El Evangelio que anunciamos las mujeres. “Dos mujeres que nos invitan a levantarnos y a tener fe con valentía”

Somos llamadas a seguir y a servir como las primeras discípulas, reestableciendo la manera de encontrarnos con el otro. Jesús nos invita a una conversión de la fe que profesamos, a redescubrir nuestra verdadera Identidad unida a él.

Domingo 1 de julio
Dos mujeres que nos invitan a levantarnos y a tener fe con valentía” (Mc 5, 21-43)

En este domingo seguimos dando un paso más en este tiempo de kairós. En el evangelio de Marcos encontramos el relato de dos mujeres que son sanadas de enfermedades que les afectan de manera integral. Dos mujeres de las cuales desconocemos sus nombres, pero sí sabemos que su enfermedad les toma su ser, su capacidad de relacionarse con el mundo y con su comunidad.

La mujer con flujo o hemorroísa, por doce años estuvo tremendamente limitada para tener una “vida corriente”, limitada para relacionarse en un mundo donde la sangre se consideraba impura. Esta enfermedad dolorosa le trajo aislamiento, pobreza y marginación. No puede valorarse como mujer ni como ser humano. Me tomo de las palabras de la teóloga Ute Seibert que interpreta descarnadamente lo que significa padecer “un estado de no-plenitud, de estar sin centro que se ve reflejado en el sentir disperso del corazón, en consecuencia, el ser se expresa en todas sus relaciones de manera quebrantada y rota”.

Este relato me toca e invita a que miremos en nuestro seno familiar, hijos, padres, hermanos, como también en nuestras comunidades, a reconocer a quienes padecen hoy de sangramientos secretos del alma, de injusticias y soledad. Son nuestros/as hermanos/as que hoy anhelan ser salvados de la exclusión que sienten, siendo oprimidos en su identidad más profunda. Rostros con nombres de hermanos/as de migrantes, jóvenes, ancianos/as como también a todos los privados de libertad y justicia que anhelan ser mirados y tratados con la dignidad de ser hijas/os amados por Dios. Nos preguntamos: ¿Cómo logramos que nuestra Iglesia dé cabida a mujeres, a niños y ancianos, a todo ser humano? ¿Cómo conseguimos que en estos días puedan encontrarse con Jesús resucitado en medio de nuestro Pueblo?

La sanación, es poder en relación.

Vemos que más allá del poder divino de Jesús en la acción salvadora de estos milagros, se presentan otros elementos que nos iluminan la fe de hoy. En la mujer hemorroísa está presente la iniciativa, la voluntad y la valentía más allá de toda ley. Ella se introduce entre la multitud y toca el manto de Jesús. Vemos que Jesús siente esta fuerza sanadora que sale de él y que sana la mujer.

Jesús no habla de dignidad o indignidad, sino que su mensaje es de amor. Vemos en su persona una fuerza que irradia Vida. La sanación como relación involucra el encuentro entre dos personas.

La mujer, a quien solo le basta oír hablar de Jesús para depositar en él toda su confianza, refleja en su actitud valiente una acción clara y contracorriente. Aquí somos testigos de que se rompe este tabú con la voluntad consciente que brota de ella misma. Por una parte, se lanza por detrás, arriesgándose a tocar de manera delicada el manto de Jesús entre la muchedumbre para ser sanada y, por otra parte, la persona de Jesús que camina en las calles anunciando la Buena Nueva, se deja tocar.

Jesús quiere hacer público este acto de fe, quiere que todos conozcan esta capacidad de buscar y acoger la salvación que es un modelo de fe para nosotros, cuando pregunta “¿quién me tocó?”. Atemorizada y temerosa cayó a los pies de Jesús y contó su verdad, a lo que él responde: “Hija, tu fe te ha curado; vete en paz”. Podemos considerar que la acción de tocar y dejarse tocar son claves para la sanación. Jesús “nos libera, sana y crea la plenitud a través de nuestra voluntad de participación mutua” (Brock, 1994, p. 380, citado por Ute Seibert).

Así como miramos a la mujer hemorroísa, miremos a las muchas otras personas que viven en nuestra proximidad que viven experiencias parecidas de humillación y de heridas secretas que nadie conoce; que buscan ayuda y consuelo, pero no tienen la fuerza para confiar en un “otro” y no saben dónde ni cómo encontrar la sanación; estas personas que se sienten víctimas, y/o excluidas/os. ¿Cómo pueden estas personas acceder a la paz que anhela su corazón?

Jesús se dispone a sanar a la hija de Jairo quien, a diferencia de la mujer hemorroísa, sí se atrevió hablar con él, que de rodillas le suplica: “Mi hijita está agonizando”. Y él, acudió. Lo sigue hasta su casa donde conoce a la muchacha de doce años que parecía muerta. En el encuentro, él la toca, tomándola de su mano y le dice: “Muchacha, a ti te digo, levántate”. “Talita kum”. Otra vez, el acto de tocar de Jesús rompe el tabú que consideraba a la niña impura (en su condición de muerta).

Sabemos que la Vida no muere, Jesús nos dice ¡despiértense! A reconocer y proclamar nuestra Identidad última a todas/os. Somos llamadas a seguir y a servir como las primeras discípulas, reestableciendo la manera de encontrarnos con el otro. Jesús nos invita a una conversión de la fe que profesamos, a redescubrir nuestra verdadera Identidad unida a él. Hoy es el Espíritu quien habla en Jesús, quien nos quiere ver de pie, por ende, nos invita a que dejemos que nos toque, que nos dejemos movilizar al encuentro. Hemos sido testigos del movimiento de estos meses, en donde valoramos la acción de laicas y laicos por enfrentar verdades dolorosas, pero nos urge ser instrumentos para la nueva construcción de ser pueblo e Iglesia humilde y servidora que se abre a todos los carismas. Jesús nos llama a ofrendarnos sin miedo como pueblo que dialoga en una misma mesa donde todas/os tienen cabida. ¿No necesitamos pedir de nuevo al Señor que aumente nuestra fe?

Poner los ojos en Jesús.

Que el Señor nos regale la gracia de fortalecer nuestra fe y humildad para levantarnos a responder a los desafíos de nuestros tiempos como mujeres con la mirada de Jesús, como pueblo que clama el Encuentro. Que seamos valientes como la mujer hemorroísa de anhelar buscar con fe a Jesús en medio de nuestras/os hermanas/os.

* Queridas hermanas, queridos hermanos, les enviamos una nueva homilía del Evangelio que anunciamos las mujeres. Nos alegramos y agradecemos los ojos y la voz nueva de mujeres que se atreven a decir y orar el evangelio para nuestras comunidades. Estas van enriqueciendo nuestra capacidad de comprender y ampliar el mensaje de la Palabra, el mensaje de Jesús. Les invitamos a escuchar, meditar y compartir esta homilía, que nos invita a salir del silencio y hacernos profecía viviente con toda la fecundidad que hay dentro de nosotras. Pueden encontrar todos los comentarios anteriores en Facebook, Mujeres Iglesia Chile, y en la página de la Revista Mensaje: https://www.mensaje.cl/category/noticias/iglesia/

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Fuente: https://www.facebook.com/MujeresIglesiaChile/

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