Tras una gobernabilidad mundial

A nivel internacional, hay conciencia acerca de la necesidad de alguna conducción que aúne voluntades para afrontar las crisis de hoy. Sin embargo, no se observa aún cómo podría ser lograda.

La ausencia de una efectiva gobernabilidad mundial es un tema central y recurrente en foros y reuniones internacionales. La falta de una agenda compartida para abordar urgentes problemas globales es denunciada por un número creciente de gobiernos y analistas, desde el G-7 (que agrupa a las siete naciones más ricas) al G-77 (que reúne al Sur global), pasando por los BRICS (Brasil Rusia, India, China y Sudáfrica).

Luego está el G-20, que agrupa a los Estados más gravitantes en el balance de fuerzas entre las distintas regiones del mundo. Este grupo viene de reunirse (9 y 10 de septiembre) en Nueva Delhi bajo la presidencia del primer ministro Narendra Modi. En algún momento se estimó que el G-20 podía convertirse en un foro en el que estuvieran representados, en forma más equitativa, los países del Norte y el Sur global. La ausencia de Vladimir Putin y Xi Jinping en este último encuentro despertó dudas sobre la efectividad política de esta instancia.

A falta de una organización que permita establecer políticas compartidas, al menos mayoritariamente, algunos países optan por medidas unilaterales. Las más recurridas son una variedad de sanciones y boicot económicos destinados a subordinar a las naciones que disputan los dictados hegemónicos. Al respecto, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva viene de señalar que las naciones más ricas «invierten mucho en armas y poco en desarrollo» a la par que condenó la enorme batería de «sanciones unilaterales que solo traen graves perjuicios a los países afectados». Hablando ante los participantes en el encuentro de los BRICS, realizado Johannesburgo (23-24 agosto), Lula subrayó el déficit de conducción mundial. A su juicio, sobresalen tres grandes problemas de carácter planetario: la desigualdad, el cambio climático y la ausencia de una gobernanza global. En rigor, los tres factores destacados están relacionados. Por ello es difícil vislumbrar cómo enfrentarlos en ausencia de una iniciativa colectiva que comprometa al grueso de la humanidad.

Existe algún grado de conciencia sobre las dificultades generadas por la falta de una conducción reconocida y acatada, por la amplia mayoría de las naciones. Así, por distintas vías se aprecia una búsqueda de las diversas instancias por lograr mayor representatividad y legitimidad. A partir del año entrante, los BRICS abrirán sus puertas, para más que duplicar su membresía, invitando a Egipto, Argentina, Etiopía, Irán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos (EAU). El hecho de que entre los últimos tres nuevos invitados se cuentan poderosos productores de petróleo dice volúmenes sobre la gravitación política de este recurso. En los hechos, más que una mejor gobernanza los BRICS, liderados por China, buscan emparejar o aminorar la hegemonía ejercida por Estados Unidos y sus aliados. El interés de Arabia Saudita y los EAU por sumarse a los BRICS es aminorar su total dependencia de Washington compensando, en especial, con lazos más estrechos con China. En particular, les preocupa la dependencia financiera del dólar. Irán es uno de los países más afectados por la supremacía de la moneda estadounidense. Ello, porque Teherán enfrenta numerosas sanciones que dificultan de forma drástica su comercio internacional. Para el régimen iraní, los BRICS ofrecen una puerta de escape clave. En este contexto han de entenderse las gestiones realizadas por Beijing por recomponer las deterioradas relaciones entre saudíes e iraníes. De hecho, ambos países vienen de reanudar sus lazos diplomáticos interrumpidos durante siete años (2016-2023).

Así, los BRICS se constituyen en una opción para diversificar lazos y disminuir dependencias extremas o, hasta cierto punto, mitigar el impacto del centro hegemónico avasallante. Para Washington, la aparición de una creciente multipolaridad, en cambio, otorga mayor espacio de maniobra a países a los que espera doblegar por la vía de presiones o del aislamiento. Dicho de otra forma: es cada vez más complejo para un centro de poder condenar a un país al ostracismo.

Hasta cierto punto es paradojal que, mientras el grueso de los gobiernos reconoce la necesidad de mayor cooperación internacional en los hechos, gana terreno el fraccionamiento y la división en campos con diversos grados de antagonismo. Es así a tal punto que hoy muchos ven el espectro de una nueva Guerra Fría.

Hasta cierto punto es paradojal que, mientras el grueso de los gobiernos reconoce la necesidad de mayor cooperación internacional en los hechos, gana terreno el fraccionamiento y la división en campos con diversos grados de antagonismo.

ORGANIZACIÓN DE NACIONES UNIDAS (ONU)

A diferencia de los demás foros y organizaciones, la ONU es la única que tiene un enfoque netamente político. En su seno confluyen los Estados para cooperar o dirimir sus diferencias. Esa es la misión central del organismo. Cuando requiere de fuerza militar, que suele denominar «fuerzas de paz», recurre al aporte de los países miembros que despachan contingentes nacionales. La ONU cuenta además con una quincena de agencias especializadas en temas específicos y que operan con un alto grado de autonomía de la Secretaría General.

En el seno de la ONU se libra un debate, que ya se arrastra por décadas, para lograr mayor representatividad. Una de las críticas crónicas es el poder desmedido de algunos países del Consejo de Seguridad, integrado por quince países. Cinco de ellos son permanentes, por lo que se les designa como miembros P, y no solo no están sujetos a elección. Más importante aún, disponen de un derecho a veto que les permite descartar cualquier moción que consideren contrarias a sus intereses. Este privilegio recae básicamente en los vencedores de la Segunda Guerra Mundial que dieron origen a Naciones Unidas. Ellos son Estados Unidos, China, Francia, Gran Bretaña y Rusia. Otros diez países participan en el Consejo de forma rotativa. De ellos, un par son latinoamericanos. En forma regular se consideran fórmulas para alterar estas estructuras de poder unánimemente consideradas obsoletas. El grueso de los miembros P dice estar a favor de nuevas incorporaciones. Pero, como está a la vista, jamás se ha logrado un asomo de acuerdo sobre los mecanismos para determinar cuáles serán los nuevos miembros. En Asia, tanto India como Japón aspiran a un sillón con el privilegio del derecho a veto. En América Latina, Brasil, México y Argentina han manifestado tener los atributos para semejante derecho. En África, Sudáfrica, Nigeria y Egipto han indicado que les correspondería ser representantes de su región. En Europa, también Alemania e Italia han proclamado la misma aspiración. Esta pugna entre candidatos potenciales ha contribuido al inmovilismo. Así, año tras año, una comisión tras otra concluye sin resultados.

La pérdida relativa de autoridad del Consejo de Seguridad comenzó con la intervención por parte de Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1999 en la desmembrada Yugoslavia. La ONU no fue consultada, pues se daba por sentado que Rusia vetaría la iniciativa. El cuadro se repitió frente a la guerra librada por Estados Unidos y sus aliados contra Irak en marzo de 2003 por la supuesta tenencia de armas de destrucción masiva. Así, en forma gradual la instancia política máxima el Consejo de Seguridad ha perdido poder político. Este año, en la Asamblea General, la instancia en que los jefes de Estado exponen la visión de sus países, fue notoria la ausencia de las cabezas de cuatro de los cinco miembros P5 del Consejo de Seguridad. Brillaron por su ausencia Xi Jinping, Vladimir Putin, Emmanuel Macron y Richi Sunak.

LA POSTURA UCRANIANA

Por su parte, el presidente ucraniano Volodimyr Zelensky aprovechó su intervención para solicitar que le sea retirado el poder de veto a Rusia. Ello, por el simple hecho de que Kiev tiene claro que Moscú vetará cualquier resolución que le desfavorezca. Por ello, pidió que se despoje a Rusia de su poder de veto en el Consejo de Seguridad, calificándolo de reforma vital que también incluiría una mayor representación, y citó concretamente la necesidad de que Alemania, India, Japón, el mundo árabe y Latinoamérica tengan un asiento permanente. «El poder de veto en manos del agresor es lo que ha llevado a la ONU a un punto muerto», aseguró Zelenski. «Es imposible detener la guerra, porque todos los esfuerzos son vetados por el agresor o por aquellos que aprueban al agresor», afirmó, en velada referencia a China. Por ello, propuso una serie de reformas, como, por ejemplo, que un Estado sea suspendido del Consejo de Seguridad «cuando recurra a la agresión contra otra nación en violación de la carta fundacional de la ONU».

Zelenski propuso además que, ante la dificultad de reformar la estructura de los propios órganos de la ONU, el derecho a veto tenga otro procedimiento: cada vez que un país vete una resolución o un tema, esto sea analizado por la Asamblea General, con poder para anular dicho veto. También advirtió que el bloqueo de Naciones Unidas ha hecho que «la humanidad ya no pone sus esperanzas en la ONU cuando se trata de defender las fronteras soberanas de las naciones».

El mandatario ucraniano cuestionó el derecho de Rusia a su condición permanente en el Consejo de Seguridad puesto que, a su juicio, semejante privilegio correspondió a la Unión Soviética. En sus palabras: «Por desgracia, este asiento en el Consejo de Seguridad, que Rusia ocupa ilegalmente mediante manipulaciones entre bastidores tras el colapso de la Unión Soviética, ha sido ocupado por mentirosos cuyo trabajo consiste en encubrir la agresión y el genocidio».

El debate sobre la instrumentalización de la ONU viene desde su origen. En la memoria de Rusia y China está presente que en la Guerra de Corea (1950-53) sus ejércitos se enfrentaron a tropas a lideradas por Estados Unidos, que combatían bajo la bandera azul de la ONU. Ello fue posible porque los representantes de la entonces Unión Soviética boicotearon las reuniones en que se acordó la intervención. La República Popular China no estaba representada en el organismo internacional, pues en su lugar Taiwán ejercía la representación del gigante asiático. Ello cambió en 1971 cuando Taipéi fue reemplazado por Beijing, que exigió la aceptación internacional del principio de una sola China.

A FALTA DE ALTERNATIVA

Pese a las críticas y limitaciones la ONU es el único el organismo político mundial cuyas decisiones, de no mediar un veto, son vinculantes. Esta condición separa al Consejo de Seguridad de otras instancias que, aunque gravitantes, son en definitiva foros que carecen de poderes ejecutivos. Desde esta óptica, pese a su perdida relativa de peso, la comunidad internacional no dispone de un mecanismo ejecutivo mejor que la ONU para mediar en los conflictos entre los países. Es así, aunque esta no pudo impedir los ataques occidentales a la ex Yugoslavia ni la guerra contra Irak. Ahora ha resultado impotente para detener el conflicto ruso-ucraniano.

Este último hecho es reconocido por Anthony Blinken, el secretario de Estado estadounidense, que viene de declarar: «Me gustaría ver un Consejo de Seguridad que funcione, pero eso es muy desafiante en tiempos en que existen antagonismos como el que tenemos con Rusia y la competencia que tenemos con China».

Sergei Lavrov, ministro ruso de Relaciones Exteriores, por su parte, acusó a Occidente y a Estados Unidos de constituir un «imperio de mentiras»… «Estados Unidos y su colectivo subordinado continúa alimentando conflictos que dividen artificialmente a la humanidad»… «Ellos están tratando de forzar al mundo a actuar de acuerdo a sus reglas»… «Los poderes occidentales a través de su apoyo a Ucrania han entrado efectivamente en guerra contra Moscú».

Washington y Moscú coinciden en la dificultad de llegar a acuerdo en plazos previsibles. Para Lavrov, ambos poderes ya libran una guerra, aunque sus tropas respectivas no coincidan en el campo de batalla. En lo que toca a la ONU, las necesarias reformas deberán aguardar un período más propicio. Así también, pese a la necesidad urgente, no se disciernen mecanismos con legitimidad y efectividad capaces de brindar una gobernabilidad global.

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