Fátima, 2020: La “Mujer vestida de sol” surgió entre la niebla y la “saudade” de los peregrinos ausentes

Apenas una veintena de fieles acompañaron a la Virgen de Fátima en una explanada desierta.

Una intensa niebla cubría la explanada del santuario de Fátima cuando la Virgen fue subida en andas desde la capilla hasta el altar. Apenas una veintena de fieles acompañaban a la imagen, “La mujer vestida de sol”, en el 103 aniversario de las apariciones a los pastorcitos.

La imagen resultaba —entiéndaseme bien— fantasmagórica, con el rugido del órgano rompiendo el silencio, las puertas cerradas y una veintena de peregrinos suspirando por poder entrar al santuario cerrado por el coronavirus. Una lluvia fina contribuía a crear un ambiente de tristeza, esa “saudade” tan portuguesa, hoy más presente que nunca.

LA VIRGEN CONTRA EL CORONAVIRUS

La Virgen de Fátima se tambaleaba, lentamente, mientras subía los escalones hasta el lugar donde la esperaba el cardenal Marto. Antes, se había rezado un silencioso Rosario “en esta hora de incertidumbre y angustia”, en el que los presentes rezaron “por la esperanza para todos los hombres, y para que la Iglesia esté cerca de todos los que sufren”.

Junto a la Virgen, una pequeña procesión con representantes de los cuerpos de seguridad, sanitarios, capellanes… esos héroes de la puerta de al lado, que han dado todo, incluso la vida, por salvarnos. “Todo el mundo se une a la oración por el mundo que sufre”, se dijo.

En una sentida homilía, el cardenal de Leiria-Fátima destacó cómo “por primera vez en la historia, desde 1917, en este gran día, tu pueblo amado, Señora Nuestra, viniendo de los más diversos lugares del mundo, no puede estar aquí, por el riesgo para la salud pública”. “De repente, algo que no podíamos imaginar nos confina en casa, y nos priva de los momentos más deseados, como este que nos lleva cada año cerca de ti”, subrayó el purpurado.

Marto, al borde de las lágrimas en algún momento, negó que “esta sea una peregrinación triste”, aunque “se lleva a cabo en un recinto cerrado y porque le falta el colorido y las grandes manifestaciones populares de años anteriores”.

LA AUTÉNTICA PEREGRINACIÓN

“Tal vez debemos aprender cómo es una peregrinación en estado puro. Peregrinar con el corazón. A peregrinación interior, en lo más íntimo de nuestra vida, con la compañía espiritual de quienes puedan encontrarse con Dios, santo y misericordioso”, reflexionó el obispo, asegurando que la Virgen “abre las puertas de este santuario, y llega a nuestras casas, a nuestras vidas, para llevarnos el consuelo, como fue a casa de su prima Isabel. Nos acompañas en todas las situaciones de nuestras vidas. Ponemos nuestras heridas y lágrimas, nuestra confianza en ti”.

“Llorarás con nosotros, sufrirás con nuestros sufrimientos, y encontrarás el consuelo para los que nos sentimos frágiles, y para los que parten sin el consuelo de los suyos, sin poderles decir adiós”, apuntó el obispo, quien recordó que ahora, como en 1917, “es posible recomenzar. La luz de la fe hace posible ver la luz en la noche oscura”.

Al tiempo, Marto denunció la “confianza inmensa en el poder científico-técnico, financiero, pensando que seríamos inmunes a cualquier eventualidad, o que se encontraría una solución rápida”. Pero, “inesperadamente, un virus imprevisible, invisible, silencioso, que puede contagiar y hacer vacilar a un mundo entero, hizo que temblara la tierra bajo nuestros pies”.

Frente a esta realidad, el cardenal invitó a “ir a lo esencial”, a la “honda realidad de nuestra fragilidad humana. Somos tan tremendamente frágiles…”. Esta situación, concluyó Marto, “nos obliga a repensar nuestros hábitos, sentido de vida o escala de valores. No se puede vivir solo para producir y para consumir”.

“La pandemia es un llamamiento a la conversión en profundidad”, para darnos cuenta que “grandes y pequeños, ricos y pobres, ninguno está inmune. Nos sentimos unidos a una humanidad común; que venzan la unidad y la solidaridad”.

“Somos interdependientes, solidarios uno con los otros. Por eso nos salvamos todos juntos, o nos hundimos todos juntos”, culminó su homilía, llamando a luchar contra “el virus de la indiferencia”, que “solo puede ser derrotado con los anticuerpos de la compasión y la solidaridad”. Y, frene a las “terribles consecuencias económicas, sociales y laborales” de la pandemia, “como cristianos no podemos permanecer indiferentes, acomodados, mirando hacia otro lado”.

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Fuente: www.religiondigital.org

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