En el contexto sociocultural y eclesial que vivimos, tenemos sed de compartir el sentir más profundo, deseamos ser escuchados; pero podemos oír y no estar escuchando.
¿Quiénes no hemos deseado que alguien nos escuche? Y cuando el otro realmente nos demuestra que le importamos, ¿nos sentimos contentos?
Ansiamos poder compartir con alguien lo que sentimos y lo que pensamos frente a las diversas experiencias de la vida, quizás con niveles de interés distintos; sin embargo, con una necesidad en común: ser escuchados. Urge en nuestros días saber escuchar, saber poner el oído del corazón en actitud de acogida al otro. El escuchar implica una dimensión de apertura y un compromiso con el que nos habla, no es oír y seguir con nuestros pensamientos y quehacer.
Escuchar a alguien me desafía a salir de mí mismo para entrar en el mundo del otro. Para esto, es necesario mucha humildad para saber dejar al otro ser el protagonista de la comunicación, y yo, el que la recibo y participo con él.
Solamente una persona que sabe escuchar las señales de los tiempos puede tornarse en gran colaborador de Dios y servidor de otros. San Ignacio de Loyola fue un hombre de grande escucha y no nos cabe duda de su capacidad. En el libro Recuerdos Ignacianos —de edición Manresa— Luis Gonçalves da Câmara, en el número 199(*) nos narra «cómo el Padre mira en el rostro, aunque esto muy pocas veces, cómo calla a sus tiempos, cómo en fin usa de tanta prudencia y artificio divino, que las primeras veces que conversa con uno, luego le conoce de pies a cabeza». Este es un ejemplo que indica la capacidad que tenía de escuchar, observando, respetando el otro, dándole el espacio de acogida y apertura, identificando los sentimientos.
Normalmente hablamos mucho y recibimos mucha información. Sin embargo, ¿escuchamos realmente lo que nos pasa y pasa al otro? Frente a lo sucedido en nuestra Iglesia, ¿hemos realmente escuchado en profundidad los sucesos? ¿Hemos buscado la raíz de donde nos está viniendo este mal? ¿Escuchamos a las personas o solo nos hemos alimentado de la información recibida? La escucha nos mueve hacia el cambio, a la pregunta inteligente que trata de la verdad que motiva a la persona para abrir su corazón, porque siente la confianza para hacerlo. ¿Hemos escuchado de dónde nos viene tanto fracaso y decepción?
DESAFIADOS A ESCUCHAR
Luis Goncalves da Cámara, refiriéndose a san Ignacio en el mismo libro en el número 202, 2°: «El Padre, mudando yo un propósito sin premunición ni pedir licencia, estuvo mucho tiempo sin responderme. Y esto se nota continuamente en él: que nunca muda propósito sin prefación, ni los que le conversan sin pedirle licencia; porque es tan concertado en su hablar, que ninguna cosa dice acaso, sino primero todo considerado…».
El saber escuchar faculta la buena comunicación y la fidelidad de lo recibido. Ignacio ilumina nuestros tiempos, enseñándonos que primero está el escuchar mucho para luego hablar; hay que escuchar mucho a la gente, sentir con ella, no querer tener respuesta para todo. A veces solo necesitamos una buena oreja. Ni siquiera queremos consejos. Es suficiente sentir que alguien se interesa por nosotros.
En el número 289, 1°, Goncalves da Cámara dice: «Acordarme he de cuántas veces el Padre me ha enseñado, con diversos modos, de no hablar precipitadamente, sino que nunca debo de decir palabras sin que primero la(s) haya pensado…». Es otra indicación de la importancia del saber escuchar; tiempos de silencio para también discernir, lo cual tiene que ver con escuchar la voz de Dios, que habla en la conciencia y en la voluntad de cada persona. Dios se comunica a nuestra propia vida y realidad.
Estamos invitados y desafiados en estos tiempos a poner el oído y permitir que el otro sienta que es importante, que lo que piensa y siente lo puede compartir. Crear espacios de escucha para leer las señales de los tiempos y encontrar la voluntad de Dios. MSJ
(*) Recuerdos ignacianos, Memorial de Luis Gonçalves da Câmara (versión y comentarios de Benigno Hernández Montes, S.J.), Mensajero-Salterrae.
_________________________
Fuente: Reflexión publicada en Revista Mensaje N° 674, noviembre 2018.