El Evangelio que anunciamos las mujeres. Tomarnos las manos en la tempestad

Creer que algo es posible, a pesar de ser extremadamente difícil, a pesar de sentir que en condiciones “normales” no podrías lograrlo.

Domingo, 11 de agosto de 2023
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo 14, 22-33.

En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí.

Entre tanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron, y decían: “¡Es un fantasma!”. Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”. 

Entonces le dijo Pedro: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”. Jesús le contestó: “Ven”. Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: “¡Sálvame, Señor!”. Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”.

En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús diciendo: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.

Palabra del Señor. 

El evangelio de Mateo se escribió probablemente hacia el año 70, es decir, unos 40 años después de la muerte de Jesús. En este evangelio, una o varias personas intentaron plasmar la profundidad e intensidad de la experiencia transmitida por quienes, al menos una generación antes, habían vivido y caminado con el Maestro de Nazaret.

Este relato de milagro es, entonces, un esfuerzo por transmitirnos en palabras cómo era estar con Jesús, qué era lo que Él enseñaba, con palabras, pero mucho más con su modo de estar en el mundo. Cabe así preguntarse ¿Qué fue lo que estas personas quisieron expresar con esta narración de milagro? ¿Qué experiencia tan fuerte, tan marcadora, tan cambiadora de vida quisieron contarnos a través de esta historia en la que Pedro se hunde en el agua y Jesús lo rescata?

Si intento conectar la historia con una experiencia humana común a todos nosotros, para poder rescatar su mensaje, me vienen al corazón las historias de persistencia, de perseverancia, de aquello que asociamos con la fe. Creer que algo es posible, a pesar de ser extremadamente difícil, a pesar de sentir que en condiciones “normales” no podrías lograrlo. Pedro le dice a Jesús “mándame ir a ti caminando sobre el agua”, es decir, haciendo lo imposible. Jesús lo anima: “Ven”. Y al principio Pedro cree en lo imposible, cree que lo muy difícil puede resultar. Pero, como a todos nosotros, cada vez que hemos tenido que emprender algún trabajo, un estudio, un negocio, un esfuerzo que anticipamos complejo, empezamos animosas, con fe (“¡Mándame ir a ti caminando sobre el agua!”), creyendo contra todo pronóstico, que lo lograremos. A medio camino nos suele pasar que esa fe que nos animó a empezar, nos falla. Curiosamente, esto ocurre siempre cuando ya hemos recorrido un trecho, igual que Pedro, y falta poco para lograrlo. Dicen que los últimos metros de una carrera, cuando la meta está a la vista, son los más difíciles. Es el momento más peligroso, no porque de verdad no podamos, sino porque en esos momentos, cuando ya sentimos el cansancio de sostener el esfuerzo, nos pasa lo que a Pedro: la pregunta que no logró desanimarnos en un principio (“¿y si no puedo?”) cala ahora hondo en nuestro ser, ahora que falta poco para el final, pero todavía no ha llegado. Y comenzamos a sumergirnos, con Pedro, en las aguas negras de la desesperanza.

En nuestro relato de hoy, en ese momento crítico, aparece Jesús y tiende la mano, proporcionando así el apoyo necesario para recorrer los últimos metros. ¿Quién es este Jesús y cómo aparece hoy? Es tu familiar que te anima, que se queda tarde en la noche para ayudarte a terminar el trabajo tan complejo, la amiga que te acompaña a esa entrevista a la que temes ir, o que te ayuda a concretar esa buena idea en la que quieres trabajar, pero crees que no puedes… es quien “te da la mano” en las horas oscuras. Eres tú, también, cuando apoyas a quien está contigo, a tu próxima/próximo y lo acompañas y ayudas un poco en la dificultad que enfrenta, cuando lo duro del esfuerzo ya le ahoga.

En nuestro relato de hoy, en ese momento crítico, aparece Jesús y tiende la mano, proporcionando así el apoyo necesario para recorrer los últimos metros.

Es maravilloso que la resolución de la historia sea justamente que Pedro no lo logra solo, que no se salva solo. Que necesita de otro, de un Jesús que le tienda la mano. Que tenga que gritar pidiendo ayuda (“¡Sálvame Señor!”), reconociendo humildemente que no puede completar por su cuenta lo que empezó. ¿Cuántas veces, cuando estamos pasando por un momento difícil, sintiendo que nos hundimos en el agua, nos preguntan cómo estamos y contestamos “bien!”? ¿Qué tan capaces somos de reconocer que necesitamos de los demás para terminar, sobre todo lo difícil, y pedir ayuda, incluso gritando si tenemos mucha angustia? ¿Y qué tanta atención prestamos, como Jesús, a quienes van caminando a nuestro lado para darnos cuenta cuando comienzan a hundirse y tenderles la mano, el corazón, rápida y oportunamente?

Tal vez el milagro que representa caminar sobre las aguas y calmar la tempestad, sea hoy el milagro de pedir y dar ayuda incondicional a quien está contigo… aunque tengas algo que reprocharle (“¿por qué dudaste?”). Tomarse las manos en la tempestad y no soltarse hasta que el viento amaine.


Imagen: Pexels.

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