El cruce del mar como acto de memoria

Lo que vamos a celebrar la próxima noche del Sábado Santo tiene que ver con aprender a cruzar el mar, y realizarlo como un acto de memoria y de comprender que estamos cruzando también el mar con Jesús Resucitado.

El cruce o el paso del mar relatado en Éxodo 14 tiene que ver —originariamente— con la experiencia que el pueblo de Israel entiende al hacer memoria de la Pascua o “Pesaj”. La Pascua es, literalmente, el cruce o el dar un salto. Israel, a través del cruce del mar, vive el paso de un umbral, de un límite o de una auténtica figura del “entre”. Es la salida de la esclavitud de Egipto y la entrada a la libertad de la Tierra Prometida. Esa es la idea que quisiera ensayar en estas líneas, y quisiera realizarlo en el contexto de la Cuaresma, la cual es, desde la clave cristiana, prepararnos a cruzar el mar la próxima noche de Pascua de Resurrección.

El pueblo de Israel, y durante la noche de la liberación de Egipto, inaugura la práctica religiosa y celebrativa de recordar festivamente año tras año la gesta divina por la cual Yahvé abre el camino de la libertad a su pueblo (Ex 12,14). Si es un acto de memoria se comprende la razón por la cual todos los hijos de Israel, independiente del año y del lugar en el que celebren la Pascua, reconocen que ellos mismos han salido de Egipto y han cruzado el mar. El filósofo Emil Fackenheim habla de las “experiencias radicales” del judaísmo, entre las cuales se encuentra el cruce del Mar Rojo. Dice Fackenheim (2002): “En el Mar Rojo (…) todo el pueblo vio, las humildes sirvientas incluidas, y lo que ocurrió ante sus ojos no fue una apertura del cielo, sino una transformación de la tierra, un acontecimiento histórico que afecta decisivamente a todas las futuras generaciones judías”. Y, más adelante, el mismo Fackenheim sostiene que este suceso es “una realidad presente”, es decir, se abre la cuestión de que todos han cruzado el Mar y que cada vez que se recuerda el acontecimiento, los que recuerdan vuelven a cruzar el mar. Mar y memoria, memoria y presente, presente e identidad.

Cruzar el Mar Rojo abre la práctica de la oración. En la celebración de la Pascua, el pueblo judío canta su música, cuenta sus cuentos e historias y vuelve a la práctica de la oración a través de la cual se da gracias a Dios por haber cruzado el umbral de la muerte. La práctica de la oración marca la gramática del recuerdo. En la oración del Pesaj se lee: “…sería nuestro deber el relato del éxodo de Egipto”. La oración, con ello, no queda en una actitud egoísta, sino que involucra la experiencia de todo un pueblo que reconoce cómo su historia comunitaria debe ser comprendida a la luz de un acontecimiento salvífico en donde Dios ha intervenido para siempre.

A propósito de esa intervención para siempre, Emmanuel Levinas en su obra En la hora de las naciones (2019) escribe: “La salida de Egipto —el pasado original— no es ya un recuerdo que domine el tiempo de las personas y su duración finita. Aquella esconde el tiempo de la historia total de la humanidad, y hasta en la época de su desenlace escatológico. La liberación del yugo de Egipto habría sido el acontecimiento del judaísmo y de lo humano. Sigue resonando todavía en la época mesiánica del judaísmo y de lo humano. El pasado de sus recuerdos lleva en sí mismo el porvenir”. Este elemento es interesante en cuanto la memoria, en cuanto experiencia constitutiva del judaísmo, no finaliza con el término de la historia, sino que se prolonga y encuentra su sentido incluso en el tiempo de la redención universal. Israel fue redimido a través del cruce del mar.

Por lo tanto, y leyendo estos elementos desde la óptica cuaresmal, podríamos decir que la cuestión de la memoria presente en el cruce del mar puede transformarse en una dimensión fundamental de la práctica tanto de la Cuaresma, así como en una clave central para la celebración de la próxima Pascua de Resurrección. Esto tiene que ver con el reconocimiento de que todos y cada uno de nosotros y nosotras entra con Jesús de Nazaret en el cruce del mar. La Pascua para Israel significó el paso de la esclavitud como experiencia de la muerte a la libertad de la vida. Para los cristianos esa Pascua originaria adquiere un sentido cristológico en cuanto el Crucificado es el Resucitado y en cuanto el que ha sido resucitado por Dios nos hace entrar al mar para cruzarlo con Él.

La cuestión de la memoria presente en el cruce del mar puede transformarse en una dimensión fundamental de la práctica tanto de la Cuaresma, así como en una clave central para la celebración de la próxima Pascua de Resurrección.

Lo que vamos a celebrar la próxima noche del Sábado Santo tiene que ver con aprender a cruzar el mar, y realizarlo como un acto de memoria y de comprender que estamos cruzando también el mar con Jesús Resucitado. Es más, las lecturas de la Liturgia de la Palabra de la Vigilia están orientadas a que volvamos a hacer memoria de cómo Dios sacó a Israel de la esclavitud y de cómo ese mismo Dios sacó a Jesús del poder de la muerte. Misma frecuencia celebrativa encontramos en la Liturgia Bautismal de esa noche en donde el cruce del mar se comprende como figura del bautismo: “Señor Dios, tú hiciste pasar por el mar Rojo como por tierra firme a los descendientes de Abraham, para que el pueblo liberado de la esclavitud del Faraón fuera imagen del pueblo de los bautizados” (Bendición del agua bautismal en la Vigilia Pascual) y además “hiciste también el agua como instrumento de tu misericordia: por ella libraste a tu pueblo de la esclavitud y apagaste su sed en el desierto” (Bendición del agua en la Vigilia Pascual). El cruce del mar y la presencia del agua constituyen verdaderas mediaciones a través de las cuales podemos profundizar anamnéticamente en lo que significa celebrar la Pascua, a la vez que son espacios de memoria de nuestra vinculación con la experiencia del pueblo de la Biblia.

Cruzar el mar como acto de memoria deviene en una experiencia existencial en cuanto toda la vida humana se transforma en una vida pascual. Entrar a la Pascua de Jesús desde la memoria, desde los lazos de vinculación comunitaria y de la acogida agradecida de los orígenes de nuestras prácticas celebrativas y litúrgicas, tiene que ver con el carácter vital del paso, del cruce del mar y de la profundización en ese mismo cruce en cuanto acto de memoria.


Imagen: Pexels.

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