El Evangelio que anunciamos las mujeres. “Y tú… ¿qué eliges hoy?”

Se trata de elegir, tal como eligieron los leprosos, elegir volver a nuestras casas con lo que tenemos o elegir ser activos en nuestra fe, vivir y movernos hacia Dios, elegir reconocerle y alabarle, elegir seguirle…

Domingo 13 de octubre
Y tú… ¿qué eliges hoy?
Lucas 17, 11-19

La lepra era una enfermedad muy temida en los tiempos de Jesús. Muchos la padecían y, en la gran ignorancia existente, eran segregados y apartados. Hoy la lepra tiene cura, pero nunca la humanidad ha dejado de padecer de toda clase de enfermedades. Hemos sido sanados de mucho, pero seguimos luchando por sobrevivir.

Durante años nos matamos trabajando, casi esclavizándonos en empleos que a veces nos gustan y otras no tanto, añoramos el viernes, los feriados, las semanas de vacaciones, añoramos el día en que nos retiremos, en que tengamos otro trabajo, o aquel día en que los niños estén más grandes… soñamos un futuro incierto y nos perdemos el presente, pasamos por el ahora con extrema indiferencia, planificando siempre para un estado de vida mejor. Muchos seres humanos viven pensando en lo que no tienen, en vez de pensar y agradecer lo que ya tienen. Sobrevivimos en vez de vivir…

Es tan riesgoso perder la noción del presente, porque podemos pasar por alto (y olvidarnos muy luego) las bendiciones que Dios Padre y Madre nos regala en cada minuto de nuestras vidas. Nos pasa exactamente como a estos nueve leprosos que vivieron ese momento de extrema generosidad de Cristo, fueron sanados de esa atroz enfermedad que los carcomía y quedaron limpios, cabe preguntarse: ¿No te has sentido tú a veces con un dolor o preocupación que te destroza? Pero en ellos ese acto de amor pasó por sus vidas, no se detuvieron a pensar, y mucho menos a agradecer, lo que se les había dado tan gratuitamente.

El único que volvió a agradecerle, permitió que el maestro hiciera esa pregunta que aún hoy la escucho con un tono de tristeza. Me imagino a Jesús con una sonrisa por las palabras del agradecido samaritano, pero con ojos tristes por los nueve que lo habían olvidado tan prontamente.

En nuestras oraciones le pedimos a Cristo, tal como lo hicieron los leprosos en el ayer, «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!», le pedimos por el mundo, por nosotras las mujeres, por los bosques quemados, por el agua escasa… pero volvemos al camino del mundo y nos encontramos con nuestra casa bonita, el agua que sale transparente de la llave, la cama confortable y segura, y le delegamos a otros, unos pocos y pocas, la tarea de agradecer, de tener fe, de luchar, de volver a Cristo.

Hoy en día, con la rapidez de los tiempos que vivimos, podemos pensar que nos falta mucho para alcanzar la felicidad, pero me gusta pensar en los grandes beneficios que Dios ya ha dado a su Iglesia, a sus hijos e hijas que se mantienen unidos en la fe. Es cierto que hemos sabido de las grandes atrocidades que consagrados y laicos han cometido, pero también lo agradezco porque podemos saber, podemos identificar a esos “lobos disfrazados de oveja” que han dañado a tantos, y nos podemos proteger de ellos y consolar a las víctimas. Agradezco que las redes sociales, que a veces parecen tan perversas, sirven también para mantenernos informadas, unidas y nos permiten formar alianzas que tarde o temprano signifiquen decisiones que hagan a esta Iglesia un poco mejor cada día.

También agradezco vivir en un siglo donde nuestros hijas e hijos pueden ser (o luchar por ser), personas de la misma categoría, respetados y visibilizados. Y si seguimos pensando, cada día hay mucho que agradecer a Dios, solo debemos tener conciencia del aquí y el ahora y de la gracia que nos ha sido dada por fe.

Porque si tenemos conciencia del presente, podemos enfrentarlo con la certeza de lo real, porque es hoy donde están sucediendo las cosas, es ahora cuando debemos disfrutar de lo que tenemos, cuidar de esta casa común que comienza a debilitarse, formar movimientos que sirvan para mejorar el mundo, detenernos si estamos hiriendo o siendo un problema para alguien. No después… ahora.

Me alegra reconocer a tantas y tantas mujeres que, aunque se han sentido “extranjeras” en una Iglesia que no las considera de igual categoría que a los hombres, vuelven a alabar a Dios Madre y Padre, llenas de amor, al igual que ese único leproso samaritano del Evangelio. Me alegra que hoy seamos activas y presentes en estos momentos de cambios profundos, conscientes de que solo nuestra fe en Cristo nos salva, nos levanta, nos regala un ahora de sanación. Y me alegra tener la fe para creer que Dios nos mira y sonríe, a todos los que volvemos cada día a agradecerle por lo que nos ha regalado.

Pero la invitación de este Evangelio no es solo la de agradecer y apreciar lo que tenemos. También se trata de elegir, tal como eligieron los leprosos, elegir volver a nuestras casas con lo que tenemos o elegir ser activos en nuestra fe, vivir y movernos hacia Dios, elegir reconocerle y alabarle, elegir seguirle… Y tú… ¿qué eliges hoy?

* Queridas hermanas, queridos hermanos, les enviamos una nueva homilía del Evangelio que anunciamos las mujeres. Nos alegramos y agradecemos los ojos y la voz nueva de mujeres que se atreven a decir y orar el Evangelio para nuestras comunidades. Estas van enriqueciendo nuestra capacidad de comprender y ampliar el mensaje de Jesús. Pueden encontrar todos los comentarios anteriores en Facebook: Mujeres Iglesia Chile, en la página de la Revista Mensaje: https://www.mensaje.cl/category/noticias/iglesia/ y en la página: https://www.kairosnews.org

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Fuente: https://www.facebook.com/MujeresIglesiaChile/

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