Ira

Frente a la ira, la alternativa no es la paz de los apáticos, aquellos a quienes nada afecta. Es, más bien, la pasión de quien no olvida, por más intensidad con la que viva las cosas, al prójimo.

Mal humor lo tenemos todos, incluso quien tiene un carácter afable y casi siempre sonríe. Ratos en que se te cruza el cable, o andas molesto por algo, o las circunstancias que sean te tienen sombrío. No se trata de que uno tenga que estar abonado a la quietud —por muy bienaventurados que sean los mansos—. Pero sí se trata de no llegar a esas situaciones en las que el mal humor te domina y te lleva a donde no quieres. Porque de esto se trata con la ira, de preguntarse si uno está en control, o si una emoción —en concreto el enfado— se vuelve tan intensa que no eres capaz de controlarte. Y conviertes la irritación en agresión a los otros, al mundo, a los objetos, a lo que se te ponga por delante.

El problema de la ira es que convierte al que está airado en un bruto, un energúmeno que, poseído por su enfado, rabia o indignación por lo que sea, se salta los límites básicos y agrede al prójimo. Puede ser más zafio, y la agresión es incluso física, o más sutil, y la ira te lleva a decir lo que se clava en el otro como un puñal hiriente. La ira solo deja detrás tierra devastada.

Frente a la ira, la alternativa no es la paz de los apáticos, aquellos a quienes nada afecta. Es, más bien, la pasión de quien no olvida, por más intensidad con la que viva las cosas, al prójimo. A veces será calma, y otras, enfado, pero siempre respeto. A veces será silencio, y otras, palabra, pero nunca insulto. Implicará conflicto en ocasiones, pero sin convertirse en algo personal.

_________________________
Fuente: https://pastoralsj.org

ARTÍCULOS RELACIONADOS

logo

Suscríbete a Revista Mensaje y accede a todos nuestros contenidos

Shopping cart0
Aún no agregaste productos.
Seguir viendo
0