El filósofo vienés-judío Martin Buber, en su libro Moisés, ofrece una sugerente comprensión sobre lo que es un milagro. Dice Buber: “El concepto de milagro que es permisible en el enfoque histórico puede definirse en su punto de partida como un asombro persistente. La persona religiosa queda maravillada; ningún conocimiento o noticia puede debilitar su asombro (…) lo sienten y experimentan como maravilla” (1). A partir de esta consideración de Buber quisiera que pudiéramos profundizar en el asombro como espacio a través del cual experimentamos la irrupción del Dios novedoso que se da a conocer en medio de la historia de los hombres y las mujeres. Una fe asombrada, una espiritualidad desde el asombro o la consideración buberiana del milagro como mirada persistentemente asombrada pueden ser espacios de construcción de nuevos relatos creyentes.
En el asombro encontramos el fundamento de un modo de vida, de un modo de estar fuera, en estado de sorpresa y de visión novedosa. Nos colocamos unos lentes especiales, como imagen de una sensibilidad interna o espiritual, que nos permite visualizar el mundo con sus procesos, con sus peripecias, sus vacíos y sus oportunidades. Lo que el asombro nos regala es evitar reducir el mundo a un juego de causas y efectos y, más bien, nos adentra en la apertura de acontecimientos que rompen dicha modalidad. En la mirada persistentemente asombrada estamos adentrándonos en la raíz misma del milagro como impulso de vida en medio de la vida.
El filósofo Francois Jullien dice que la conciencia del asombro comienza a aparecer cuando logramos lo que él denomina deshaderencia, también llamada descoincidencia en otros momentos de su obra. La deshaderencia es lo contrario a la adherencia y, en palabras de Jullien, se expresa en que “cuanta más adherencia rompo, tanto más está llamada (la existencia, el asombro, la vida) a desarrollarse” (2). Lo que la deshaderencia permite es la existencia, es decir, la introducción de una nueva historia de sujetos, un nuevo relato, una mirada más asombrada y menos funcionalista a la causa-efecto. Por lo tanto: si el milagro para Buber tiene que ver con el asombro persistente, la propuesta de la deshaderencia es construir una historia que se impulse y que impulse. Por ello para Jullien la deshaderencia “abre una nueva posibilidad, refleja una lucidez” (3).
Cuando nos enfrentamos a la posibilidad del relato, del asombrado relato como palabra que surge en razón de la posibilidad y de lo nuevo, estamos permitiendo que crezca en nosotros un auténtico camino de creación y de humanización. El milagro recrea, restituye, libera, impulsa y levanta. Por ello el milagro es la visión asombrada de la realidad en cuanto nos damos cuenta de que es posible mirar, pensar, vivir, construir de otros modos, con otros posibles. La fe en el Cristo es la puesta en movimiento de relatos asombrados por la acción de Dios en medio de la vida de hombres y mujeres (Cf. Mt 7,28).
Hay fecundidad en la mirada asombrada y en el relato que surge de dicha mirada originaria cuando somos capaces de descoincidir, de deshaderirnos de relatos normalizados, de relatos violentos, de formas de reducción de la humanidad. Hay milagro cuando abrimos el corazón a los posibles cotidianos. Quizás estas perspectivas son las que pueden ir construyendo laboratorios cotidianos de espiritualidad, de oración, de comunidades, de teologías, de formas de vida social, política y cultural, de espacios de intimidad y de comunicación nuevas. Quizás por allí se puede encontrar esa mirada persistentemente asombrada que es vínculo íntimo del milagro, de todos los milagros.
(1) Martin Buber, Moisés (Buenos Aires, Lumen 1994), 57-77.
(2) Francois Jullien, Vivir existiendo: una nueva ética (Argentina, El Cuenco de Plata 2018), 28.
(3) Francois Jullien, Vivir existiendo, 30.