Jesús, como signo de contradicción

Existe el escándalo que produce una aberración moral, pero existe también el que provoca aquello que se sale justamente de lo comúnmente aceptado. Es un hecho que Jesús provocó escándalo y fue un signo de contradicción.

El Viejo Simeón, al recibir al niño en el templo, le dijo a su madre: “Este niño será signo de contradicción” (Lc 2, 36’) y más adelante Pedro, habiendo experimentado en carne propia la verdad de esa profecía, añadió: “Él es piedra de tropiezo y roca de escándalo” (I Pedro 2, 6).

Quienes nacieron y crecieron en un ambiente cristiano recogen con respeto y sin cuestionar las palabras de Jesús. Imitarlo a Él y seguirlo en su caminar parece ser un sendero seguro, propio de gente buena y reconocida por su calidad moral. Los “biempensantes”, al parecer, se inspiran en Él y en su tradición. No fue así en tiempos del Señor. Los jefes religiosos, los que conocían y enseñaban las escrituras, los maestros de la Ley, los poderosos, se escandalizaban profundamente con sus dichos, con su libertad y con su actuar. Lo condenaron por blasfemo. Por tratar de ir al espíritu de la Ley, fue profundamente libre ante la letra de ella y eso necesariamente generó inseguridad. Ciertamente, Él no pretendía escandalizar, pero con su actuar ponía de manifiesto las hipocresías, las falsas tradiciones y las razones ocultas. Quienes hoy parecemos “razonables”, ¿no nos escandalizaríamos también, si hoy nos encontráramos con el Señor? Y, lo que es más triste, ¿no se extrañaría Él al oír que nos llamamos sus discípulos?

Nadie puede discutir que Jesús es un referente central en la historia humana. De hecho, casi universalmente se divide el tiempo en un antes y un después de su nacimiento. Sin embargo, el respeto, la admiración y el amor a veces han deformado al Jesús histórico y han silenciado los aspectos conflictivos de su existencia. Se habla a menudo de Él como “dulce Rabí de Galilea”, que nos trajo y nos trae la paz. Pero su paz no es fácil de entender. Su vida estuvo llena de conflictos que lo llevaron a la cruz. Miles de personas murieron mártires por seguirlo a él. Este hombre que es el símbolo de la paz, de la humildad, nos advirtió que no había venido a traer paz a la tierra. La verdad tuvo su precio.

Puede ser muy instructivo pensar cómo reaccionaría Jesús hoy, en tiempos de tantos cambios como los nuestros, cuando costumbres que parecían firmes y seguras se evanecen, cuando se nos pide que seamos capaces no de repetir sino de discernir. Es posible y muy probable que muchos hoy también se escandalizarían de su libertad, de su modo de relacionarse con Dios, con los más pequeños, con los pecadores.

En el decurso de la historia, los seres humanos hemos ido creando instituciones, asumiendo comportamientos sin reparar que a menudo tales creaciones nuestras no eran del todo fieles a lo que Jesús obró. Consideramos naturales, lógicas y cristianas muchas actitudes. Oponerse a algo que parece “natural” desorienta y mucho más si esas construcciones sociales obedecen a intereses particulares que quedan heridos si se propone un cambio.

Con estas páginas abriremos una sección de Mensaje. En breves columnas, mes a mes, frente a los criterios sociales, políticos, económicos y religiosos que nos guían, que guían a los cristianos y a los que no lo son, trataremos de preguntarnos, como lo hizo el Padre Hurtado, “¿Qué haría Jesús si estuviese en mi lugar? ¿Qué hizo realmente Jesús en su tiempo?”.

El escándalo puede ser profundamente liberador… aunque puede desconcertar. Existe el escándalo que produce una aberración moral, pero existe también el que provoca aquello que se sale justamente de lo comúnmente aceptado. Es un hecho que Jesús provocó escándalo y fue un signo de contradicción. No es nuestro objeto “escandalizar”, sino honestamente revisar nuestros criterios confrontándolos con los de Jesús. Este es un desafío y un modo honesto de leer el evangelio hoy. MSJ

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