Domingo 29 de enero
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 4,25 – 5,12.
Seguían a Jesús grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania.
Al ver la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a Él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
“Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron”.
Y en medio de toda esa muchedumbre fue como en oración me dispuse a escuchar a mi Señor. Mientras veía en su rostro el agotamiento de la larga caminata, y de todos aquellos que recibía desde distintos lugares, para escuchar esa autenticidad que les era tan necesaria en el corazón.
Todo parecía tan fácil como disponerse desde nuestra habitación interior, para escuchar esa realidad que desde el espíritu cambiaría nuestra forma de vivir, en medio de una comunidad humana que parece alejarse de su mensaje, y de asumir su palabra como la misión que nos enseñaría a vivir, ante una sociedad farisaica que teníamos el llamado de cambiar.
Con esa idea fue como llegue a mi comunidad. A mi comunidad de mujeres, todas creyentes y muchas víctimas de las leyes que querían imponer aquellos que se gloriaban, no precisamente de las palabras que expresaba toda vez el Nazareno.
Sentadas en circulo, luego de hacer la señal de la cruz, pedir por nuestras faltas y solicitar al espíritu que me diera la fuerza necesaria para que en mi carne se consolidara la fidelidad hacia él, hacia mi Maestro, y su mensaje, ya enunciado por los profetas, aquello que siendo despreciable es valorado profundamente por nuestro Señor.
Hablando de la multitud de gente que allí se encontraba, y de cómo él nos comenzó a abrir los ojos, fue como les comenté:
Queridas hermanas,
Pertenecemos a un mundo creyente que es parte de un patriarcado que no nos permite asumir misiones a través de las cuales podríamos ayudar y colaborar en nuestras parroquias. No son pocos los sacerdotes que sienten una superioridad moral por sobre nosotras y las tareas que como laicas y religiosas realizamos. Pero, nuestra misión es muy clara, y nuestra actitud debe ser lo consecuente que nuestra fe nos exige. Mejor dicho, existe un camino trazado, una caminata que va en búsqueda de lo cristiano, y ese es el centro de nuestra vocación y por ello debemos hoy rezar, para que hagamos vida este mensaje, de ayer, de hoy, y de mañana.
Así fue como el Señor nos lo expresó, y hoy entro a comentárselos para que hagamos oración.
“Felices las que, con alma de pobres, caminan buscando entre desechos encontrar comida para sus hijos, porque a ellas les pertenece el Reino.
Felices las afligidas y que ruegan a Dios que es Padre y Madre por consuelo, porque serán confortadas.
Felices las que por su permanente oración logran la paciencia, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices las que tienen hambre y sed de justicia, porque encontraran aquella equidad que sin distinción todas merecemos.
Felices las misericordiosas, porque recibirán compasión.
Felices las de corazón puro, porque caminaran a la sombra de nuestra madre María.
Felices las que trabajan por una paz activa, porque en verdad serán llamadas hijas de Dios.
Felices las perseguidas por practicar la justicia, porque nunca dejaran a su suerte, a los que van camino al calvario.
Felices las que trabajan por una paz activa, porque en verdad serán llamadas hijas de Dios.
Felices nosotras, cuando seamos insultadas, perseguidas, y cuando seamos calumniadas a causa de Él, alégrense y regocíjense, porque en parte viviremos la misión encomendada, la causa del crucificado.
Felices las que aún después de muchos años caminan con la fotografía de sus detenidos y desaparecidos cerca del corazón, porque dan testimonio de la verdad que Jesús nos enseña.
Felices las que no olvidan toda clase de causas que nuestro género y las disidencias sexuales han vivido, porque serán parte de la comunidad humana donde todas y todos seremos bendecidos”. Amén.
Fuente: Mujeres Iglesia Chile / Imagen: Pexels.