Hacer un aporte desde el Evangelio

Sr. Director:

Leí Mensaje de diciembre y su conjunto de artículos que, con matices, entregan una mirada positiva de los sucesos recientes: El país despertó, reaccionando contra el país del pituto, de las desigualdades, de los malos sueldos y las muchas deudas de quienes protestan. No más Tag. No más pasajes de metro… Lo clave –señala uno de los comentaristas– no es hurgar en la evidencia, sino en cómo cada caminante vive su realidad. La experiencia prima sobre la evidencia: es como si la arbitrariedad debiese reinar sobre la realidad. ¡No importa hablar de crecimiento del país, su capacidad de acoger extranjeros, la reducción de la pobreza, las conclusiones de los informes internacionales que reafirman que Chile no es el país más desigual del mundo ni de Latinoamérica, contradiciendo a la calle! Alguno señala que han podido escuchar en la bataola que lo que piden es una nueva Constitución. Que ese es el meollo de lo que la aflige. Es una visión simplista, cuando no populista, e interesada. Otro articulista no repara en la destrucción del Metro, pero sí de que se trata de un vehículo que pone en contacto a “explotados” con “explotadores” (el Papa, en tanto, habla de “exclusión” y no de “explotación”).

La separación entre violentistas y manifestantes pacíficos hoy es funcional a la violencia. Sin embargo, lo pacífico es acentuado por la presencia de religiosos en las marchas, impolutos, mirando el cielo, sin incomodarse por el caos a su alrededor. Duele ver esta falta de perspicacia entre nuestros religiosos y clero. Es razonable que los sociólogos aporten desde la sociología, los economistas desde la economía, etc. Pero también es indispensable un análisis en clave más explícitamente cristiana. Walter Kasper, en su libro sobre la Misericordia, refiriéndose a la muerte de Dios sentenciada por Nietzsche, comenta que a esta la siguió la muerte del hombre en referencia a las guerras y revoluciones del siglo XX. Manifestantes no temen quemar templos, porque saben que viven en una sociedad pusilánime. El dinero es lo central. Su falta humilla y de esto no se puede sacar más que resentimiento. No es una ayuda para cambiar y ser mejor, como sugiere San Ignacio en sus EE.EE. Una vía para acercarse a Dios sin destruir a quienes nos rodean. Para quien piense que Dios es inánime podrán interpretar esta alusión como opio puro y no como un camino de vitalidad. La familia frágil, siempre por problemas estructurales –multicausales– nunca por mezquindades personales graves.

No hay tampoco una palabra de reflexión sobre los millones de niños que nacen fuera del matrimonio en Chile. El responsable es el Estado, vía Sename, no los progenitores. Está de moda la sentencia en almas sensibles el «tenemos que hacernos responsables», sentencia vacía. La ley de aborto que contó con la benevolencia de la revista. La explicación ahí fue la conciencia y la violación.

Es cierto que la Paz es fruto de la Justicia. Pero la Justicia demanda integridad, esfuerzo, lucidez, perspicacia y, sobre todo, Gracia de Dios. Si no, nunca la vamos a alcanzar y esto también corre para los exigentes manifestantes. Ojalá Mensaje se incline por hacer un aporte desde el realismo del evangelio, que conoce lo hondo de cada uno de nosotros. Por mostrar cómo formas de vida que se han ido instalando no son neutrales y que su impacto en el agobio de los chilenos supera al tag y al mismísimo Pinochet. Por entusiasmar a jóvenes que no creen en el estudio ni en la familia, o que piensan que el amor no es posible, a recuperar estas esperanzas básicas. A quienes han destruido una puerta de progreso como el Instituto Nacional, decirles que no son gente de fiar. Un país guiado por la calle tiene mal pronóstico. En resumen, que Mensaje analice la crisis de Chile desde la perspectiva del evangelio y más allá del seguimiento de Jesús. Que nos ayude a reconocer las responsabilidades que cada uno tenemos en el agobio que vivimos, a que los ciudadanos cumplamos con nuestras obligaciones y a que apoyemos a las autoridades para que cumplan decididamente con las suyas.

Rodrigo Pablo

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