La clave del trabajo

El tema del salario no lo es todo, porque también es crucial que el trabajador se sienta tratado y reconocido como un ser humano.

Se piensa que la palabra trabajo viene del latín tripalium, que significa tres (tri) palos (palus), que era un instrumento de tortura formado por tres estacas a la que se amarraba al reo. ¿Será pura coincidencia que en Chile se habla del trabajo en términos de “pega”?

Por tanto, un primer significado de trabajo dice relación con castigo, dolor, sacrificio. De hecho, hasta los tiempos modernos, el trabajo era considerado como un asunto de los plebeyos y, ciertamente, no de la nobleza. Tal como observó el Padre Hurtado: “Durante siglos se despreció el trabajo, sobre todo el trabajo manual, propio de los esclavos. Hay obras —se ha afirmado— que no hace un caballero” (Humanismo social, 1947).

Con el significado de castigo, se interpretó, por mucho tiempo, el trabajo como consecuencia del pecado de Adán y Eva: fatiga y dolor. Sin embargo, Juan Pablo II asume también un segundo significado de trabajo, como participación y colaboración en la obra comenzada por el Creador. “El hombre, creado a imagen de Dios, mediante su trabajo participa en la obra del Creador, y según la medida de sus propias posibilidades, en cierto sentido, continúa desarrollándola y la completa, avanzando cada vez más en el descubrimiento de los recursos y de los valores encerrados en todo lo creado” (Laborem exercens, 1981, No 25).

LA CLAVE DEL TRABAJO

En el pensamiento social de la Iglesia, a partir de Laborem exercens (1981) de Juan Pablo II, el trabajo es la preocupación central de lo social. “El trabajo humano es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social, si tratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del bien del hombre” (No 3).

Por lo tanto, “el problema-clave de la ética social es el de la justa remuneración por el trabajo realizado. No existe en el contexto actual otro modo mejor para cumplir la justicia en las relaciones trabajador-empresario que el constituido precisamente por la remuneración del trabajo” (No 19). Aún más, “el salario justo se convierte en todo caso en la verificación concreta de la justicia de todo el sistema socio-económico y, de todos modos, de su justo funcionamiento. No es esta la única verificación, pero es particularmente importante y es en cierto sentido la verificación-clave” (No 19).

El salario se convierte en la actual expresión histórica del principio del destino universal de los bienes, ya que constituye la manera concreta de participar en los bienes universales.

El pensamiento social de la Iglesia sostiene que los bienes de la creación están destinados a toda la humanidad. Así, por una parte, se defiende el derecho a la propiedad privada para asegurar que sea posible atender a las necesidades fundamentales de una familia; por otra parte, se recuerda que toda propiedad tiene una hipoteca social. En palabras de Juan Pablo II: “Los bienes de este mundo están originariamente destinados a todos. El derecho a la propiedad privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio. En efecto, sobre ella grava una hipoteca social, es decir, posee, como cualidad intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente sobre el principio del destino universal de los bienes” (Sollicitudo rei socialis, 1987, No 42).

EL SUJETO DEL TRABAJO

Se suele hablar de la dignidad del trabajo. Esta afirmación, desde una perspectiva ética, es errónea. Lo que otorga dignidad al trabajo es el trabajador. Es el sujeto del trabajo que da sentido a la obra.

Esto no es un punto menor, porque si se coloca la dignidad en el trabajo, entonces se llega a un clasismo laboral, en cuanto la sociedad reconozca como superior un trabajo mediante un salario más alto. Por el contrario, si se respeta el sujeto del trabajo, todo trabajo es digno en cuanto es obra de un ser humano. Es la persona que da la categoría de humano al trabajo, cualquiera que sea.

Al respecto, en Laborem exercens (1981), Juan Pablo II habla del Evangelio del trabajo, “que manifiesta cómo el fundamento para determinar el valor del trabajo humano no es en primer lugar el tipo de trabajo que se realiza, sino el hecho de que quien lo ejecuta es una persona. Las fuentes de la dignidad del trabajo deben buscarse principalmente no en su dimensión objetiva, sino en su dimensión subjetiva” (No 6).

EL BUEN TRABAJO

El cometido de la ética es cuidar del sujeto del trabajo porque, lamentablemente, existe la tendencia a reducir al trabajador a mercancía, es decir, a considerarlo un simple medio para aumentar la ganancia. Al respecto, el episcopado chileno, en una carta pastoral del 15 de enero de 1937, escribe: “Ojalá, amados hijos en el Señor, no hubiera en nuestra querida Patria uno solo de esos patrones o empresarios que se llaman católicos y que, sin embargo, en sus relaciones con sus trabajadores, se portan como paganos” (El justo salario).

El respeto por el trabajador crea un ambiente de mayor productividad y entrega un mejor servicio a la sociedad. El Padre Hurtado señalaba que cuando el trabajador “descubre que su trabajo tiene valor para la comunidad, que es una contribución fraternal en bien de todos, su espíritu se ilumina con nueva luz, y sus músculos cobran nuevas energías. Esfuerzo sin sentido conocido, es esfuerzo perdido… Esfuerzo motivado es esfuerzo aprovechado”. Es que, prosigue el Padre Hurtado, “por el trabajo el hombre da lo mejor que tiene: su actividad personal, algo suyo, lo más suyo; no su dinero, sus bienes, sino su esfuerzo, su vida misma” (Humanismo social, 1947).

Por tanto, la ética proporciona unos principios, básicos y fundamentales, para asegurar un trabajo humano y humanizante, que a la vez presta un servicio a la sociedad.

En primer lugar, el trabajador espera un buen ingreso, es decir, un salario que alcance para cubrir sus necesidades y las de quienes dependen de él. Además, es muy importante que se perciba que se trata de un ingreso seguro en el tiempo. Esta seguridad le permite una mejor vida de pareja y de familia, porque lo importante es trabajar para vivir y no vivir para trabajar.

Pero el tema del salario no lo es todo, porque también es crucial que el trabajador se sienta tratado y reconocido como un ser humano. Este reconocimiento de su persona y el aprecio por su trabajo, le animan a seguir actualizándose y perfeccionándose en su especialidad. Estos factores convergen en que el trabajador tenga una satisfacción personal en lo que hace, lo cual fortalece su autoestima.

El Padre Hurtado daba su propia definición de la palabra trabajo: “El esfuerzo que se pone al servicio de la humanidad, personal en su origen, fraternal en sus fines, santificador en sus efectos”. Es que “el trabajo es un esfuerzo personal, pues por él el hombre da lo mejor que tiene: su propia actividad, que vale más que su dinero”. Por ello, “con razón los trabajadores se ofenden ante quienes consideran su tarea como algo sin valor, desprecian su esfuerzo no obstante que se aprovechan de sus resultados”. Aún más, “igualmente sienten cuán injusto es que pretendan hacerlos sentir que ellos viven porque la sociedad bondadosamente les procura un empleo. Más cierto es decir que la sociedad vive por el trabajo de sus ciudadanos” (Moral Social, Obra póstuma).

En la actualidad se habla de capital humano y recursos humanos. Sin embargo, resulta éticamente inaceptable reducir lo humano a un capital o un simple recurso. Por lo tanto, cabe preguntarse: ¿estas referencias son simplemente lingüísticas o reflejan una cultura (es decir, un modo inconsciente de comprender al trabajador)?

El actual debate sobre la nueva la legislación laboral no siempre ha estado encaminado a dar prioridad a reconocer esa dignidad del sujeto del trabajo. El necesario diálogo que sobre ella se dará en las próximas semanas, si es encausado en la perspectiva de poner en el centro al hombre, podría ser de verdadero beneficio a nuestro país. MSJ

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Editorial Revista Mensaje n° 658, mayo de 2017.

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