Felicidad y conciencia de sentido

Sr. Director:

El artículo de Sebastián Kaufmann publicado en Mensaje N° 681, de julio pasado, constituye una gran motivación para leer el libro Felicidad sólida de Ricardo Capponi.

Tras su subtítulo «El placer y la felicidad», en ese artículo se afirma que «la teoría de la felicidad de Capponi está anclada en los placeres» que son, junto con los sentimientos de dolor, «los cimientos de la mente» (Damasio). Describe los «placeres esenciales» —que compartimos con el resto de los animales (nutrición y sexo)—, los del confort —asociado a las comodidades para la subsistencia (transporte, vivienda, seguridad)— y los «placeres de pertenencia, que tienen que ver con el sentirnos aceptados y admirados». Siguiendo a Capponi, Kaufmann concluye que todos estos placeres «son esenciales para ser feliz», aunque a continuación señala que, si bien esos placeres básicos son «esenciales para ser feliz», «en cierta medida son incapaces de dar más de sí» y deben ser reformulados por los recursos mentales de «placeres psíquicos» que permitan abrazar las tensiones y no huir de las emociones que nos hacen sufrir, sino enfrentarlas y elaborarlas» para así «desarrollar sentimientos crecientes de alegría, paz y serenidad.

Pues bien, me vinieron a la mente los enunciados sobre la «felicidad» que el evangelio de Lucas pone en boca de Jesús: felices los que ahora pasan hambre (sin nutrición), los que ahora lloran (faltos de confort) y son aborrecidos, malditos y proscritos (no aceptados ni admirados). Y uno piensa en el modelo de vida que, a partir de ahí, suscitó la época martirial del primer cristianismo y de espiritualidades cristianas posteriores, o incluso en tradiciones budistas. Y me pregunto: ¿cómo es posible ser así feliz, si eso va precisamente en contra de los requisitos esenciales para serlo? ¿O se trata de una forma de autoengaño masoquista, o simplemente son «placeres psíquicos» que constituyen una forma de sublimación mental de los «placeres esenciales»?

Kaufmann nos previene que el libro no es un texto más de autoayuda ni un recetario para la felicidad. Sin embargo, destaca que ese concepto de “felicidad” se enraíza en la estructura física-neuronal (placeres básicos) y en los sentimientos de alegría y paz, propios de los «placeres psíquicos». Mi interrogante es si la conciencia humana, como fundamento del ejercicio de la libertad, está incluida en esos sentimientos de placer psíquico. ¿Es posible tener sentimientos de placer físico-psíquicos y, sin embargo, vivir angustiado? O, a la inversa, ¿tener sentimientos físico-psíquicos de dolor y, con todo, vivirlos con felicidad? Y si la respuesta es afirmativa, me pregunto ¿no será que el placer, como tal, no tiene el mismo fundamento que la felicidad, ni el dolor es de la misma naturaleza que la angustia? Y, así, la angustia humana (algunos filósofos la llaman «angustia existencial») no sería un tipo de dolor físico-psíquico, sino el síntoma de la «conciencia del absurdo» de la existencia, capaz de llevar a decisiones de suicidio como protesta frente a ese «absurdo» (Phillip Mainlander, Filosofía de la redención. Antología). Y la felicidad humana no radicaría tampoco en el sentirse bien (física-psíquicamente) —lo que podría resultar un autoengaño, si en definitiva todo es por nada—, sino en la conciencia de sentido, de manera que solo así la felicidad sería posible y uno sería tanto más feliz cuanto más razonable experimentara la conciencia de ese «sentido».

Antonio Bentué

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