Francisco Javier: Un adelantado de Oriente

Aniversario del arribo del jesuita a las costas de Japón, allá por 1549.

Esto muestra una pincelada del arrojo y la convicción que movía a esta gente para efectuar estos viajes apostólicos hace cuatro siglos. Quizá este jesuita haya sido el inspirador para que el Papa Francisco tenga tanto ahínco en el acercamiento con las tierras orientales. Es una mera especulación.

Para los interesados en profundizar sobre la profusa labor de los jesuitas en Oriente, compartimos la tesis de Ana Carolina Hosne, que refiere a la labor de los primeros jesuitas que incursionaran por aquellos lares. Es un trabajo atrapante, dirigido por Ana María Presta. No en vano, gracias a la misma Hosne obtuvo el título de doctora en la Universidad de Buenos Aires (UBA).

El buen Francisco nació en la localidad de Javier dentro del Reino de Navarra, el 7 de abril de 1506, de allí que lo conozcamos como Francisco Javier. Su niñez estuvo marcada por los hechos históricos que llevaron a la conquista del reino de Navarra por parte del reino de Castilla. Su casa natal fue lugar de encuentro de los defensores de Navarra y sufrió la revancha de la pérdida. Quizá estas circunstancias hayan inducido a Francisco a los estudios religiosos.

En septiembre de 1528 fue a estudiar a París, donde conoció al que sería su mejor amigo, Ignacio de Loyola. Allí se constituye el embrión de la Compañía de Jesús. El 15 de agosto de 1534, una vez finalizados los estudios, juran votos de caridad y castidad, a la vez que prometen viajar a Tierra Santa, en la Cripta del Martirio de Montmartre.

En 1540 parte hacia Lisboa, donde dará comienzo la etapa más importante de su vida misionera. Este viaje se debió a la solicitud del embajador portugués en Roma, Pedro de Mascarenhas, que pidió en nombre de Juan III de Portugal a Ignacio de Loyola algunos de sus hombres para enviarlos a las Indias orientales. Para ese viaje Francisco fue nombrado por el Papa legado suyo en las tierras del Mar Rojo, del Golfo Pérsico y de Oceanía, a uno y otro lado del Ganges. En Lisboa estuvieron un tiempo, hasta que fue designado Francisco para ser el enviado a las Indias. En ese tiempo no pararon de predicar el evangelio a los pobres de la ciudad.

Se desplaza luego a Mozambique, donde ayuda en el hospital y percibe la crueldad del mal trato que se da a los negros, lo cual le lleva a tener los primeros enfrentamientos.

Sigue su derrotero a las Indias portuguesas, rumbo a Goa, donde comienza a predicar la doctrina católica por la ciudad, a la vez que asiste a moribundos, visita a presos y socorre a pobres. Se decide a aprender la lengua del país.

En noviembre de 1543 se encuentra con sus compañeros Micer Paulo y Mansilla en Goa y se entrevista con el obispo de la ciudad, Juan de Alburquerque, para pedirle misioneros. El obispo destina a seis sacerdotes para esa labor. Con los nuevos colaboradores se vuelve de nuevo a la Pesquería, donde establece un sistema de asignación de territorios.

Durante 1544 realiza más de veinte viajes de evangelización. En 1545 parte a las islas Molucas en compañía de Juan Eiro, llegando a Malaca poco después. Durante tres meses Francisco Javier aprendería un mínimo, el idioma y se familiariza con la cultura local; también traduciría, con ayuda de gentes entendidas, la parte básica de los textos de la doctrina católica. Ese mismo año escribe al rey de Portugal sobre las injusticias y vejaciones que les imponen los propios oficiales de Vuestra Majestad.

Sale hacia las Islas de Amborio y Ternate en enero de 1546, después de preparar las Instrucciones para los catequistas de la Compañía de Jesús. Llega a su destino al cabo de mes y medio. Recorre diferentes islas de la región y en Baranula (Ceran), según cuenta la tradición, un cangrejo le devuelve el crucifijo que había perdido durante una tempestad.

En junio llega a Ternate, rico centro comercial de especias y última posesión portuguesa, permaneciendo en ella tres meses. De allí sale a las islas del Moro, donde pasa otros tres meses. De las islas del Moro emprende viaje de vuelta a Cochín, donde llegaría el 13 de enero de 1548.

Después de realizar labores de reordenación y supervisión de las misiones establecidas en India y Molucas, donde se siente decepcionado con el deterioro sufrido, tal y como demuestra en sus cartas, parte para Japón, junto a sus compañeros Cosme de Torres y Juan Fernández y el traductor Anjirō, el domingo de Ramos de 1549, llegando a tierras niponas el 27 de julio.

Desembarcan en Kagoshima, entonces capital del reino Sur del Japón. Permaneció en esta ciudad durante un año y por tierras japonesas durante dos años y tres meses. En colaboración de su compañero Pablo de Santa Fe evangelizó por tierras niponas e hizo traducir la obra Declaración de los artículos de la Fe, que se aprendió de memoria y solía recitar en las esquinas. Para responder a las preguntas que los transeúntes realizaban se valía de un intérprete. Ante el fracaso de la misión, pensó en citarse con el rey de la zona con la esperanza de que si este se convertía al catolicismo, el pueblo también lo haría. En 1550 se dirige al norte con esta intención. Funda una pequeña colectividad cristiana en Hirado. Llega a Yamaguchi, luego a Sakai y, finalmente a Meaco, donde intenta, sin conseguirlo, ser recibido por el emperador.

Se traslada a Yamaguchi de nuevo y obtiene del príncipe la garantía de respeto a los conversos al cristianismo. Ante esa perspectiva realiza, junto con sus dos compañeros, una intensa labor de predicación que da su fruto en la creación de una pequeña comunidad católica. Esta labor, que fue realizada junto a Mateo Ricci —otro jesuita—, fue absolutamente pionera, y daría sus frutos porque aquellos cristianos perdurarían en su fe durante siglos.

El citado trabajo de Ana Hosne ahonda sobre el particular y muestra el trabajo no solo en Japón, sino en China y la región. Las circunstancias actuales reafirman la necesidad de diálogo y escucha entre las naciones, y más particularmente, las personas. La inculturación, y la adaptación mutua, es una necesidad imperiosa, y desde ya la autocrítica, cuestión que ejerciera magistralmente Francisco Javier, tal lo atestiguan sus cartas.

En este tiempo de encierro y cuidados mutuos, la sensibilidad aflora a flor de piel. Es una buena ocasión para repasar el trabajo de estos pioneros. Nos despedimos con el trailer de Silence, película de Martin Scorsese de 2016, que aborda el trabajo de unos misioneros en Japón.

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Fuente: https://ciudadnueva.com.ar

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