El milagro de la selva colombiana

Hoy en día, sigue habiendo milagros y sigue habiendo buenas noticias. Y se nos olvida que el mal es una realidad, pero no absorbe toda la realidad, y que muchos contextos de nuestro mundo van a mejor.

Salió en los medios el rescate de cuatro niños supervivientes en un accidente de avión en la selva colombiana, una versión moderna del clásico de Viven y que habla de la esperanza, de la belleza de la vida y del instinto de supervivencia del ser humano. No obstante, más allá del heroísmo y de la grandísima noticia que es y de los sentimientos que nos despierta, como en otros casos, también habla algo de cómo somos el resto de la humanidad.

En primer lugar, esta noticia desvela nuestra mentalidad urbanita que condiciona nuestro modo de pensar. Es decir, a nadie le extrañaría que unos niños de ciudad sobreviviesen en una capital lejos de su familia —aunque sea en condiciones precarias—. Sin quitar un ápice de heroísmo ni valor a estos niños, como indígenas estaban acostumbrados a vivir en su medio habitual, luego no es extraño que sobrevivan en su contexto habitual —insisto, esto no resta mérito ni suaviza la dificultad ni los innumerables peligros y riesgos de todo tipo—. Y aquí está nuestra primera trampa, ¿cuántas veces analizamos el mundo con los ojos de una visión urbana y minusvaloramos la sabiduría y el buen hacer de pueblos que viven lejos de la tecnología, del cristal y del hormigón?

Esta noticia desvela nuestra mentalidad urbanita que condiciona nuestro modo de pensar.

Y por otro lado, otro aspecto aún más importante: la esperanza de las buenas noticias. Sin querer, se nos puede colar en nuestras vidas una enfermedad espiritual llamada catastrofismo, como el clásico amigo que disfruta hablando de muertos, de desgracias y de malas noticias. Hoy en día, sigue habiendo milagros y sigue habiendo buenas noticias. Y se nos olvida que el mal es una realidad, pero no absorbe toda la realidad, y que muchos contextos de nuestro mundo van a mejor. El problema es que a veces, a base de catastrofismo espiritual, enterramos la esperanza de un Dios que no nos abandona y solo nos quedamos con el pesimismo y la desazón del que ve el telediario con la nostalgia de un mundo que nunca existió.


Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.

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