El Alma de Chile

Sr. Director:

Son muchos los factores que han hecho que, como país, llevemos varios años en un estado de cambio. Aún no sabemos cuál es la magnitud ni su amplitud. Será necesario llegar a una cierta estabilidad para recién dimensionar y reflexionar sobre los cambios producidos. Estos se caracterizan especialmente por incertidumbre, confusión y pérdida de valores, hábitos y lucidez de lo que hasta hacía poco era una referencia válida de vida.

La Corporación Cardenal del Pueblo, en septiembre pasado, editó el libro El Alma de Chile, teniendo como centro el discurso que diera el entonces cardenal emérito Raúl Silva Henríquez en 1986. Nos recuerda la preocupación de la Iglesia chilena por los acontecimientos que se vivían durante la dictadura militar, intentando rescatar rasgos de nuestro país, su historia y su gente y, especialmente, el valor de las personas y el respeto a su dignidad y derechos.

La oportunidad de ponerlo hoy en circulación es la vigencia que mantiene frente al momento que vivimos, pretendiendo generar incidencia en el Chile de hoy, ofreciendo ideas y planteamientos frente a los procesos de nuestro país, en particular, en la discusión constitucional.

El Cardenal afirma que la Iglesia y la Patria son dos magnitudes, dos almas que solo pueden subsistir y fructificar en la medida en que son fieles, cada una, a su tradición. Respecto del proceso constituyente en el que estamos, parece pertinente la reflexión del Cardenal cuando afirma que «la Patria no se inventa ni trasplanta, porque es fundamentalmente alma; alma colectiva de un pueblo, consenso y comunión de espíritus que no se puede violentar ni torcer, ni tampoco crear por voluntad de unos pocos».

De aquí fluye, con imperativa claridad, nuestra más urgente tarea: reencontrar el consenso; más que eso, consolidar la comunión en aquellos valores espirituales que crearon la Patria en su origen. La Historia demuestra —y seguirá demostrando— que solo en esta fidelidad es fecunda la esperanza». Resulta esperanzador traer las palabras del Cardenal, quien afirma que hay tres rasgos que «configuran decisivamente nuestra fisonomía espiritual, revelando, a su través, el designio de Dios para nosotros»: la libertad —la que debe educarse y educar a la libertad— el primado del orden jurídico y la Fe.

El Cardenal propone la fe como un principio integrador que esté por sobre cualquier ideología y por sobre cualquier forma de idolatría. Plantea que la Iglesia, y quienes formamos parte de ella ejercitemos la conciencia sobre el respeto de la dignidad y derechos de las personas, con predilección por «el más pobre y menos defendido». Esta fe, se convierte, «por la esperanza, en el motor de la historia».

Hace una delicada y profunda reflexión sobre el sentido del sufrimiento de un pueblo.Se refiere al «privilegio de sufrir», como país. En referencia a los dolores  provocados por la dictadura militar, afirma: «Conocemos el dolor. Solo Dios sabe cuánto, con qué amargura, cada uno de nosotros ha sufrido. Pero también y sobre todo aquí comparece nuestra fe, la fe de Cristo muerto y resucitado que nos dice hoy en su Evangelio: «¡Ánimo, no tengan miedo: Yo he vencido al mundo… vuestro dolor es como un parto: luego, sobrevendrá la alegría ¡y esa alegría nadie la podrá arrebatar!».

Un mensaje sumamente actual para nuestro país y, en particular, para cada uno de quienes nos reconocemos como parte de la Iglesia, para motivarnos a discernir los signos de los tiempos y trabajar incesante, alegre y esperanzadamente por un país más justo y fraterno.

Patricio Gross Fuentes
Felipe Gross Dempster

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