El resentimiento: efecto no deseado del igualitarismo

Con cierta frecuencia se adjudica al resentimiento la raíz de actos violentos o dañinos, en ámbitos privados o públicos, contra personas, edificios, instituciones, o simplemente contra víctimas al azar. Cabe investigar qué es el resentimiento y qué poder tiene para inducir a alguien a actuar de tal manera.

Tomando el término del francés, Nietzsche introdujo en filosofía el concepto de resentimiento; lo hizo uno de los pilares de la moral de los esclavos, de los sometidos, de quienes son incapaces de actuar por su iniciativa sino que solo reaccionan, si lo hacen, después de guardar y cultivar dolor y rencor por su impotencia. En La genealogía de la moral (I, §10) toma como modelo de “bien nacidos” a la aristocracia griega. Ellos experimentaban por el pueblo bajo una cierta lástima, una indulgencia, que se refleja en términos traducidos como “infeliz”, “desgraciado”. Se sentían naturalmente felices y eso los hacía necesariamente activos. Cualquier motivo de resentimiento, en el noble, se agota inmediatamente: por eso no envenena. Es audaz. La moral noble “nace de un triunfante sí dicho a sí mismo”.

En cambio, para Nietzsche el modelo de resentidos son principalmente los judíos, cuyo espíritu se prolonga y se hace como más refinado en los cristianos. Su apocamiento les inhibe de afirmarse a sí mismos, les impide la acción. Su mundo se hace de lo encubierto y tiende a callar, a guardar, a no olvidar. Los de esta clase suelen ser más inteligentes y venerar la inteligencia que les ayuda a elaborar su inferioridad. De ahí surge la inversión de los valores: la debilidad es transformada en mérito; la impotencia, en bondad; la bajeza, en humildad; la sumisión a quien se odia, en obediencia, el tener que esperar de modo inofensivo, en paciencia que es la virtud. “El no-poder-vengarse se llama no-querer-vengarse, y tal vez incluso perdón”. Lo que piden no se llama desquite sino “triunfo de la justicia”.

Para Nietzsche, los judíos eran “el pueblo sacerdotal del resentimiento par excellence” (I §16), que se enfrentó a Roma y, en cierto sentido, la venció convirtiendo sus valores en mayoritarios. Pero la lucha entre una visión y otra continúa, dice.

En su obra El resentimiento en la moral, Max Scheler encuentra dos elementos significativos. El primero indica que se trata de una reacción emocional frente a otro: volver a vivir la misma emoción, volver a sentir; esto es, re-sentir. El segundo, que esta emoción es negativa y tiene un componente de hostilidad; quizá sería apropiado identificarla con el rencor. Aunque reconoce que Nietzsche es el más profundo entre quienes reflexionan sobre el origen de los juicios de valor, no comparte que la moral cristiana, su visión del amor, sea la más fina “flor del resentimiento”.

Para Scheler, desde el punto de vista psicológico, el resentimiento es una autointoxicación con causas y consecuencias bien definidas. En tanto actitud psíquica permanente, surge al reprimir sistemáticamente la descarga de ciertas emociones y afectos que en sí mismos son propios de la naturaleza humana. Consecuencias: ciertas propensiones permanentes a engaños valorativos y juicios de valor correspondientes a tales engaños. Su punto de partida en el impulso de venganza. Si el ofendido o maltratado puede desahogarse, no guarda resentimiento. Si no puede hacerlo, se convierte en amargado o envenenado. Entre ofendido y ofensor debe haber una cierta igualdad de nivel que le permita a aquel compararse con este.

Desde el punto de vista sociológico, dice Scheler, el resentimiento puede ser como una dinamita acumulada, tanto mayor cuanto mayor sea la diferencia entre la situación de derecho o valor público que corresponda a los grupos de acuerdo a la constitución política o a la “costumbre”, y las relaciones efectivas de poder. El resentimiento, al menos el social, sería escaso en una democracia política que tendiera a la igualdad económica; también lo sería en una sociedad de castas. En cambio, habrá un alto grado de resentimiento en aquella sociedad en la que —“como la nuestra”, dice— los derechos políticos y la igualdad social públicamente reconocida, coexisten con diferencias muy notables en el ámbito del poder, de la riqueza y la educación verdaderamente efectivos. Esto es, una sociedad en la que cualquier persona puede compararse con cualquier otra en cuanto a sus derechos, pero no puede compararse de hecho (Scheler, 1938: 24).

La crítica resentida tiene origen en la percepción de una opresión social permanente como fatal. El crítico resentido no critica para remediar el mal, sino que lo utiliza como pretexto para desahogarse. Es el caso de algunos partidos políticos a los que lo que más indignaría, dice, sería que obtuvieran lo que están pidiendo.

Scheler remite a la teoría de Jorge Simmel sobre el “distinguido” o “noble”. (Simmel, 1939: 319ss.). Este sociólogo y filósofo dice que el distinguido se apropia tranquilamente de los valores positivos de los miembros de su linaje, como si le correspondieran por el solo hecho de pertenecer a él: su conciencia de valor, anterior a cualquier experiencia, se refiere a su ser, y no se compone de distintas cualidades. No le dificulta reconocer los valores en otros.

Scheler considera que la sociedad ofrece medios para descargar el resentimiento: las instituciones parlamentarias, la justicia penal, el duelo, la prensa. Hoy se incluirían sin duda las redes sociales: vehículo para manifestar el resentimiento personal o social. Advierte también sobre la represión, que consiste en impedir la descarga del impulso negativo, en el ámbito personal y social. Cuando la represión es constante, tiende a perderse el objeto que produjo el sentimiento negativo; se produce entonces un estado de angustia indeterminada.

Nietzsche encontraba en el resentimiento el origen de la moralidad. Para Max Scheler, en el resentimiento no pueden basarse los verdaderos juicios morales de valor porque se generan juicios falsos basados en errores de valoración. Evoca a Pascal, para quien hay un “orden del corazón”, una “lógica del corazón”: el orden eterno de la conciencia humana que el genio moral descubre en fragmentos de la historia. El resentimiento derroca ese orden eterno, es un fuerte error en la aprehensión de ese orden. Argumenta que si Nietzsche habla de “falsificación de las tablas de valores”, es que las hay verdaderas.

Encontramos otros aportes interesantes para la comprensión del resentimiento. Para Julio Caro Baroja (1983) es “la pasión más oscura del hombre”. Comparte con Saavedra Fajardo la idea de que “resentirse es reconocerse agraviado”; el resentido se agravia por todo o casi todo. Gregorio Marañón (1952) concuerda con Unamuno en que el resentimiento es el más grave de los pecados capitales. El resentido, dice, es siempre una persona sin generosidad, que es la virtud contraria al resentimiento. “El resentido es, en suma, (…) un ser mal dotado para el amor; y, por lo tanto, un ser de mediocre calidad moral” (Marañón, 1952: 26).

Carlos Gurméndez (1994), autor de una Teoría de los sentimientos, es el único pensador entre los consultados que aporta un punto de vista positivo sobre el resentimiento. Para él, el resentido tiene una constante memoria y puede volver sobre los motivos que le han afectado. Entiende que al re-sentir los sentimientos que se desvanecen, se recupera la soñada eternidad de lo vivido. Es nuestra tarea aunar lo que fuimos dejando en el transcurso de la vida, para percibir su sentido. Vale entonces “re-sentir sin resentimiento ni amargura para consolidar nuestro ser y proyectarnos hacia un esperanzado futuro”.

Esta interpretación positiva nos parece acertada: puede constituir un ejercicio de memoria sanadora si mediante esa reconstrucción se rescatan los valores más elevados que animaron las acciones personales o colectivas, y si ese ejercicio se practica como un modo efectivo de descomprimir las tensiones, y desprenderse de cualquier dolor escondido, de un encono o deseo de venganza. Re-sentir con libertad y apertura de espíritu puede contribuir a consolidar algunas fibras importantes de la propia identidad. Por ejemplo, si se procura rescatar las intenciones más profundas, los valores que movieron a los protagonistas de nuestras luchas por la independencia nacional, re-sentir lo que ellos vivieron, puede ayudar a comprender mejor no solo el valor de su obra, sino cuánto tiene de sustancial para sostener nuestras instituciones y nuestra convivencia actual. Re-sentir los valores que inspiraron nuestros esfuerzos en la primera juventud quizá nos aporte elementos relevantes para comprender el sentido de nuestra vida, nuestras opciones, logros o fracasos.

Sin embargo, está más extendida la visión negativa y todos sabemos a qué nos referimos cuando decimos de alguien “es un resentido”.

El aporte de Scheler nos parece muy relevante para comprender la dinámica del resentimiento activo que se revela en muchas sociedades actuales. El igualitarismo proclamado por las democracias modernas está lejos, y pareciera que cada vez más lejos, de garantizar igualdad real a todos los ciudadanos y sus hijos. El papel degradado de las elites —gobernantes, productivas, intelectuales, culturales— las muestra como desprovistas de valores o distorsionándolos. En muchos casos, cobran en efectivo y en corto tiempo sus antiguos resentimientos.

Aquí y allá los brotes de violencia colectiva, la inseguridad creciente en los núcleos urbanos —incluso en los pequeños—, el odio asesino de minorías religiosas, socialmente relegadas o no, incluso las guerras internas más sangrientas de las últimas décadas, parecen claras manifestaciones de resentimientos reactivados. Se culpa con frecuencia —muchas veces con razón— a las elites, pero las explosiones de los sustratos sociales más bajos suelen ser impredecibles, incontrolables, no sujetas a reglas.

Al interior de nuestro país, como en países de la región, se impone un compromiso de todos por lograr mejores oportunidades para la igualdad: lucha contra la corrupción, mejor y más transparente distribución del presupuesto en los servicios sociales básicos, mejores medios para la expresión de todos. Evitar cuidadosamente los “relatos” que destruyen la imagen y la voz de los otros. Y, sin duda, exige difundir y consolidar las prácticas de respeto, buen trato y solidaridad entre las personas para hacer más pacífica la convivencia, promover la cohesión social y favorecer la promoción personal de cada ciudadano.

Bibliografía

– Caro Baroja, Julio (1983). “Apotegmas III: del resentimiento”. El País, 23 de abril de 1983.
– Fisher, María Raquel (2009). “Aportes schelerianos para una fenomenología del resentimiento”. Actas del IV Coloquio Latinoamericano de Fenomenología. Círculo Latinoamericano de Fenomenología. Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú; Morelia (México), Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. 2009 – pp.621-635.
– Gurméndez, Carlos. “Sentimientos y resentimientos”. El País, 17 de marzo de 1994.
– Marañón, Gregorio (1952). Tiberio. Historia de un resentimiento. Madrid, Espasa Calpe. 1ª edición: 1939.
– Nietzsche, Friedrich. (1992) La genealogía de la moral. Madrid, Alianza Editorial. 14ª reimpresión. Original: Zur Genealogie der Moral (1887). Eine Streitschrift.
– Scheler, Max. (1938) El resentimiento en la moral. Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina. Traducción del alemán de José Gaos. Original: Über ressentiment und moralisches werturteil (1912). Leipzing, W. Engelmann.
– Simmel, Jorge. (1939) Sociología. Estudios sobre las formas de socialización. Tomo II. Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina. Original: Sociology (1908). Leipzing, Duncker & Humblot.

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Fuente: www.revistacriterio.com.ar

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