Jesús de Nazaret, cuerpo poético y transfigurado

Jesús de Nazaret es cuerpo poético, porque experimenta la muerte y, en esa experiencia, Dios se hace solidario de nuestra propia muerte.

La Pascua es el eje central de toda la experiencia cristiana. La memoria de la Muerte y Resurrección de Jesús es aquello que da sentido y razón de ser a todo lo que el cristianismo es y, desde allí, van surgiendo las claves del anuncio de la vida que Jesús de Nazaret ofrece al ser humano. Lo que la Pascua celebra es, ante todo, la expresión más radical de la Encarnación (Cf. Jn 1,14). El hacerse hombre de Dios en Jesús de Nazaret implica que Dios mismo asumió un cuerpo, se hizo parte del tiempo y del espacio, vivió en medio de las circunstancias conflictivas de toda experiencia humana (con excepción del pecado), asumió el dolor y la muerte, “y una muerte de cruz” (Flp 2,6-11). Por ello es por lo que quisiera pensar cómo Jesús de Nazaret es un cuerpo poético. Aquí estoy utilizando la expresión de la poeta argentina Alejandra Pizarnik, término utilizado en su poema “El sueño de la muerte o el lugar de los cuerpos poéticos”.

Para Pizarnik los “cuerpos poéticos” tienen que ver con la experiencia de la muerte, la muerte que llama de noche, que canta junto al río y que nos hace cantar sobre un escenario de cenizas. Los cuerpos poéticos son aquellos que transitan la muerte y que permiten que entendamos de un modo particular la misma experiencia de la muerte. Para Pizarnik el cuerpo poético, el cuerpo expuesto al dolor y a la muerte, está presente (“alienta”, dice la poeta) desde el “lugar de mi nacimiento” y, por ello, no se puede circundar, es decir, no se puede evitar. La muerte, como nota definitoria del ser humano, acompaña todo el trayecto vital.

La Encarnación, el gran escándalo del cristianismo, tiene que ver con el cuerpo poético, porque la muerte no queda expulsada de la Encarnación, sino que la involucra. El Cristo de la pasión y de la muerte solo se puede comprender a la luz de la Encarnación, de la comprensión atenta de su cuerpo (de toda su integralidad humana), de un cuerpo vulnerable y vulnerado. Por ello Jesús de Nazaret es cuerpo poético, porque experimenta la muerte y, en esa experiencia, Dios se hace solidario de nuestra propia muerte. La entrega del cuerpo de Jesús, tanto del cuerpo histórico y material del Nazareno, así como de su cuerpo en el pan y el vino y de su cuerpo presente en la comunidad, se pueden comprender desde esta perspectiva de los cuerpos poéticos.

El teólogo español Daniel Izuzquiza habla de los “cuerpos transfigurados”, que son cuerpos y vidas que nos hacen ver de manera anticipada el futuro pleno de Dios en la historia. El cuerpo de Jesús de Nazaret es el lugar por excelencia en donde experimentamos la presencia de un Dios amante de su creatura humana y de la creación salida de sus manos. Los cuerpos transfigurados de Izuzquiza inauguran un modelo de vida auténtico en cuanto la vida se dona, se entrega y, entregándose, da vida. Por ello el sentido escatológico de la historia (su sentido de plenitud) está inaugurado por un cuerpo sufriente y transformado, el del Cristo crucificado y resucitado. Por ello la historia es fundamentalmente corporal, marcada por las relaciones fundamentales que poseemos y vamos ejercitando.

En la Pascua de Jesús vamos discerniendo el proyecto de ser más, de avanzar desde el Espíritu del Resucitado hacia una meta que otro nos ofrece y que nos ofrece en cuanto hubo una donación radical de su cuerpo y de su vida, donación que comenzó en la Encarnación, en Belén, en los gestos y palabras, en la Cruz y en la Resurrección. Aprender la Pascua como expresión del cuerpo puede ser una perspectiva que nos permitirá profundizar en nuestra propia vida sobre todo en estos días pascuales.

¡Feliz Semana Santa! MSJ

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