El poder de la palabra

El universo comienza a humanizarse cuando el ser humano se comunica, ya que cada lenguaje implica una manera de relación con el mundo.

“En la lengua hay poder de vida y muerte; quienes la aman comerán de su fruto”, se lee en el Libro de los Proverbios. Toda palabra implica dirigirse al otro, romper el silencio, aunque solo sea con un grito de angustia o con un himno callado. Es liberadora, ya que la soledad nos hace esclavos y hace que surjan los conflictos. Solo en la relación con el otro es posible crecer y la voz es posibilidad de suprimir la soledad y el egoísmo. Por eso, este acuartelamiento prolongado nos mantiene tristes, estresados, agresivos y en algunos casos extremos, deprimidos. Circunstancias que conllevan a la aparición de diversas dolencias que tenemos latentes, pero disimuladas por nuestras actividades diarias.

El universo comienza a humanizarse cuando el ser humano se comunica, ya que cada lenguaje implica una manera de relación con el mundo. No existe un humano sin lenguaje y, aun así, la palabra ha perdido fuerza por el afán y por la costumbre. Es una de las opciones que tenemos para comunicarnos entre nosotros, y la forma principal de estructuración del pensamiento. Por tanto, es susceptible de ser, no solo objeto, sino sujeto de dominación.

Puesto que el lenguaje articulado es una capacidad privativa de nosotros los humanos, tenemos todo el derecho del mundo a servirnos de él para cumplir con sus dos funciones primigenias, la comunicativa y la referencial. Cuando el lenguaje no se ejercita, se oxida y hasta se pierde, así que sacar provecho de él, contribuye a que se realice como el maravilloso instrumento que es. Todo conflicto armado, por ejemplo, es una catástrofe en todos los ámbitos y, con frecuencia, es también el fracaso de la palabra.

El filólogo chileno Adan Kovacsics escribió un libro titulado Guerra y lenguaje, en el cual describe que la mayoría de las declaraciones de guerra contienen contradicciones palmarias y describen hechos con mentiras de corto recorrido, como sucedió en la Primera Guerra Mundial. En la obra, el escritor se sumerge en los periodos de entreguerras para buscar las claves que le ayuden a desentrañar el turbio maridaje entre la violencia y el idioma, entre la militarización de la vida civil y el empleo distorsionado de la palabra. Subraya que la presión social le dificulta al ciudadano común salirse del habla dominante. No importa el nivel educativo que posea, es casi imposible no claudicar ante el peso de la opinión mayoritaria.

En Guerra y lenguaje, el escritor se adentra en esa metamorfosis lingüística para analizar el papel de la prensa en las contiendas bélicas, el impacto de la guerra sobre la literatura y los efectos de la modernidad sobre el habla de las personas. Señala que la guerra es un producto, que no solo necesita operarios en las fábricas o soldados en el frente o directivos en los pisos superiores o mandos en los cuarteles generales, sino también publicistas. La perversión del idioma por parte de los uniformados, su uso como herramienta de guerra, desemboca en la sociedad, en la entronización de un lenguaje marcial con resonancias chauvinistas, y, en el periodismo, en la masificación de la jerga castrense y en la estetización de los hechos de batalla.

La campaña militar de la guerra necesita exaltadores, divulgadores y portavoces, necesita la propaganda, los escritores. Todos los instrumentos deben ponerse a su servicio. Todo discurso es una campaña y allí entronca con lo militar. La campaña publicitaria, la discursiva y la militar se unen y se entrelazan como los hilos de una soga. Las tres responden a algo así como una cadena de mando. Una guerra es, además de sus actos y sufrimientos, un torrente de palabras. Quien lo percibe no puede menos que sentir un escalofrío. A la crueldad de una guerra se suma la frivolidad verbal con que se trata, hecho que impregna hasta a quien lo escucha.

Durante una guerra, las noticias de los periódicos responden a una lógica propagandística y de entretenimiento, de frecuentes guiños de adulación al nacionalismo. Las informaciones vienen aderezadas con opiniones, lugares comunes y aseveraciones sin fundamento. En las salas de redacción se vive el batiburrillo de lo espiritual y lo noticioso. No en vano el poeta alemán Hugo Ball afirmó que el periodismo de guerra corrompió la lengua. Por eso es especialmente sonora una frase aportada por Kovacsics que, a mí, me hace pensar que el mal es un silencio que niega el lenguaje y la comunicación: “Stalin, autoritario… un cortejo de batas blancas que, hasta el último instante, no se atrevió a decirle que estaba muerto”. Cuando me encuentro con expresiones como esta, no sé por qué, recuerdo el año 2013.

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Fuente: https://revistasic.gumilla.org

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