El Evangelio que anunciamos las mujeres. «Jesús, nuestro cómplice al perdonar»

En Jesús no hay reproche, se muestra como es, incondicional, cercano, Él de cada día.

Pentecostés, Domingo 23 de mayo de 2021
Evangelio según San Juan 20,19-23

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos y las discípulas en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a ustedes».

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también les envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonan los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retienen, les quedan retenidos».

JESÚS, NUESTRO CÓMPLICE AL PERDONAR

La comunidad de Juan nos regala su experiencia de discipulado desde una memoria colectiva llena recuerdos que hablan de temores, cobardías, y de su experiencia de encuentro con Jesús.

Desde nuestra experiencia de mujeres, sabemos que muchas veces las palabras no expresadas en los escritos también hablan. Desde esta perspectiva quisiera mirar la escena.

Podemos imaginarles encerrad@s, aislados@s del resto de su gente. Una de ell@s es probablemente María, la madre, la primera en acunar en su seno al Espíritu. También está María Magdalena, primera testigo de la resurrección, los discípulos y las discípulas, mujeres que acompañaron a Jesús en todo momento. Es de noche, es la oscuridad, pero es también el día primero de la semana, el día de la resurrección. Jesús les muestra sus heridas y le reconocen. En Jesús no hay reproche, se muestra como es, incondicional, cercano, Él de cada día.

L@s discípul@s están en círculo, se protegen, nadie está excluido ni al margen, tod@s tienen un lugar. Jesús escoge el centro para hablar, nadie tiene el poder, les pertenece a tod@s. Su temor se troca en alegría y paz.

En esta comunidad de iguales, con igual dignidad, las mujeres han experimentado el primer anuncio de la resurrección, inspiran con su liderazgo, con su testimonio a la comunidad. Sentimos su presencia, están presentes cuando Jesús ofrece su paz, como lo hizo mientras compartió la vida con su comunidad. Y ahora les regala el Espíritu, la Ruah, ellas también escuchan nuevamente el envío:

Primero fue a anunciar la resurrección, ahora con la fuerza de la Ruah, el perdón. Reciben el Espíritu Santo y son enviadas a perdonar, a sanar.

Jesús nos regala la capacidad de sanar, de perdonar, así como el don del arrepentimiento. Hoy más que nunca necesitamos perdonar nuestras historias de olvido, de invisibilidad, de ausencias. Para poder anunciar, gritar desde nuestro ser de mujeres empoderadas, el perdón que Dios ofrece, sin negarlo a nadie, con mirada y gesto inclusivo, porque hemos experimentado en nuestros cuerpos, en nuestro ser de mujeres, el olvido y el ninguneo. Pero si a cambio ofrecemos el perdón, a nosotras mismas, a quienes nos han silenciado y a quienes lo quieran acoger, ¿qué pasaría? Somos “sanadoras”. Es un sueño que muchas veces nos queda grande, pero nos inspira.

Hoy es vital, para seguir caminando, agarrarnos de las manos de las primeras discípulas del Señor, a quienes primero les anunció su resurrección y a quienes también les regaló su Espíritu. Somos las continuadoras de estas mujeres. La Ruah nos empodera, es nuestra tarea, nuestra vocación no olvidar nuestro origen. El mandato de Jesús es también nuestra herencia.

Después de las elecciones de los días sábado 15 y domingo 16 de mayo, vivimos momentos cruciales para nuestro país. Y las mujeres hemos sido protagonistas activas en este proceso. Sentimos la invitación de la Ruah a cruzar límites hacia la radicalidad y el compromiso con nuestr@s herman@s más abandonad@s, a luchar por un país justo, igualitario y equitativo, por una Iglesia inclusiva, de iguales.

Jesús mismos nos invita a “no seguir creyendo en un Dios que discrimina a las mujeres” (Carmen Soto, ssj, Doctora en Teología). Jesús, de la mano de la Ruah, nos lleva a su mesa, nos envía a sanar, a entregar el perdón, a no negarlo a nadie, porque nuestra experiencia de discriminación nos avala para integrar, para no abandonar a nadie. Hoy es nuestra hora, y nuestra responsabilidad de mostrar al Dios en que creemos.

Y Jesús es nuestro cómplice.

* Pueden encontrar todos los comentarios anteriores en Facebook: Mujeres Iglesia Chile, en la página de la Revista Mensaje: https://www.mensaje.cl/category/noticias/iglesia/

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Fuente: https://www.facebook.com/MujeresIglesiaChile

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