El Evangelio que anunciamos las mujeres. «María expresa lo que siente y lo que piensa»

¿Qué aprendemos de María para abordar los conflictos de nuestra vida diaria?

Domingo 23 de diciembre de 2024
Evangelio de Jesús según Lucas, capítulo 2, versos 41 al 52.

Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua.

Cuando Jesús cumplió los doce años, subió también con ellos a la fiesta, pues así había de ser.

Al terminar los días de la fiesta regresaron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo supieran.

Seguros de que estaba con la caravana de vuelta, caminaron todo un día. Después se pusieron a buscarlo entre sus parientes y conocidos. 

Como no lo encontraran, volvieron a Jerusalén en su búsqueda.

Al tercer día lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.

Todos los que le oían quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. 

Sus padres se emocionaron mucho al verlo; su madre le decía: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos».

Él les contestó: «¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que yo debo estar donde mi Padre?».

Pero ellos no comprendieron esta respuesta.

Jesús entonces regresó con ellos, llegando a Nazaret. Posteriormente siguió obedeciéndoles. Su madre, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón.

Mientras tanto, Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los hombres.

Jesús, a los doce años, se queda en Jerusalén tras la fiesta de la Pascua y sus padres le encuentran tres días después en el templo, dialogando con los maestros de la Ley. María expresa con intensidad sus emociones de angustia y confusión desde su preocupación maternal, la que, hasta ese momento, no había sido desafiada por acciones propias de la vocación de Jesús, a poco de entrar en la adultez según las costumbres de su tiempo. María guardará este episodio en su corazón, tomando un rol activo y crucial en la custodia de la memoria que se nos transmitirá de Jesús.

Su búsqueda y preocupación muestran su profunda conexión y responsabilidad con el crecimiento espiritual y moral de su hijo. Si bien José y María, juntos, educan y forman a Jesús, destaca en la narración de Lucas la contribución de María en la formación espiritual e intelectual de Jesús, desafiando las restricciones de su época —presentes hasta hoy en la Iglesia institución— que suelen restringir a figuras masculinas la transmisión de la fe, el desarrollo espiritual, así como el sentido de identidad y de pertenencia a la comunidad de fe.

Nos desconcierta el joven Jesús, a quien todos suponemos «un buen niño». Se comporta de manera desafiante no solo una, sino dos veces. Primero, cuando se queda en Jerusalén por su cuenta, sin avisarle a nadie. Segundo, cuando lo encuentran, ya que, en lugar de pedir disculpas, actúa como si el ofendido fuera él. Bueno, en realidad este comportamiento no resulta tan desconcertante para los que somos o hemos sido padres de hijos adolescentes. Tampoco tanto para quienes recordamos nuestra propia adolescencia. Haciendo memoria, seguro que todos encontramos el recuerdo de algún episodio parecido. Es un estilo de abordar un problema que todos alguna vez probamos.

Nos desconcierta el joven Jesús, a quien todos suponemos «un buen niño». Se comporta de manera desafiante no solo una, sino dos veces.

Analizando hoy, desde la perspectiva de cómo se enfrentó el conflicto, vemos tres estilos. El de Jesús, clásico adolescente que, para defenderse, en realidad ataca y empeora las cosas. El de José, que, según el relato, no dice nada. Se guarda sus pensamientos y sentimientos. Y el de María, que expresa lo que siente (angustia) y lo que piensa («¿por qué has hecho esto?»). El evangelio no aclara el desenlace, deja al joven Jesús con la última palabra. Las únicas pistas que encontramos son el comentario de que sus padres no terminaron de comprender su respuesta («no entendieron lo que quería decir»), y que luego Jesús tal vez se disculpó o al menos recapacitó al volver a Nazaret, donde «estaba sujeto a sus padres».

Llama la atención la actitud de María, tan distinta de otros relatos evangélicos. En las bodas de Caná también enfrenta una respuesta desafiante de Jesús, «mujer, ¿qué tenemos que ver tú y yo? Aún no ha llegado mi hora». Pero allí María no protesta, asume el sí. El evangelio de hoy es el único en el que la vemos molesta, exigiendo explicaciones. Y es que parece que era lo que había que hacer.

El estilo de no decir nada no sirve, porque no permite que la contraparte del conflicto se entere de mis sentimientos y mi posición. Hacer «como que no pasó nada» es, en realidad, darle carta blanca a la otra persona para que mantenga e incluso profundice en la actitud que me hace daño.

El otro extremo, que también pretende que no hay conflicto, pero que esta vez se manifiesta de modo abierto («¿por qué me buscaban?») invalida la posición de la otra persona y cierra una posible solución. Resolver un problema de relaciones humanas es posible cuando ambos lados podemos al menos entender que la otra persona tiene derecho a tener su posición y que esta puede no coincidir con la nuestra. Solo desde el reconocimiento del otro «como un legítimo otro» puede haber diálogo y entendimiento. Los hijos adolescentes muchas veces no consiguen entender una visión de mundo que no es la suya… y también a menudo los padres no logran ponerse en el lugar de estos hijos y los juzgan sin intentar entender.

María, al exponer asertiva a Jesús sus sentimientos y su visión sobre lo que había pasado, sin importarle los doctores de la Ley ni el templo ni nada, asume la actitud más sana para resolver el problema: explica a su hijo cómo se sintió ella con su actitud y los problemas que les causó. Tiende un puente desde su posición, sincera y clara. Le da oportunidad a su hijo de comprender su perspectiva. Y, aunque Jesús parece no entenderle en un principio, el cierre del relato nos deja la impresión de que Jesús sí entendió. Años después, cuando Jesús adulto cuente el relato del Hijo Pródigo, el hijo que había tenido conflictos con su padre, no volverá desconociendo de modo desafiante, reconocerá la postura de su padre y pedirá perdón. Ambos lograrán no solo rehacer la relación perdida, la harán mucho más profunda y rica.

El conflicto es parte de la vida. No es malo en sí mismo, encierra una oportunidad de comprensión y mejora. Negarlo nos arrebata esa oportunidad. Enfrentarlo valiente, como María, abre las puertas de resolución y de nuevos y mejores caminos.

REFLEXIONEMOS…

¿Qué aprendemos de María para abordar los conflictos de nuestra vida diaria?

¿Cómo custodiamos la memoria de nuestro caminar de mujeres en la fe, guardando en nuestro corazón «episodios cruciales» en nuestra vida personal y como Mujeres Iglesia?


Fuente: Mujeres Iglesia Chile / Imagen: Pexels.

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