil. Las intrigas y ambiciones militares bloquearon la propuesta transición.

Al general Hemedti se le acusó de aliarse a algunas fuerzas políticas en una maniobra que fue interpretada por sus adversarios como un intento de quedarse con el poder ejecutivo sudanés. El líder de los paramilitares habría intentado aislar a los leales del derrocado al-Bashir, que conservaba una sólida presencia en el ejército regular. Esto llevó a esta facción a oponerse al acuerdo formal hacia la transición democrática. Por su parte, el ejército calificó a las FAR de fuerza rebelde y exigió su disolución. Hemedti, a su vez, calificó a Burhan, el comandante del ejército, de criminal, culpándolo de «provocar la destrucción del país».

La población civil, el grueso de los sudaneses, exige desmantelar el vasto complejo agrícola-industrial en manos de las fuerzas armadas. También pide que sean juzgados los militares responsables de crímenes cometidos en Darfur y en otras campañas represivas, como la que tuvo lugar en las protestas exigiendo democracia, en junio del 2019, en la que fueron abatidos numerosos manifestantes. Algo semejante ocurrió en las protestas contra el golpe de estado de 2021, cuando murió más de un centenar de personas a manos de los uniformados.

IMPACTO EN EL VECINDARIO

Sudán es uno de los países más extensos del continente africano y alberga a 45 millones de habitantes, por lo que sus sucesivos conflictos internos y desgarros afectan al conjunto de sus vecinos. Las continuas oleadas de refugiados que cruzan las porosas fronteras contribuyen a desestabilizar a países como Etiopía, Libia, Chad, la República Centroafricana e Eritrea, que a su vez experimentan hambrunas, inestabilidad política, pugnas étnicas y desórdenes sociales. En casi todos se registran enfrentamientos tribales u opera una diversidad de grupos rebeldes que cruzan las fronteras.

Sudán es uno de los países más extensos del continente africano, y alberga a 45 millones de habitantes, por lo que sus sucesivos conflictos internos y desgarros afectan al conjunto de sus vecinos.

La relación más compleja es con Etiopía por disputas sobre tierras agrícolas en las zonas fronterizas, amén de las masas de refugiados. Chad es uno de los países más afectados por la llegada de millares de fugitivos de la violencia.

Además, siempre están presentes los intereses geopolíticos de las potencias que buscan incrementar su presencia en la región o pretenden impedir que sus adversarios ganen terreno. A Rusia le interesa contar con un puerto en el Mar Rojo. Estados Unidos cree que si ello ocurre podría derivar en una base naval. Al parecer las autoridades militares sudanesas están abiertas a recibir ofertas. Del otro lado, tanto Estados Unidos como Gran Bretaña están vigilantes para impedir que ello ocurra. Por lo pronto, el futuro de Sudán es muy incierto. El nivel de movilización política de su población, sin embargo, es prometedor en cuanto a contar con gobiernos que expresen la voluntad popular.

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