El Salvador salvado

La Pascua es la activación de esa forma materna de vivir la vida, de una vida que nace desde la acogida del otro y de su vulnerabilidad.

Para que el corazón continúe ardiendo… como en Emaús.

Durante el proceso de la escritura de mi tesis doctoral en teología, la cual llevó por título «La resurrección de Jesús como plenitud del existencial crístico. Un aporte de la teología de Juan Alfaro a la antropología teológica contemporánea» (2024), propuse la idea de que el Salvador fue salvado. De esta idea quisiera escribir esta columna semanal.

Cuando planteé la categoría, estaba pensando específicamente en que Jesucristo, el Salvador, en la resurrección fue salvado (fue resucitado) por el Padre, gracias al poder del Espíritu (Rm 1,4-6). Lo que me llamó más la atención, tanto en la mirada teologal, es decir, en el modo de acercarme al acontecimiento pascual, así como en la mirada teológica, es decir, en cómo podía entender teóricamente el sentido del Misterio, fue algo así como la suerte de pasividad que experimentó el Salvador. La resurrección es siempre una experiencia de pasividad en cuanto es otro quien se acerca a mí salvándome, poniéndome de pie o haciéndome resucitar. En palabras de Gerald O’Collins (1995): «En el Nuevo Testamento los dos verbos (egeiro: ser despertado; anástasis: ser puesto de pie) a veces toman la forma de un ‘pasivo divino’ que entiende [a] Dios como el agente no mencionado de la resurrección (…) Cristo ha sido despertado del sueño de la muerte».

Con esto la Pascua se transforma en una experiencia de profunda alteridad radical, en donde dependo totalmente de un tercero. Es interesante comprender la dinámica interna del acontecimiento que los cristianos y cristianas llamamos resurrección, porque en ella se concentra un modo particular de ser humanos, a saber, el de la dependencia. La vida nace de otro y de la llamada que otro hace de mi propia vida. El Salvador fue salvado, y ahí se encuentra una potencia teológica, porque Dios se compadece de la vulnerabilidad de Cristo hasta el punto de mostrar que incluso en la resurrección el Hijo está en total dependencia al Padre.

Hace unos días escuché una conferencia del psicoanalista italiano Massimo Recalcati, que ofreció en 2021 en la Sociedad peruana de psicoanálisis. En esta conferencia Recalcati propuso que el mejor modo de lograr la cura psicoanalítica, la cual puede ser entendida como una experiencia de salvación, era desde el llamado «código materno». Para el psicoanalista italiano la madre constituye el soporte que se acerca al que está en total desamparo y que le dice aquí estoy. Recalcati utiliza la expresión bíblica del «heme aquí» para mostrar cómo el código materno supone un acercamiento radical al desamparo de la historia de un sujeto, hasta el punto de indicar que incluso un varón puede ser madre. Aquí aparece un desafío claro: activar nuestro propio código materno y acercarnos las heridas con las que caminamos y compartimos la historia cotidiana. En definitiva, esto es la experiencia del amor: resonar desde lo que soy, desde mi reconocerme vulnerable y amar desde ese reconocimiento. Es un amor sin agobio y en libertad, desarmado y compasivo, y por ello la Pascua de Jesús libera porque implica la compasión materna de Dios.

Esto es la experiencia del amor: resonar desde lo que soy, desde mi reconocerme vulnerable y amar desde ese reconocimiento.

En un libro del 2018 titulado Las manos de la madre, escrito por el mismo M. Recalcati, el psicoanalista italiano escribe: «Una madre —como el Dios de la tradición cristiana— conoce el número exacto de cabellos que tiene su hijo en la cabeza». Así las cosas, es que podemos comprender cómo el Dios cristiano actúa desde su «código materno» salvando al Salvador, dándole la razón, restituyéndolo y rehabilitándolo. La Pascua es, entonces, la activación de esa forma materna de vivir la vida, de una vida que nace desde la acogida del otro y de su vulnerabilidad.

En definitiva, es ahí, en ese acercamiento, en donde comprendemos cómo y por qué el corazón puede arder… como en Emaús.


Imagen: Pexels.

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