Entrevista a José Luis Narvaja Bergoglio sj: Francisco, el político

Sacerdote jesuita sobrino del Papa se refiere a las inspiraciones, motivaciones e impulsos vitales que han movido a este desde que asumió en marzo de 2013. «Algunos se asombran y dicen ‘este hombre todavía no se dio cuenta de que es Papa y actúa como párroco’. Bueno, el Papa es pastor. No debemos caer en el cliché de que el Papa tiene que hacer determinadas cosas que estén a su nivel, y no otras que no lo están», declara el religioso.

Es sacerdote, jesuita, argentino, se apellida Bergoglio, pero su quehacer no tiene que ver con el episcopado romano sino con la investigación académica. Las actuales ocupaciones de José Luis Narvaja, sobrino directo del papa Francisco, discurren más bien enseñando teología en Italia, Alemania y Argentina que en las salas vaticanas. Sin embargo, ello no le impide algunas buenas conversaciones con su tío, a quien hoy se ha animado a desentrañar, para dar cuenta, sobre todo, de las motivaciones y claves principales de su modo de hacer política.

La visita apostólica del Papa a Colombia subraya que él fue un actor importante en las tratativas entre el Gobierno y las FARC. Se evidencia que estamos frente a un Papa preocupado por la coyuntura. Esto nos sugiere un «poder divino» involucrado en lo que acontece en el mundo.

—En primer lugar, hablo de política o del Papa, no del análisis de un hecho ni de una relación internacional de él con algún país. Presento algunas claves para entender el pensamiento político de Francisco e interpretar lo que él hace, siempre con una visión unitaria.

—¿Qué podemos decir, entonces, de esta preocupación de él por el acontecer mundial?

—Estamos ante un poder espiritual que puede establecer relaciones con un cariz político. Para Francisco, la política es un anuncio del Evangelio: es decir al mundo que el amor es posible, que está vivo, que es Cristo, y que ha resucitado porque ha vencido a la muerte, invitándonos a participar de ese amor, que es inclusivo. ¡Sí, inclusivo! A veces algunos se asombran de que el Papa no haga diferencias entre cristianos y no cristianos, pues su política es inclusiva.

—¿Qué significa esto de hacer «política inclusiva»?

—El origen de la política en el mundo griego es el bien de la ciudad. Y Francisco entiende al mundo como «ciudad», que es la polis, la base de la política. Esa política debe buscar unir al mundo en el amor, para superar los conflictos en ese amor. Cuando el Papa dice «hay que superar los conflictos en un plano superior», se refiere a que la superación no implica destruir a una parte. Cuando un país gana una guerra destruye al otro. Desaparece el conflicto porque desaparece uno de los bandos. Por el contrario, la propuesta del Papa es que se superen los conflictos en el diálogo y en procesos de sanación de heridas, asumiendo historias que pueden ser dolorosas, en procesos que demandan tiempo.

UN ÉNFASIS CONTRACULTURAL

—Él hace énfasis en el tiempo, y lo hace en un contexto en el que se busca que todo sea lo más inmediato posible.

—La sanación lleva tiempo y por eso se debe respetar el desenvolvimiento de los procesos. No hay que apurarlos con acciones que pudieren representar violencia. El diálogo permite ir a un nivel superior que permite solucionar el conflicto. Así, el Papa propone una nueva forma de hacer política. No es la de quien busca prevalecer sobre el otro y hacer valer sus intereses propios, sino que es la de «todos juntos», formando una unidad y superando las dificultades comunes.

—¿Cuán factible es esto en una sociedad donde la política parece cada vez más desprestigiada?

—En su exhortación apostólica Evangelii Gaudium el Papa propone que el todo es superior a las partes, no es simplemente la suma de ellas: todas las partes, unidas, alcanzan una potencialidad mucho más grande que la suma de ellas. Es un pensamiento nuevo, si querés, pero debe ser factible, pues la política es la forma más elevada de la caridad, ya que busca el bien del todo e incluye a todos. El Papa, en esa línea, anunciando el Evangelio, llega a todos.

Pero, al referir directamente al Evangelio, más que interpelar a todos, ¿no se dirige mayormente a los cristianos?

—Francisco dice que un hecho tiene significado político cuando es para todo el pueblo de Dios y por eso él trata que su mensaje no sea solamente para los cristianos. El Señor hablaba a todos. Usualmente nos referimos a la «política exterior» de los países, pero, para el Papa, lo que se requiere en el mundo es «política interior»: se trata de defenderlo de algo exterior que no es un país más potente, sino el egoísmo del hombre. Por eso él ha enfatizado el discernimiento, que nos permite identificar dónde está la voluntad egoísta. El enemigo no es otro hombre que hay que combatir; el enemigo es la búsqueda del propio interés.

En esa consideración sobre la «política interior», que sería la política del mundo, ¿hay un tono más inclusivo que en otros papados?

—Francisco busca presentar la verdad y dejar que se exponga por sí misma. Tiene muy claro que el problema mundial lo tiene que resolver todo el mundo. El cristianismo tiene que ser fermento. No es la totalidad del mundo. Sería un error pensarlo así.

El Papa recurrentemente ha hablado de ciertos principios, que van unidos. La unidad es superior al conflicto, el tiempo es superior al espacio, el todo es superior a la parte y la realidad es superior a la idea. ¿Esto puede aplicarse también a la política?

—Totalmente. A veces buscamos resolver los conflictos con ideas. Sin embargo, la abstracción siempre recorta la realidad y hace relucir un común denominador. El recorte deja fuera algo y «el todo» ya no es un todo real, no manifiesta efectivamente la unidad: esta la forman todos con la diversidad. No se debe apartar lo diverso.

—¿Es posible, políticamente, mantenerlo «todo»?

—Si no lo hacemos, no se resolverá nada. A lo sumo, habrá una imposición de algo, lo que implica violencia, que siempre genera malestar y más violencia. Es importante el principio de que el tiempo es superior al espacio, porque en el tiempo se dan el diálogo, la conversión, la aparición o el reconocimiento de la verdad. La verdad entra con el diálogo. Hay que darle tiempo y la verdad se impondrá por sí sola, porque es luminosa.

Esto del tiempo y del todo es algo bien contracultural.

—Sí. Y lo es porque actualmente la política es vertiginosa: un partido político tiene equis años para convencer a la gente de que vote por él y esa restricción no contempla la necesidad de tiempo que tiene todo proceso. Se tiene que hacer vertiginoso porque no hay tiempo… En cambio, si yo busco el bien común, no me importa tanto si votan por mí, pues confío, sembrando. Me juego al tiempo y digo que ya vendrá otro que seguirá este proceso, sin que se me haga necesario que yo tenga el poder. Un defecto de la política actual es que hay alguien que quiere conducir personalmente los procesos y hacerlo la mayor cantidad de tiempo posible, impidiendo que otro se haga conductor de lo que ocurre.

CÓMO SE ABORDAN LOS CONFLICTOS

Esa forma de vivir y hacer la política, ¿solamente el Papa puede darse el lujo de tener, o eventualmente podrían adoptarla quienes la conducen?

—Debería ser así, pero existe un problema de base cuando la política se restringe al accionar de los partidos; no porque los partidos sean malos, sino porque a veces transforman la acción política en el resguardo de los intereses de una parte y no en la búsqueda del bien común.

En esas búsquedas por el bien de todos, ¿qué hay con el conflicto, algo tan natural a la política?

—Los diversos constituyentes de la ciudad tienen intereses distintos, entonces es natural que haya conflicto. No es algo negativo. El tema es cómo se aborda y continúa el diálogo que debe surgir de esas diferencias. Si este no se da, no sabremos qué es lo que piensa el otro, qué necesita, ni lo que puedo hacer por ese otro. El encuentro de opiniones distintas es constructivo porque nos permite salir de nosotros mismos y de nuestro propio interés. Nos ofrece la oportunidad de decirnos «es cierto, no me había dado cuenta» y de trabajar el constitutivo de la ciudad que está sufriendo.

LA POLÍTICA DE LOS GESTOS

Un rasgo característico de Francisco es su capacidad para realizar acciones espontáneas. ¿Esto tiene alguna relación con estos fundamentos de los que tú das cuenta?

—Es un lado de la acción del Papa, pues, así como hay una política internacional, también hay una política de «lo concreto». Recuerdo que me contó que leía sobre lo que pasaba en Lampedusa: sobre las balsas que se hundían o los muertos que aparecían. Esto lo golpeó. Un día, rezando, dijo: «Tengo que ir a Lampedusa… me voy a Lampedusa». Y así comenzó su pontificado. Fue su primer viaje. Improvisado, repentino. Lo vivió como una inspiración del Espíritu que lo llevó a estar donde estaban los más abandonados. De hecho, su discurso allí fue fuertísimo. Pidió dolor, avergonzarse. Dijo, Señor concédenos la gracia de no ser indiferentes, de sentir el dolor de esta gente que está sufriendo y muriendo.

Y esa espontaneidad fue reiterándose una y otra vez en distintos contextos

—Él actúa de manera repentina muchas veces. Cuando decidió ir a la ciudad de Ostia, cerca de Roma, partió casi de inmediato, no fue algo programado. Fue a encontrar a la gente normal y a bendecirles su casa. En ocasiones, debe ir a algún lado y, si en el camino ve un barrio, puede detenerse a conversar con la gente. Tiene vocación por ese encuentro. No es solamente que quiera charlar y tomar unos mates: busca estar en contacto con las personas. Lo vive como una invitación del Espíritu a encontrar a la gente normal, a la gente que lucha por su vida y que sufre los problemas de la gente normal.

SIMPLEMENTE, EL ANUNCIO DEL NÚCLEO DEL EVANGELIO

Estas acciones, sin duda, le han significado gran popularidad. ¿Por qué cree que la gente recibe tan bien esas acciones de Francisco?

—Porque con ellas las personas sienten que les llevan un mensaje, que los tienen en cuenta, que son destinatarios de unas palabras. Esto es muy importante. El Papa tiene la misión de confirmar en la fe y eso es lo que hace. Lo hace con las iglesias del mundo, lo hace con los pequeños que va encontrando en el camino, lo hace con la política, con la persona sencilla, con la viejita que se le acerca y comienza a charlar, y él la anima a seguir rezando y a atender a sus nietos, con el trabajador que está sin trabajo y con el ama de casa que también tiene sus problemas y se los cuenta… La misión de Pedro es consolar y fortalecer en la fe. Esto que hace en pequeño también lo hace grande, como cuando visita una iglesia, como en Colombia, donde promueve la paz y la unidad.

Su pontificado se ha caracterizado también por gestos concretos, cargados de significado simbólico.

—Los gestos del Papa tienen una riqueza enorme. Tiene un lenguaje riquísimo, elaborado un poco a partir de la literatura, un poco de Buenos Aires… Es un lenguaje muy florido y él tiene una creatividad enorme para crear imágenes lingüísticas, aunque también no lingüísticas muy fuertes. La gente percibe un gesto concreto, muy visible, de mejor manera que un discurso, que puede escapársele. Y es que el Papa tiene en esto su verdadera forma de vida, pues él no está actuando de pastor. La gente percibe que lo que hace «le sale así», porque lo ha interiorizado, tanto en el pensar y el hablar como en el actuar. Los gestos traducen en otro lenguaje lo que está en su corazón. Y lo que hay allí es una política que anuncia el Evangelio y que dice «el amor está vivo y el amor es posible». Eso es kerigmático, no ideológico, y tampoco corresponde a una escuela teológica determinada. Es, simplemente, el anuncio del núcleo del Evangelio.

Así como habla tan espontáneamente, también ha sido criticado por algunos silencios.

—A veces se lo critica porque calla, porque no habla. Pero el silencio da lugar al tiempo. El tiempo del diálogo, del discernimiento, de la conversión… todo eso se da. Y el silencio respeta ese tiempo. Si lo leemos como que «no dice nada» estamos equivocados. Tampoco debemos pensar que, al no decir nada, es porque está a favor de uno u otro. El Papa espera porque confía en que se puede dar un momento de cambio y de conversión.

Se ha dicho que todos estos nuevos códigos en el modo de relacionarse han generado mucho movimiento en la Curia.

—Algunos se asombran y dicen «este hombre todavía no se dio cuenta de que es Papa y actúa como párroco». Bueno, el Papa es pastor. No debemos caer en el cliché de que el Papa tiene que hacer determinadas cosas que estén a su nivel, y no otras que no lo están… Eso, de ninguna manera: el Papa es pastor y hace todo lo que tiene que hacer como pastor. Desde bendecir una casa a hacer un viaje apostólico y llevar el consuelo lejos a quien está sufriendo.

LA IGLESIA QUE QUIERE CONSTRUIR EL PAPA

—¿Qué Iglesia cree que Francisco está llamando a construir?

—El mensaje del Papa hay que entenderlo en la búsqueda de la unidad. En todas las iglesias hay gente que entiende y también gente que se opone al Papa… Mucha gente no entiende por qué en Amoris Laetitia él es tan «bondadoso» o «manga ancha» con las familias que tienen problemas o heridas. Bueno… el Papa va a lo concreto, a lo real. Él valora el sacramento, pero también ve la necesidad de no cargar sobre una herida un estigma más, así como la necesidad de esperar la conversión. Evidentemente, cada caso es distinto y el Papa lo dice. Hay personas que piensan «y, bueno, entonces todo da lo mismo». No. No da lo mismo todo, pero no debiéramos aceptar que la idea de la perfección destruya la realidad en que nos toca vivir.

Hay allí, nuevamente, una llamada a la inclusión.

—A esa gente que está herida hay que incluirla, debemos sentirla como parte del cuerpo. Es una forma muy errada de resolver un problema la acción de extirpar todo lo que no es perfecto. Además, hay muchísimos casos muy diversos y mucha gente sufre, entonces el Papa nos dice que hay que observar cada caso y discernir realmente si podemos considerarlo el fruto de una mala voluntad o de un destino desgraciado.

Alguno puede decir que, con esta «manga ancha», precisamente se «sacrifica la verdad».

—El Papa nos dice: la verdad es una persona, no una cosa que yo tenga y te la pueda dar. Jesús dijo: «Yo soy la verdad». Entonces, si yo pienso en la verdad como una cosa, la puedo tener, entregar, guardar, romper… Sin embargo, la relación con la verdad es la relación con una persona. Entonces, desde esta perspectiva, al pretender «tener o no tener» la verdad, hay que andarse con un poco de cuidado: ¿acaso yo soy el dueño del Señor, que es la Verdad? El Papa lo vio y lo expresa bien: la verdad es una persona. Hay que vincularse con esta persona en una relación que es personal y única, tanto por la persona como por el Señor. Meter a todos adentro de una misma bolsa, es peor que ser «manga ancha», es no dejar al Señor que guíe a su rebaño. MSJ

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Fuente: Entrevista publicada en Revista Mensaje °663, octubre de 2017.

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