El Papa pide a los sacerdotes que tengan el coraje “de llevar a los enfermos la fuerza de Dios y la eucaristía”

La vanidad nunca sana, sino que es venenosa y lleva la enfermedad y la dureza al corazón.

Da pena ver al Papa “enjaulado”, como él mismo dijo recientemente, celebrando la eucaristía casi sin público en la capilla de la Casa Santa Marta. Pero así es desde ayer y durante el fragor del ‘reino’ del coronavirus. En su homilía, Francisco invita a los fieles a huir de “la vanidad”, que siempre conduce a la enfermedad. Antes de comenzar la misa pide a los sacerdotes que tengan el coraje “de llevar a los enfermos la fuerza de Dios y la eucaristía”.

Desde la sacristía adyacente, el Papa entra acompañado por un sacerdote. Lleva, como es preceptivo en Cuaresma, casulla de color morado, símbolo de penitencia. A las siete menos dos minutos está preparado y esperando en la puerta de la sacristía. No hay canto de entrada y, entre el público, solo unos cuantos fieles que residen en Santa Marta.

Y antes de la señal de la cruz inicial, el Papa dice así: “Seguimos rezando juntos por los enfermos y los sanitarios y por toda la gente que sufre esta epidemia. Pidamos también por nuestros sacerdotes, para que tengan el coraje de salir y de visitar a los enfermos, para llevarles la fuerza de Dios y la eucaristía”.

La primera lectura del profeta Isaías la lee una monja hermana de la Caridad: “Dejad de hacer el mal y haced el bien… Haced justicia al prójimo… Aunque vuestros pecados sean rojos como la púrpura se tornarán blancos”.

La segunda lectura del Evangelio de Mateo la lee un sacerdote. “Jesús se dirige a sus discípulos diciendo: Sobre la cátedra de Moisés se sientan escribas y fariseos… Haced lo que os digan, peor, no hagáis lo que hacen… Colocan cargas pesadas sobre los hombros de la gente… Todo lo hacen para ser admirados por la gente… No os hagáis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro… Uno solo es vuestro Padre celestial… El mayor entre vosotros será vuestro servidor”.

El Papa se dirige al ambón, para pronunciar la homilía, sin papeles, improvisada, siguiendo las indicaciones de la Palabra de Dios.

“Ayer la Palabra nos recomendaba la vergüenza como actitud ante Dios”, comienza diciendo. “Hoy, el Señor nos llama a dialogar con Él, porque el pecado nos encierra en nosotros mismos… Eso fue lo que le pasó a Adán y Eva que, después del pecado, se escondieron”.

El Señor, dice el Papa, nos llama a hablar, después del pecado porque, aunque nuestros pecados sean como la púrpura, se tornarán blancos. “Recuerdo a aquel santo que rezaba mucho, pero el Señor no estaba contento. Un día el santo se enfadó con el Señor: ‘No te entiendo. Te lo doy todo y tú estás insatisfecho’. Y el Señor le respondió: ‘Dame tus pecados’”.

Según el Papa, a veces, lo que hacemos es “hacer como si no fuésemos pecadores”. Y eso es lo que el Señor reprocha a los fariseos. “La apariencia, la vanidad, tapar la verdad de nuestro corazón con la vanidad. La vanidad nunca sana, sino que es venenosa y lleva la enfermedad y la dureza al corazón”.

Y añade. “La vanidad es el lugar para hacer oídos sordos a la llamada del Señor”. Por eso invita a que “nuestra oración sea real, porque Él sabe cómo somos. Que el Señor nos ayude”, concluye el Papa su breve homilía, que no dura ni cinco minutos. Y continúa la eucaristía con los ritos acostumbrados.

El Papa pronuncia las palabras del rito de la paz, pero no da la paz a nadie y los presentes cantan el ‘Cordero de Dios’.

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Fuente: www.religiondigital.org

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