¡Feliz cumpleaños, padre Pepe! 100 años del P. José Aldunate: Solidaridad con el dolor del pobre

En este importante día, saludamos al padre José Aldunate, con un texto escrito por él en “Mensaje” n° 270, julio de 1978, tras haber participado en una huelga de hambre en protesta por casos de detenidos desaparecidos.

Uno de los sacerdotes que participó en la huelga de hambre dio el siguiente testimonio ante sus hermanos en la Basílica de Lourdes, el sábado 17 de junio.

Nos sumamos a la huelga de hambre ocho sacerdotes y doce religiosas, en tres templos de Santiago, tres o cuatro días después de iniciada.

Contaré mi experiencia personal, pero sé que esta ha sido compartida, en una u otra forma, por mis compañeras y compañeros. No pude resistir el llamado que significó para mí el anuncio de esa huelga de hambre. Esos hombres, esas mujeres de nuestro pueblo que se disponen a arriesgar sus vidas por sus seres queridos. Quieren salvarlos, si aún es posible, y en todo caso reivindicar la causa de la verdad y justicia, sin lo cual, saben bien ellos, no puede haber un futuro digno para el pueblo de Chile. No podía dejarles una vez más solos.

Nos incorporamos, pues…

Pero muy luego advertimos que, si pudimos aportar algo a los queridos familiares de los prisioneros políticos, era mucho más lo que recibíamos de ellos. Fueron ellos los que nos evangelizaron.

Nos evangelizaron porque descubrimos en ellos el mensaje vívido del Evangelio: nadie tiene más amor que el que da su vida por el ser querido. Ellos nos mostraron la buena nueva de Iiberación de Cristo puesta en acción y vida mucho mejor que en palabras; muchos de ellos, por lo demás, casi no conocían la letra del Evangelio.

Aprendí con ellos tantas cosas…

Aprendí el valor del celibato que libera al consagrado para poder darse enteramente y la confusión de vernos sobrepasados por esas madres de familia que dejaban sus hijos y sus hogares para darse por la causa de la verdad y la justicia.

Aprendí el valor de la oración y del ayuno, es decir, la fuerza y la confianza que se siente cuando uno se entrega en manos del Padre, sin querer reservarse la vida sino comprendiendo que quien pierde la vida, ese la salvará, recibiéndola nuevamente de manos de quien alimenta las aves del cielo y tiene contados los cabellos de nuestra cabeza.

Aprendí lo que significa situarme en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los que tienen hambre y sed de justicia, de los perseguidos.

Junto a ellos experimenté las bienaventuranzas: me sentí feliz de estar allí donde se encontraba Cristo y pedí a Dios no apartarme nunca de esa solidaridad. Pude aun, en la medida en que el cuerpo enflaquecía y los huesos tomaban un inusitado relieve, pude por unos momentos sentirme solidario de ese tercio o más de nuestro pueblo, y ese tercio de la humanidad que sufre desnutrición y hambre. Sobre ellos he hablado y escrito; ahora podía acompañarlos un trecho en su doloroso camino.

Comprendí finalmente que haber aprendido todo esto significaba para mí una gran responsabilidad. Si no asumía la causa de estos familiares de prisioneros desaparecidos como causa propia, ya no tendría derecho para abrir la boca y hablar de verdad y justicia.

Si, como hombre de Iglesia, no me comprometía con ellos, no podría considerarme como seguidor de Cristo, ni podría hablar en su nombre.

En suma, me sentí consolidado en un compromiso de solidaridad y de lucha porque se logren en plenitud los nobles fines que inspiraron esta huelga de hambre. MSJ

______________________
Fuente: Revista Mensaje

ARTÍCULOS RELACIONADOS

logo

Suscríbete a Revista Mensaje y accede a todos nuestros contenidos

Shopping cart0
Aún no agregaste productos.
Seguir viendo
0