Jesús, ¿pero qué Jesús?

Quien ha estado trabajando en pastoral sabe lo costoso y difícil que es. No solo bregar con el responsable, con el director o con el conserje de turno para que te deje usar unas aulas, sobre todo con los alumnos, con los compañeros y amigos e incluso con uno mismo. Convencer a los demás de la pastoral merece la pena y que no es un peaje más, de que no solo es algo bueno sino necesario para las personas y que si no anunciamos el Evangelio hay una parte en nosotros que se muere —tanto personal como institucionalmente—.

Sin embargo, no se trata solo de que los jóvenes se apunten masivamente a la pastoral o de que haya una gran lista de espera —esto no suele ocurrir demasiado—. Hay una pregunta más honda, más necesaria y más difícil: ¿qué Jesús transmitimos y cómo lo hacemos? Porque en función de a quién, a qué y cómo adoremos, los resultados serán unos u otros. Porque no es lo mismo transmitir un dios castigador que se vuelve un carcelero para nuestra conciencia, un dios voluntarista más propio de una ONG que otra cosa o un humanismo licuado que pacta con todas las causas pero sin referencias ni categorías por donde transmitir la fe que la Iglesia nos propone.

¿Qué Jesús transmitimos y cómo lo hacemos?

No podemos olvidar que en la pastoral tratamos de anunciar la buena noticia de Jesús, el Hijo de Dios, y que con su vida, muerte y resurrección, nos salva y nos ofrece un horizonte de plenitud para nuestra vida. Es el Dios de la misericordia, al que alabamos, adoramos y servimos en nuestras vidas, y que nos hace amar a otros —especialmente a los más pobres— y nos invita a encontrar nuestro lugar en el mundo. Una reflexión más que necesaria, y que sin querer se nos puede pasar a menudo.

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Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.