Espiritualidad personalizada

Compartimos la invitación que nos hace el jesuita dominicano Regino Martínez Bretón a encontrarnos a nosotros mismos, y nuestra espiritualidad, en el encuentro con los otros.

En nuestros primeros años las relaciones personales son determinadas por los sentidos. Luego, al pasar los años, va adquiriendo prioridad la conciencia (identidad) personal fortalecida por la cultura y por los conocimientos académicos. En ese sentido, quien hace madre a la mujer y padre al varón es la criatura que acaba de nacer. Existe una comunicación entre criatura y padres que va fortaleciendo la identidad de cada uno de los sujetos que interactúan. Los padres aprenden su rol y la criatura aprende a ser persona. La relación con el otro me hace persona/gente, me da una identidad. El Ser Trascendente me da la vida y el Otro el que me da la identidad. La vida sin relaciones pierde el sentido. Dios es amor porque se da sin distinción y sin esperar recompensa. La persona es vida porque al recibirla la comparte, la comunica, la protege, la defiende y la cuida. Así se forma la primera comunidad: la familia. El mejor ejemplo trinitario.

Nuestras relaciones pueden ser:

De Tú a Tú, si expresan confianza, conocimiento profundo del Otro y son transparente, solidarias, incondicionales, comprometidas; es decir, conozco al Otro y el Otro me conoce de tal manera que no hacen falta explicaciones legitimadoras del comportamiento personal mutuo; es por eso que cuando nos referimos a ese sujeto decimos que “somos personas”. Es decir, que nos conocemos bien; que puedo solicitarle cualquier servicio no importa la hora que sea. La disponibilidad es 100 x 100, apellido mil.
Cosificada, me acuerdo del Otro cuando tengo una necesidad, así como necesito ponerme camisa y zapatos para salir de casa; el Otro es una cosa, lo uso; le ofrezco algo para poder acercarme y pedirle lo que necesito. La dinámica interior me la da el “yo”, mis gustos, mis intereses, mis necesidades.
Mecánica, es una relación indiferente, desabrida, rutinaria, no tengo en cuenta su situación personal, no me esmero en lo que hago; me acuerdo del Otro cuando lo veo.

En nuestras relaciones personales tenemos que resaltar dos sujetos:

El Otro. Para generar una amistad si nos relacionamos de tú a tú, relación continua. Una relación puntual será cosificada o mecánica.
El ser trascendente. Genera una espiritualidad; porque me relaciono con alguien que no tiene cuerpo como yo y es espíritu, no lo veo, no lo toco, no lo huelo, no lo oigo, no lo siento; sin embargo, no lo puedo negar, porque negarlo sería negarme a mí mismo. Yo no me he dado la vida a mí mismo, ni se la he dado a otro igual que yo, ni viceversa. La vida es un regalo. La recibimos de Alguien que me y nos trasciende. Es igual que mi pensamiento, que no lo veo, no lo toco, no lo siento, no lo oigo, no lo huelo y pienso. No lo puedo negar. Igual que al Espíritu de Vida Trascendente. Así como digo pensamiento, puedo decir “alma”, “espíritu”, “vida”. Podemos decir que somos “un cuerpo espiritual”. Aquí está la raíz de nuestra identidad humana. Ya hemos visto que la identidad personal me la da la relación con el Otro.

Cuando me relaciono con el Ser Trascendente lo hago en la misma forma de relacionarme que se da cuando me relaciono con el Otro. Para relacionarme de tú a tú con el Ser Trascendente tengo que desconectarme de la realidad y concentrarme, ponerme en su presencia, decirle lo que quiero, eso que quiero está referido a un hecho de mi vida personal, de mi vida comunitaria o de la historia de salvación de la humanidad. Así puedo llegar a descubrir la raíz de los hechos y puedo llegar a pensar y actuar como Jesús. Esta conversación con el Ser Trascendente se llama meditación. Este ejercicio es cerebral.

Sin embargo, aplicando los sentidos, puedo hacer presente una escena de la vida de Jesús o ampliar el presente individualizado: viendo un joven puedo hacer presente la situación de los jóvenes en un lugar o en una zona específica. Al ver la situación de una madre, un obrero, o un migrante, puedo ampliarla y ver a todos sus iguales para sacar conclusiones que me puedan llevar a mantener una actitud y un comportamiento afectivo y efectivo, que ayuden a solucionar o mejorar la situación del conjunto contemplado. Como vemos, este ejercicio, esta conversación con el Ser Trascendente, trasciende el tiempo. Esta contemplación, como el ejercicio anterior, la meditación, la podemos hacer porque somos un cuerpo/espiritual. Aquí está la raíz de nuestra diferencia con los animales. El saber de los animales es sabido, es decir, no aprendido. Nacen sabiendo. La abeja hace un panal de miel, que la ciencia humana ha sido incapaz de hacer; sin embargo, la reina del panal de abejas no tiene una escuela para enseñar a las abejas obreras realizar su trabajo.

Nuestras relaciones cosificadas con el Ser Trascendente son las más comunes, hacemos algo exterior a mí mismo y espero la recompensa. Ordinariamente nos acercamos al Ser Trascendente para pedirle algo que necesitamos. A veces lo amarramos a un lugar, a una actividad y a una hora específica… Otras veces le ofrecemos un sacrificio personal esperando un beneficio específico. Así estamos entendiendo la fe como oferta y demanda. La base de la relación con el Ser Trascendente y con Otro, según Jesús, es la debilidad solidaria. Aunque puedo demandar lo que necesito al Ser Trascendente, la fe no es exclusivamente para pedir, sino para continuar la obra de salvación iniciada por Jesús.

Mecánica, puede ser que repitiendo palabras, sin tener claro su contenido, creamos que la presencia del Ser Trascendente se hace inminente. No basta decir: “Señor, Señor.” (Mt. 7,21), lo determinante en mi relación con el Ser Trascendente es lo que yo haga por el otro (Stgo. 2,20).

La base de mis relaciones con el Otro y con el Ser Trascendente (amistad y espiritualidad) es la misma: mi valor originario / lo que le da sentido a mi vida / la semilla de Dios; desarrolla en mi un estilo de vida y me da una personalidad: el servidor, la servidora, (Is. 53.) Dicho Valor Originario (V.O.) no es un invento mío ni una imposición de alguien diferente a mí. Ese V.O. nace en mi interior sembrado por el Ser Trascendente para que yo pueda desarrollar mi identidad personal y fortalezca mi vida; es lo más mío que pueda tener; pero no es exclusivo porque otros pueden hacer lo mismo. Lo mío, lo propio de la semilla de Dios en mí es el sentido que le doy a mi vida. Pero lo puedo compartir con el Otro; así puedo entender que el Siervo de hoy tiene una identidad: nosotros. El pueblo que carga en su espalda la cruz de la opresión injusta, coronado de miserias, que pierde la salud y le arrancan la vida. Ese pueblo sufriente, si se “une y organiza”, puede hacer disfrutar la liberación humana. “Aquí está mi Siervo”. (Is.42 y ss.) Jesús vino. Jesús sigue presente en la humanidad, en cada uno/cada una y en “Nosotros”. Jesús vendrá glorioso al final de los tiempos. Jesús hizo lo suyo; al “Nosotros” le corresponde lo que falta a la pasión redentora de Jesús.

Como vemos, si apoyamos nuestras relaciones de amistad y espiritualidad en el V.O., estaremos permanentemente unidos al Otro y al Ser Trascendente. Así, nuestra espiritualidad es personalizada. Esta espiritualidad nos libera de las estructuras opresoras, de los intereses individuales malsanos, porque nuestra riqueza es la debilidad solidaria. El Otro me necesita para sostenerse y necesito al Otro para sostenerme. Nos necesitamos mutuamente y compartimos la vida y el lugar de vida, “la casa común”. Nos hacemos persona. Trascender el yo para juntos poder realizarnos adquiriendo una nueva identidad, “Nosotros”, y hacer presente el Reino de Dios, aquí y ahora, es nuestro desafío. ¿Puedes mantener relaciones de tú a tú con el Otro y el Ser Trascendente? Entonces, tu espiritualidad es personalizada.

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Fuente: https://cpalsocial.org / Fotografías: Flickr – Galo Naranjo. Licencia Creative Commons.

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