El baile de Dios

Quizá nuestro día a día puede ser una oportunidad no solo para que nuestra danza cotidiana nos conduzca a Dios, sino también para dejar que Dios baile en nosotros.

Tomorrow shall be my dancing day es un villancico inglés que nos presenta la vida de Jesús como una danza, desde la encarnación hasta la resurrección. La danza implica todo el cuerpo en sus muchas dimensiones, haciéndonos habitar quien somos, en el espacio y el tiempo. Casi podríamos decir, siguiendo parte de la idea del villancico, que a partir del lenguaje de la danza podemos comprender adecuadamente nuestro modo de ser y existir ante Dios. La danza nos permite entendernos como el cuerpo que somos y entrar en él, tanto al nivel individual como comunitario. Sin embargo, las muchas imágenes deformadas que existen de la danza (desde la sensualidad, hasta el folclore, pasando por las distintas técnicas o tipos de danza), hacen que las muchas resistencias que todavía hoy existen alrededor de la corporeidad y sexualidad, impidan a algunas personas ver o reconocer las potencialidades de la danza, o de sí mismas, es decir, de su ser cuerpo. Y, en nuestro caso particular, de nuestra relación con Dios.

Después de la modernidad, el centro de la existencia se ha puesto en la cabeza, es decir, en la intelectualidad. La persona es medida por su coeficiente intelectual, dándose más importancia y destaque a quien es más inteligente desde la óptica mental. Esto, en la relación con Dios y concretamente en la oración, tiene el peligro de cerrarnos en un espiritualismo que acaba por olvidar que somos también una realidad concreta, con cuerpo. La vivencia de los propios sacramentos se puede reducir a un cumplimento para aliviar la consciencia moral, acabando por moralizar la propia relación con Dios, que la reduce a hacer el bien o el mal delante de Él, provocando su agrado o su desaprobación.

Muchas veces, cuando estoy delante de personas con esta visión más racional de Dios, les planteo el desafío de tratar de respirar hondo. De hecho, respirar bien es fundamental para la danza. Así que, en ocasiones, basta empezar con la toma de conciencia de la respiración para redescubrirnos como cuerpo y no solo como mente o espíritu. Y es que la respiración bien vivida nos ayuda a tranquilizar tanto el intelecto como las emociones, y así nos permite conducir a nuestro cuerpo por la vía de lo espiritual.

Muchas veces, cuando estoy delante de personas con esta visión más racional de Dios, les planteo el desafío de tratar de respirar hondo.

Nuestro Dios no está en lo abstracto sino que, gracias a la encarnación, sabemos que habita en lo concreto. En lo concreto de nuestra vida, de nuestra carne que compartimos y somos con Él. No olvidemos que la encarnación de Dios en su Hijo no solo toma nuestra humanidad, sino que también la diviniza. Así, la carne, con su limitación y debilidad, asume fuerza divina. Por ello, quizá nuestro día a día puede ser una oportunidad no solo para que nuestra danza cotidiana nos conduzca a Dios, sino también para dejar que Dios baile en nosotros, acompasando y divinizando así nuestra vida.


Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.

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