Entre el poder y el servicio

Se habla demasiado de poder y poco o nada de servicio al pueblo de Dios, que es a lo que se refiere el poder para los cristianos. Apropósito del sínodo que está en marcha, no son pocas las voces que se alzan en algunos medios sobre la mejor manera de gobernar la Iglesia del siglo XXI. Como siempre ocurre en estos casos, nos movemos en los extremos, haciendo que se hable mucho del poder vertical y del poder horizontal, basculando en la mayoría de los casos en función de la ideología del tertuliano de turno. Supongo que el poder vertical[...]

Se habla demasiado de poder y poco o nada de servicio al pueblo de Dios, que es a lo que se refiere el poder para los cristianos.

Apropósito del sínodo que está en marcha, no son pocas las voces que se alzan en algunos medios sobre la mejor manera de gobernar la Iglesia del siglo XXI. Como siempre ocurre en estos casos, nos movemos en los extremos, haciendo que se hable mucho del poder vertical y del poder horizontal, basculando en la mayoría de los casos en función de la ideología del tertuliano de turno.

Supongo que el poder vertical puede ser una buena puerta de entrada para el abuso, para el personalismo y para el autoritarismo, pero también puede ser una vía para la comunicación ágil, directa y confidencial. ¿Y es que quién no ha conocido a un líder carismático que sabía ver horizontes nuevos donde otros solo veían sombras y problemas? ¿O cuántos santos habrá en los altares que en su momento fueron acusados de francotiradores por los mismos que luego les alababan años más tarde? Y esta ambivalencia también está presente en el poder horizontal, donde se abre la puerta a la representación, a la participación activa y a la escucha, pero así mismo puede ser un lugar donde surge el abuso de unos pocos en nombre de la mayoría o donde se somete al más débil a una incómoda presión de grupo. Al fin y al cabo, ayuda a sentirse parte de un cuerpo, ¿pero al mismo tiempo quién no ha conocido auténticas mafias en forma de asociación, de partido, de sindicato o de consejo directivo? Y es que, seamos realistas, el poder es necesario para la pervivencia de cualquier comunidad, pero siempre supone un riesgo y una tentación en cualquiera de sus formas.

La realidad de la Iglesia no es optar por un sistema u otro como si hubiese que votar una constitución en referéndum —sabiendo que la mayoría de los sistemas políticos los combinan—, sino articular ambas al momento de la Iglesia y del mundo, de manera que se busque con eficacia la voluntad de Dios y que cada bautizado del mundo sienta que está en el mismo barco. Aunque lo triste de todo esto no solo es la simplificación de la realidad o toda la ideología que pueda haber de por medio. Lo realmente preocupante es que se habla demasiado de poder y poco o nada de servicio al pueblo de Dios, que es a lo que se refiere el poder para los cristianos. Y por qué no añadir algo sobre la responsabilidad, la misma que necesita de personas íntegras capaces comprometerse y de poner su vida en juego y aceptar que junto al aplauso y al reconocimiento más dulce conviven el fracaso y la soledad más angustiosa, algo que está mucho más en la línea de lo que vivió Jesús de Nazaret y que demasiadas veces nos empeñamos en olvidar.

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Fuente: https://pastoralsj.org

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