El Evangelio que anunciamos las mujeres. «Camino a la cruz»

Intentar ver las cosas desde el punto de vista de Jesús, estar disponibles a buscar y aceptar la voluntad de Dios en nuestra vida.

Domingo, 24 de marzo de 2024
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, según San Marcos 15, 1-39.

Muy temprano, los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la Ley (es decir, todo el Consejo o Sanedrín) celebraron consejo. Después de atar a Jesús con cadenas, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.

Pilato le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Jesús respondió: “Así es, como tú lo dices”.

Como los jefes de los sacerdotes acusaban a Jesús de muchas cosas, Pilato volvió a preguntarle: “¿No contestas nada? ¡Mira de cuántas cosas te acusan!”.

Pero Jesús ya no le respondió, de manera que Pilato no sabía qué pensar. 

Cada año, con ocasión de la ascua, Pilato solía dejar en libertad a un preso, a elección del pueblo.

Había uno, llamado Barrabás, que había sido encarcelado con otros revoltosos por haber cometido un asesinato en un motín.

Cuando el pueblo subió y empezó a pedir la gracia como de costumbre, Pilato les preguntó: “¿Quieren que ponga en libertad al rey de los judíos?”. Pues Pilato veía que los jefes de los sacerdotes le entregaban a Jesús por una cuestión de rivalidad. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente a que pidiera la libertad de Barrabás.

Pilato les dijo: “¿Qué voy a hacer con el que ustedes llaman rey de los judíos?”. 

La gente gritó: “¡Crucifícalo!”. 

Pilato les preguntó: “Pero ¿qué mal ha hecho?”. Y gritaron con más fuerza: “¡Crucifícalo!”. 

Pilato quiso dar satisfacción al pueblo: dejó, pues, en libertad a Barrabás y sentenció a muerte a Jesús. Lo hizo azotar, y después lo entregó para que fuera crucificado.

Los soldados lo llevaron al pretorio, que es el patio interior, y llamaron a todos sus compañeros. 

Lo vistieron con una capa roja y le colocaron en la cabeza una corona que trenzaron con espinas. Después comenzaron a saludarlo: “¡Viva el rey de los judíos!”. 

Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y se arrodillaban ante él para rendirle homenaje. Después de haberse burlado de él, le sacaron la capa roja y le pusieron de nuevo sus ropas. Los soldados sacaron a Jesús fuera para crucificarlo.

En ese momento, un tal Simón de Cirene, que es el padre de Alejandro y de Rufo, volvía del campo; los soldados le obligaron a que llevara la cruz de Jesús. 

Lo llevaron al lugar llamado Gólgota, o Calvario, palabra que significa “calavera”.

Después de ofrecerle vino mezclado con mirra, que él no quiso tomar, lo crucificaron y se repartieron sus ropas, sorteándolas entre ellos.

Eran como las nueve de la mañana cuando lo crucificaron.

Pusieron una inscripción con el motivo de su condena, que decía: “El rey de los judíos”.

Crucificaron con él también a dos ladrones, uno a su derecha y otro a su izquierda.

Así se cumplió la Escritura que dice: “Y fue contado entre los malhechores”. 

Los que pasaban lo insultaban; le decían, moviendo la cabeza: “Tú, que destruyes el Templo y lo levantas de nuevo en tres días, sálvate a ti mismo y baja de la cruz”.

Igualmente los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley se burlaban de él, y decían entre sí: “Si pudo salvar a otros, no se salvará a sí mismo. Que ese Mesías, ese rey de Israel, baje ahora de la cruz: cuando lo veamos, creeremos”. Incluso lo insultaban los que estaban crucificados con él.

Llegado el mediodía, la oscuridad cubrió todo el país hasta las tres de la tarde, y a esa hora Jesús gritó con voz potente: “Eloí, Eloí, lammá sabactani”, que quiere decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. 

Al oírlo, algunos de los que estaban allí dijeron: “Está llamando a Elías”.

Uno de ellos corrió a mojar una esponja en vinagre, la puso en la punta de una caña y le ofreció de beber, diciendo: “Veamos si viene Elías a bajarlo”.

Pero Jesús, dando un fuerte grito, expiró. 

En seguida la cortina que cerraba el santuario del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. 

Al mismo tiempo el capitán romano que estaba frente a Jesús, al ver cómo había expirado, dijo: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”.

Es largo y doloroso este evangelio, no largo por lo extenso, sino por la cantidad de información que nos entrega, y doloroso porque relata los momentos más difíciles de Jesús en el camino a la Cruz y su muerte. Este Jesús a quien seguimos y reconocemos como el Hijo de Dios.

Es largo y doloroso este evangelio, no largo por lo extenso, sino por la cantidad de información que nos entrega, y doloroso porque relata los momentos más difíciles de Jesús en el camino a la Cruz y su muerte.

Llama la atención la hipocresía de Pilato que se lava las manos para no hacerse cargo de lo que hace, de los sumos sacerdotes, del Consejo de Ancianos, del pueblo que se deja utilizar y pierde la cabeza prefiriendo que se deje en libertad a Barrabás.

Doloroso también por el sufrimiento al que se ve enfrentado Jesús, dolor del cuerpo, por la tortura a la que es sometido, las caídas al arrastrar la pesada cruz, y del alma por la burla, el desprecio, la injusticia, el abandono.

Jesús sabía a lo que se exponía, se lo contó a sus discípulos y ellos no le creyeron, por el contrario, se sentían tan seguros de que ellos no lo permitirían, pero al final huyeron y lo abandonaron.

Quisiéramos hacerle el quite a esta parte de la vida de Jesús, porque también nos duele, verlo tan frágil y vulnerable, no reconocido en su dignidad, abandonado por sus discípulos, atacado por quienes lo admiraban y lo seguían en algún momento, sorprendidos por sus milagros y por el contenido de sus relatos, que daban cuenta de la importancia del amor, de la fe, de la solidaridad, que les hablaba de su relación cercana y permanente con el Padre, de donde le venía todo lo que les enseñaba y seguido por multitudes…

Jesús nos enseñó del amor incondicional de Dios, ese Dios que es Padre y Madre, que es todo ternura, misericordioso y que quiere nuestro bien… Jesús en la cruz da testimonio de su amor al Padre y a toda la humanidad. Tan grande es su amor, que entrega su vida, se entrega él mismo, perdonando a los que le traicionaron…

El llamado es a intentar ver las cosas desde el punto de vista de Jesús, estar disponibles a buscar y aceptar la voluntad de Dios en nuestra vida, hasta la muerte, porque tendremos un lugar en la vida eterna.

¿Cómo nos llega este evangelio? ¿A quién nos parecemos?

Si somos honestos y honestas, debemos reconocer que en muchas oportunidades hemos actuado con hipocresía como Pilato, le hemos dado la espalda o lo hemos abandonado como los apóstoles y no lo comprendemos, no damos testimonio en nuestra vida, y actuamos en forma indiferente frente ante la injusticia, ante el dolor de los que sufren marginación en nuestra sociedad.

¿O nos identificamos con el centurión que al verlo expirar lo reconoce como Hijo de Dios?

¿O como aquellas mujeres que habían seguido y acompañado a Jesús y que miraban perplejas a la distancia, afligidas, pendientes de él, con el dolor en el corazón, sin poder comprender todo lo que estaba pasando y que se organizarían para ir al sepulcro de madrugada?

En esta Semana Santa les invito a continuar con la reflexión y mantenernos en oración, descubriendo lo que el Señor nos quiere comunicar, que la Ruah nos inspire para enriquecer nuestra vida y poder transmitir el mensaje del Amor que Jesús nos enseñó, de una manera nueva, con más energía, a quien lo necesite y actuar en coherencia, aportando a la construcción del Reino de Dios, Reino de Amor, Justicia y Paz.

¡Gracias Señor!


Fuente: Mujeres Iglesia Chile / Imagen: Pexels.

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