¿Estar o hacer?

Nuestro hacer deberá ser algo así como un hacer en Aquel que hace en nosotros.

«Lo importante es lo que somos, no lo que hacemos», escuchamos con frecuencia. Y es verdad. Porque cada uno de nosotros tiene un valor radical por el simple hecho de ser lo que es: es la dignidad, que no crece ni se rebaja por lo que hacemos o por lo que dejamos de hacer, por lo que nos pase o por lo que nos deje de pasar. Todavía más: «lo nuestro es estar», nos decimos muchas veces. Totalmente de acuerdo también.

Pero ojo, porque nuestro estar es un estar-haciendo; es decir, poniendo en juego nuestra voluntad, nuestro querer y nuestro conocimiento previo de la realidad. Y es que nuestro ser se despliega en un hacer. Lo que somos se desenvuelve —aunque no solo, es cierto— en lo que hacemos. Desde la fe podemos decir que el nuestro es un ser-en-misión, un ser operante y actuante que se ejercita para conocer y poner en obra la voluntad de Dios.

Ser y estar ni se discriminan ni se pueden excluir. Por tanto, cuidado con voluntarismos obsesivos que acaban indefectiblemente por estrangularnos y ante los que solemos estar bien escarmentados. Pero cuidado también con quietismos ingenuos que contienen la falsa promesa de que un perfecto saber-estar nos colocará automáticamente, y sin más, cerca de Dios.

Eso sí, nuestro hacer deberá ser ordenado, discernido y descentrado. Ordenado hacia el bien que proclamamos, que es la colaboración en la misión de justicia y reconciliación que brota de la fe en Jesucristo. Discernido para no caer en trampas ni engaños que nos seduzcan vaporosamente «bajo apariencia de bien». Descentrado en cuanto capaz de reconocer que Dios no deja de actuar cuando yo estoy en pasividad o en disminución.

Nuestro hacer deberá ser ordenado, discernido y descentrado. Ordenado hacia el bien que proclamamos, que es la colaboración en la misión de justicia y reconciliación que brota de la fe en Jesucristo.

En resumen, nuestro hacer deberá ser algo así como un hacer en Aquel que hace en nosotros. Alejado de cortocircuitos de un narcisismo espiritual que, por un lado, busca estar bien a toda costa; y, por otro, evita sistemáticamente el estar mal. Y retirado del masoquismo espiritual que alaba todo lo que cuesta y sospecha de todo aquello que hace disfrutar.


Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.

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