Hay siempre una parte de cada uno que se expone menos a los demás. La realidad que no compartimos, quizá por valorarla mucho o evitar sentirnos vulnerables…
Hace poco recordamos el 50 aniversario del primer alunizaje. Una nave con tres tripulantes viajó hasta nuestro satélite. Dos de ellos dieron pequeños pasos y grandes saltos en la superficie del satélite mientras que el tercero tenía que quedarse orbitando alrededor de la Luna. A pesar de que quiso mantener el contacto con los compañeros que habían descendido, pronto perdió la conexión con ellos, conforme se alejaba siguiendo la curvatura de la Luna.
Cuando se rompió el enlace que le unía a sus compañeros, empezó a sentir la soledad más genuina que cualquier ser humano haya experimentado. Estaba a 3.500 kilómetros de las dos personas más cercanas, sin poder comunicarse con ellas, y a cientos de miles de kilómetros de su hogar y el resto de la humanidad, separado por el vacío absoluto. Estaba verdaderamente solo. Aislado de cualquier forma de vida conocida.
Ya sabía que sería la primera persona que vería la cara del satélite que nunca apunta a la Tierra. Estando allí se percató de que no era el único que conocía el lado oculto de la Luna: cayó en la cuenta de que Dios también lo conocía. En ese sentido, el lado oculto de la Luna no es tan diferente de nuestro lado oculto. También Dios lo conoce desde antes que nosotros, y nos acompaña al mirarlo.
Hay siempre una parte de cada uno que se expone menos a los demás. La realidad que no compartimos, quizá por valorarla mucho o evitar sentirnos vulnerables, pero que nos configura profundamente y sin la que es imposible entendernos. Todos tenemos sentimientos disimulados, ganas de darnos que se camuflan, limitaciones disfrazadas, talentos velados y pobrezas enmascaradas.
Además, existen momentos que son ocasión privilegiada para mirar ese lado oculto: cuando nos despedimos de compañeros que estamos deseando volver a ver, si echamos en falta comunicarnos con los amigos, en los momentos que orbitamos sin llegar a encontrarnos con nadie, en los trayectos que hacemos rutinarios o de viaje, o cuando estamos lejos de la familia y nos parece que hay un enorme vacío hasta ellos. En esos momentos surge otra soledad genuina, a veces incluso estando entre cientos de personas.
Seguramente todos vivimos muchas de estas situaciones de manera cotidiana, aunque también es posible buscar la ocasión para revisitar esa parte de quien eres. Asegurarse una oportunidad para caer en la cuenta, agradecer, y quizá sentir la compañía al mirar ese lado oculto.
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Fuente: https://pastoralsj.org