Dios, en su maternal misericordia, tan solo con mirar al hijo, sabe lo que está en su corazón.
Domingo 31 de marzo
“Una Madre no se cansa de Esperar” (Lc 15, 1-3.11-32).
El Evangelio de este cuarto domingo de Cuaresma, nos regala una imagen teñida de Misericordia: “El Hijo Pródigo”. Una imagen que interpela, conmueve y que tiene, en sí misma, una incalculable riqueza de amor y reconciliación.
“Me pondré en camino, iré donde mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Se levantó y vino donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos” (Lc 15,18 20).
En la relación del Evangelio con la propia vida, pedagogía que nos viene del mismo Jesús, podríamos llegar a la conclusión que, en distintas ocasiones de nuestra vida, nos hemos sentido identificados con alguno de los personajes indicados en la parábola. En ocasiones, con el hijo menor, quien hambriento y sediento de perdón, vuelve arrepentido a la casa del padre; en otras oportunidades, nos hemos sentido como el hijo mayor, que no comprende que pese a su “buen comportamiento” el padre no lo festeje ni le otorgue un regalo; incluso nos hemos sentido como el padre, que abraza y besa, cuando el hijo arrepentido vuelve a casa.
En el año 2005, trabajando en un colegio de la zona del Maipo, Santiago, me tocó animar una procesión en la calle. Recuerdo que era alusiva al mes de la solidaridad y nos conseguimos la camioneta verde del Padre Hurtado. Ese día coincidió que era también el día de la feria y había mucha gente en la calle, especialmente mujeres haciendo las compras de la semana. Una de las estaciones estaba dedicada a rezar por los jóvenes, poniendo en oración a aquellos que estaban inmersos en la droga, alcoholismo… Mientras rezábamos, me fijo que había algunas mujeres llorando y una de ellas alzó la voz y dijo: “Y por mi hijo que está privado de libertad. Yo aún lo espero, siempre lo esperaré y confío en Dios que él va a cambiar, aunque nadie lo crea, yo sí lo creo”.
Fue una oración que no olvido y que me conecta con la imagen de la parábola del “Hijo Pródigo”, centrándome en la figura del Padre de Misericordia y su actitud presente y encarnada por tantas mujeres que están a la espera de sus hijos, queriendo acogerles con todo lo que son. Acción colmada de gestos amorosos, tal como Dios, en su maternal misericordia que, tan solo con mirar al hijo, sabe lo que está en su corazón.
Dios, espera, acoge y perdona, desde un amor infinito. Dios, como una madre, está atento a la necesidad del hijo y no deja de confiar, pese al error, porque Él mismo nos tejió en el seno de nuestras madres, y al terminar la obra, vio que todo lo hizo bien.
Aprovechemos este tiempo cuaresmal para dejarnos abrazar por Dios. Reconciliemos el corazón y renovemos la esperanza, porque su amor de Padre y Madre es la herencia que debemos multiplicar, promoviendo el encuentro y anunciando la Buena Noticia.
A María confiemos nuestra oración.
* Queridas hermanas, queridos hermanos, les enviamos una nueva homilía del Evangelio que anunciamos las mujeres. Nos alegramos y agradecemos los ojos y la voz nueva de mujeres que se atreven a decir y orar el Evangelio para nuestras comunidades. Estas van enriqueciendo nuestra capacidad de comprender y ampliar el mensaje de Jesús. Pueden encontrar todos los comentarios anteriores en Facebook, Mujeres Iglesia Chile, y en la página de la Revista Mensaje: https://www.mensaje.cl/category/noticias/iglesia/
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