Ir educando nuestra capacidad de desear para que no nos atrapen los deseos egoístas, sino que podamos cumplir los que nos llevan a entregarnos generosamente.
Seguro que si ahora mismo nos preguntaran si tenemos algún deseo responderíamos, sin dudar, que sí. Y no uno, sino muchísimos. Basta escucharnos un poco por dentro para darnos cuenta de que, como dice mi compañero Adolfo, somos un puñadito de deseos. Y, ¿qué pasa si los deseos se cumplen? Lo fácil sería pensar que yo sería feliz si mis deseos se realizaran. Eso es lo que nos prometen muchos anuncios en los que los publicistas, con mucho arte, nos hacen creer que su producto cumplirá nuestros deseos. Incluso podríamos llegar a simplificar esto tanto, que llegásemos a pensar que la vida consiste en cumplir deseos. Si hacemos un poco de memoria, podemos caer en la cuenta de que no todos los deseos son iguales. Hay unos que, cuando se hacen realidad, tras un momento de euforia, nos dejan como antes. O puede ser peor si en seguida se ha instalado otro en nuestro interior y nos vemos como atrapados, con la sensación de que nunca nos quedamos satisfechos. Esos son los deseos que se alían con nuestra imagen, nuestros éxitos, el poder… son egoístas, porque soy yo quien está en el centro. Pero hay otros deseos que, al realizarse, nos quedamos llenos, quizá sin mucho ruido y sin llamar la atención, pero dejan un poso de paz en nosotros y van dibujando una felicidad honda en nuestro corazón. Y, curiosamente, en estos deseos no somos nosotros los protagonistas, sino que el deseo apunta hacia los demás, y nos hace salir, darnos a la gente.
Es cierto que no podemos controlar nuestros deseos porque ellos van apareciendo sin pedir permiso. Pero lo que sí podemos hacer es ir distinguiendo con la práctica cuáles son con los que me busco a mí mismo y cuáles los que me llevan a los demás. Y así ir educando nuestra capacidad de desear para que no nos atrapen los deseos egoístas, sino que podamos cumplir los que nos llevan a entregarnos generosamente. Creo que es de las cosas más auténticas de los seres humanos el estar continuamente deseando. También me gusta pensar que Dios tiene deseos, y estoy seguro de que seremos más felices cuando nuestros deseos y los suyos vayan de la mano.
No me resisto a poner algo de lo más bonito que se ha escrito sobre los deseos: Nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón permanecerá inquieto hasta que descanse en Ti. Estoy pensando que esta nochevieja no diré a nadie “que se cumplan tus deseos”, sino que “tus deseos te lleven a Dios”.
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Fuente: https://pastoralsj.org