“El Espíritu Santo nos ayuda a vencer la incredulidad”… Mons. Fernando Chica

“Dios no nos olvida ni antes ni ahora. Él nos envía su Espíritu, para que salgamos del abismo en el que nos encerramos, y nos pongamos, con la ayuda de su gracia, a compartir “la alegría y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los afligidos”.

“El Espíritu Santo nos ayuda a vencer la incredulidad” es el título que Monseñor Fernando Chica Arellano ha dado a su tercer programa en la segunda temporada de “Tu palabra me da vida”. En esta ocasión, el observador permanente de la Santa Sede reflexiona acerca del siguiente pasaje del Evangelio según San Juan: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre” (Jn 14,15-16).

El Espíritu Santo nos quiere defender de la incredulidad que se camufla en nosotros cuando nuestra fe es muy superficial. En nuestro tiempo, en muchos corazones, creer en Dios ha quedado reducido a creer que existe ‘algo’. Es una mera idea, una vaga teoría, un espejismo sin incidencia en la conducta. No guía la propia vida, no la ilumina ni la sostiene. ¡Lástima!, porque creer en Dios es algo más profundo y por lo tanto plenificador.

En efecto, creer en Dios es creer que Dios existe y que te ama, que lo que ha revelado por Jesucristo es la Verdad, con mayúsculas. Que tu vida es preciosa ante Él. Dios no es un fiscal que permanentemente te acusa. Él quiere liberarte de tus miedos y de tus pecados, y acompañarte en el camino de la vida, ofreciéndote un sentido y una felicidad que no tendrá ocaso y que brotará del encuentro definitivo con Él.

El Papa Francisco nos ha recordado recientemente que “Dios no está alejado y encerrado en sí mismo, sino que es Vida que quiere comunicarse, es apertura, es Amor que rescata al hombre de la infidelidad. Dios es ‘misericordioso’, ‘piadoso’ y ‘rico de gracia’, porque se ofrece a nosotros para colmar nuestros límites y nuestras faltas, para perdonar nuestros errores, para volvernos a llevar al camino de la justicia y de la verdad” (Ángelus, 11 de junio de 2017).

Hay un acontecimiento en la Historia de la Salvación en el que la intervención del Espíritu Santo nos muestra esa cercanía de Dios, el “sí” de Dios al hombre. Es el momento de la Encarnación. En la Encarnación, no lo olvidemos, contemplamos el “sí” de Dios Padre que cumple su promesa. Dios no nos dejó sumidos en nuestra miseria. Escucha el clamor que brota desde lo hondo de nuestra fragilidad. Dios no nos olvida ni antes ni ahora. Él nos envía su Espíritu, para que salgamos del abismo en el que nos encerramos, y nos pongamos, con la ayuda de su gracia, a compartir “la alegría y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los afligidos” (Gaudium et Spes, 1).

En la Encarnación, contemplamos el “sí” del Hijo a la voluntad del Padre: “Aquí vengo para hacer tu voluntad” (Hebreos 10, 9). La voluntad del Padre le lleva a Cristo a recorrer un progresivo camino de acercamiento a la humanidad, a favor de cada hombre y de cada mujer, en favor de ti y de mí. Y así se manifiesta que Dios sigue apostando por el hombre.

Y, por supuesto, en la Encarnación contemplamos el “sí” de María al plan salvador de Dios: “Hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1,38).

Aprendamos de la Virgen Santísima a dar nuestro “sí” a Dios y a los hermanos mediante una fe gozosa, que es el mejor remedio contra la desconfianza que nos aleja de Dios, de nuestros semejantes y de nuestra plenitud personal. Manifestemos nuestra fe en Dios agradeciéndole su bondad para con nosotros. Dios no es solitario sino solidario, puesto que ha asumido nuestros dolores y nuestra muerte, para vencerlos desde dentro. Manifestemos nuestra fe en Dios, dejándonos impulsar por el Espíritu Santo Defensor, poniendo nuestra vida en las manos del Padre y dándola solidariamente a los hermanos, sobre todo a los más pobres.

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Fuente: http://es.radiovaticana.va

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