Sr. Director:
Vivimos una época de muchas incertidumbres, acompañadas de angustias e interrogantes que a las personas mayores nos resultan, muchas veces, difíciles de entender y, peor aún, aceptar. A los problemas que, más a menudo de lo que se piensa, enturbian nuestra vida personal y familiar, se suman las dificultades que enfrenta nuestro propio país. Pero, además, hay otra dimensión que cada día nos preocupa: el mundo nos muestra una humanidad que parece privilegiar la guerra por sobre el diálogo, el autoritarismo antes que la democracia, la economía y los intereses mezquinos más que las exigencias derivadas del cambio climático, haciendo patente, todo esto, las inequidades e injusticias que estructuran nuestras relaciones sociales.
Para un creyente cristiano, como es mi caso, ante los desajustes que sentimos a diario y nos afectan profundamente, recurrimos a un Ser Supremo, creador y sostenedor, que nos ha dicho «pedid y se os dará». E, individual o colectivamente, apoyados en la fe y la esperanza que felizmente se nos ha predicado, rogamos insistentemente a Dios, confiando en su intervención divina para que intervenga milagrosamente con acciones concretas, conduciendo a los hombres a convivir en paz y en el amor a los demás. Aun el papa Benedicto habría llegado a clamar en medio del campo de concentración nazi de Auschwitz: «Señor, ¿y dónde estabas Tú?».
He reflexionado y me pregunto ahora si, más allá del pedir y suplicar, no está la respuesta en el escuchar. Escuchar la palabra de Dios, el mensaje que nos ha dejado Cristo, las enseñanzas que nos ha transmitido la Iglesia y que tantos santos han hecho suyas y practicado en muchas ocasiones hasta un grado heroico. ¿No están allí las respuestas que buscamos para vivir plenamente con alegría, entendimiento y concordia, aplicándolas en nuestra vida diaria, pero también compartiéndolas con las autoridades que deben conducir nuestro país? Y, por supuesto, esperando que esas respuestas también las escuchen y practiquen los líderes mundiales, para que se inspiren y sigan los dictados de nuestro Dios, coincidentes por lo demás con la sabiduría que ha inspirado a numerosos guías de pueblos y fundadores de otras religiones.
Qué mejor ejemplo y respuesta que las de san Alberto Hurtado, quien repitió tantas veces «Qué haría Cristo en mi lugar» y que quizás recién capto en toda su grandeza, esperando convertirme en un oyente y aprendiz atento.
Patricio Gross