El Evangelio que anunciamos las mujeres. «¿Cuándo (no) hicimos todo eso?»

De la perspectiva del amor se desprende que la salvación no pasa necesariamente por el templo, sino que es trascendental el compromiso con los necesitados.

Domingo 26 de noviembre, 2023
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.

Jesús dijo a sus discípulos y discípulas:

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y Él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquéllas a su derecha y a estos a su izquierda.

Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: “Vengan, benditos de Dios, y reciban en herencia el Mundo que les fue preparado desde el comienzo del tiempo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era migrante, y me alojaron; estaba sin ropa, y me vistieron; sufrí enfermedad, y me visitaron; estuve en la cárcel, y me vinieron a ver”.

Los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, y te dimos de comer?; ¿con sed, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos migrante, y te alojamos?; ¿sin ropa, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos con enfermedad y en la cárcel, y fuimos a verte?”.

Y el Rey les responderá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con quien es más pequeño entre mis hermanos y hermanas, lo hicieron conmigo”.

Luego dirá a los de su izquierda: “Aléjense de mí, están lejos de Dios; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; era migrante, y no me alojaron; estaba sin ropa, y no me vistieron; con enfermedad y en la cárcel, y no me visitaron”.

Estos, a su vez, le preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, migrante o sin ropa, con enfermedad o en la cárcel, y no te hemos socorrido?”. 

Y Él les responderá: “Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con quien es más pequeño entre mis hermanas y hermanos, tampoco lo hicieron conmigo”. Irán al castigo eterno, las personas justas, sin embargo, a la Vida eterna. Hermanas, hermanos, esta es Palabra del Señor.

El Evangelio de este domingo nos pone en el escenario del Juicio Final con la metáfora del pastor que separa las ovejas de las cabras. Lo primero que me llama la atención de este Juicio Final es que quien se presenta como rey es el propio Jesús. El Hijo de Dios actúa premiando y castigando, separando a los justos para que “tomen posesión del Reino de Dios que ha sido preparado para ustedes desde siempre”.

Jesús convoca a su reino a todos sin excepción, creyentes, no creyentes, mujeres, hombres, niños, a todas las naciones, sin distinciones de raza, sexo o género, destacando de esta forma la diversidad de la humanidad y la universalidad del plan de Dios. Su reino ha sido anunciado para todos no solo para unos pocos escogidos o seleccionados.

Jesús convoca a su reino a todos sin excepción, creyentes, no creyentes, mujeres, hombres, niños, a todas las naciones, sin distinciones de raza, sexo o género.

Este plan no se nos impone, al contrario, cada uno puede escogerlo libremente. El premio o castigo no depende de un Dios externo/superior con poderes sobrenaturales, sino de cómo yo he acogido este llamado, y lo he plasmado en un estilo de vida, con una opción preferencial por los empobrecidos.

El único punto de vista que usa para este juicio —al separar las ovejas de las cabras— es simplemente el criterio del amor, del amor al prójimo en dificultades y carencias.

El criterio se centra en la conducta misericordiosa que hemos tenido, en la preocupación por los más débiles, por los marginados, los extranjeros, los que tienen hambre, los encarcelados, los discriminados, los migrantes. Ratifica así la opción preferencial de Jesús por los pobres.

De la perspectiva del amor se desprende que la salvación no pasa necesariamente por el templo, sino que es trascendental el compromiso con los necesitados. Jesús no pregunta si estás bautizado, o si has ido a misa, pregunta directamente por la preocupación por el otro: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber”. Nos mandata a situarnos frente al prójimo desde la dignidad de ser humano, donde todas y todos somos absolutamente iguales.

En este evangelio Jesús no habla en tercera persona, sino que habla como uno como uno de los más desposeídos, como uno de los que desean ser acogidos, cuidados y acompañados. El criterio solidario de Dios con el que sufre contempla no solo las necesidades básicas materiales —que tienen que estar cubiertas— sino también otras, como acompañar a los amigos, a los que están solos, acoger a los que están tristes, escuchar con atención sin juzgar, estar disponibles, no discriminar, etc.

Culturalmente las mujeres hemos sido criadas con un mandato de servicio y cuidado (por ejemplo, nos hacemos cargo de adultos mayores, somos más acogedoras, estamos siempre dispuestas a acompañar, etc.). Servicio que ha sido utilizado para la invisibilización de las mujeres en la Iglesia, dejándonos en labores secundarias. Jesús en este evangelio hace una fuerte corrección, todos hombres y mujeres estamos llamados a optar por los más empobrecidos y a hacernos protagonistas de nuestra propia vida, con mentalidades libres y autónomas.

El Reino que predicó Jesús es un Reino que está hoy acá, no hay que esperar el tiempo del juicio final para conocerlo, ya comenzó y estamos viviéndolo. No tenemos que programarlo para más adelante, para poder vivir este Reino es fundamental tener la actitud vital de la misericordia.

Para hacer realidad este Reino tengo que haber descubierto la presencia de Dios en mí (lo he conocido, he orado, he profundizado su evangelio, me he dejado cautivar por su mensaje). Esta introspección/formación me deja una impronta, una huella que me revela cómo hago realidad su Reino, un ejemplo es cuando me preocupo por el otro; estoy dando cuenta de su plan, y cuando me centro en mis intereses excluyo el Reino de Dios.

Jesús se hace presente todos los días, no podemos esperar alguna señal sobrenatural u otros tiempos para atender las injusticias y necesidades. El Reino de Dios está aquí, a veces lo tenemos situado en el cielo, con un cristianismo lejano y cómodo al que espero llegar, no como hemos aprendido. El compromiso con el Reino es hoy y cada día de manera tal que, al llegar el momento del Juicio, no nos sorprenda cuando nos diga: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.

Tenemos muchos ejemplos de personas que han podido con su humanidad, con su mirada de igualdad del ser humano, dar testimonio del Reino de Dios: muchas laicas y laicos comprometidos, por ejemplo, recientemente en la pandemia participando en ollas comunes, etc. Asimismo, algunos santos como Teresa de Calcuta, Óscar Romero, Alberto Hurtado, dieron cuenta con su modo de vivir que el Reino de Dios es posible y es actual. No se nos olvide que todos estamos llamados a la santidad, como dice el Papa Francisco: el llamado a todos a “ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día allí donde cada uno se encuentra” (Gaudete el Exsultate).

Vale la pena destacar también el asombro que se produce entre todos los protagonistas de este texto, tanto los que son aceptados como los que son separados del Reino, no se explican que ha sucedido, diciendo: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Jesús les dice: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Seguramente si los rechazados se hubieran dado el tiempo para encontrar la huella de Jesús en su corazón, en su vida, habrían actuado de diferente manera y habrían visto al necesitado como un igual.

Por lo tanto, la tarea fundamental es descubrir cómo soy yo frente a la misión del Reino de Dios, cómo la entiendo, cómo la aplico en mi vida diaria, cuándo acojo, cuándo acompaño, cuándo soy capaz de ceder, cuándo dejo mi egoísmo atrás y pienso en los otros y cómo lo incorporo a mi modo de vivir. Recordando que la salvación se encuentra en la relación con los otros, con los prójimos y no solo en el cumplimento de ritos y normas.


Fuente: Mujeres Iglesia Chile / Imagen: Pexels.

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