Juan Fuenzalida, superior de comunidad jesuita en Tirúa: “Si se fija un itinerario político serio, el conflicto se puede destrabar”

Con ocho años viviendo en terrenos de la comunidad Anillén, del sector Las Misiones de Tirúa Sur, el sacerdote profundiza en el rol que cumple el grupo de tres religiosos en la Provincia de Arauco. Además, aborda las causas de lo que denomina “las violencias” que arrecian en la zona y aboga por un diálogo intercultural que cuente con garantes internacionales y continuidad más allá de los ciclos de cada gobierno.

“La principal labor pastoral ha sido hacia nosotros mismos, los jesuitas y la Iglesia Católica. Ha sido el tener la posibilidad de convertirnos a partir del contacto con este pueblo. De ensanchar el corazón. De aprender a ser minoría. De acercarnos al diálogo intercultural. Es la gente de esta tierra la que ha hecho este trabajo. Y desde nosotros como comunidad, tratar de ser puente entre el pueblo mapuche y nuestra cultura de origen y ser presencia que aporta desde lo que nosotros somos y tenemos para los procesos de recuperación”.

Así resume Juan Fuenzalida, superior de la comunidad jesuita que reside en Tirúa, Provincia de Arauco, el rol que cumple junto a otros tres sacerdotes católicos en los terrenos de la comunidad Anillén, del sector Las Misiones de Tirúa Sur, en medio de un conflicto que ha recrudecido en los últimos años.

EL ROL DE LA COMUNIDAD

En el libro “Mitos chilenos sobre el pueblo mapuche”, del cual ustedes son autores, describen con profundidad las demandas mapuches. ¿Ustedes se sienten parte del denominado movimiento mapuche o se consideran más bien como “observadores” de ese movimiento? 

Ciertamente no somos parte del pueblo mapuche, ni de su movimiento. Tampoco simples observadores, puesto que sería tener una posición pasiva y neutral. A partir de nuestra experiencia durante estos años, reconocemos que hay demandas del pueblo mapuche que son justas, y en ellas nos sentimos colaboradores.

¿Cuál es el rol que cumple la comunidad jesuita en Tirúa para interceder hacia un mayor diálogo entre Estado, forestales y mapuches?

Creo que tenemos la misma responsabilidad que todas y todos los habitantes de este país para aportar al diálogo. Y nosotros, desde este lugar privilegiado en el que vivimos, poder compartir lo que ven nuestros ojos y tomar partido por lo que nos parece justo. Es lo que hacemos con nuestros mundos fuera de Tirúa, con quienes nos visitan, con quienes nos leen, con quienes nos preguntan. Pero el diálogo tiene que ser con el pueblo mapuche. Nosotros no somos voceros de nadie.

TENSIÓN RECIENTE

¿Cómo han sido las últimas semanas desde el punto de vista de la convivencia en la zona donde ustedes residen? ¿Perciben una mayor tensión a partir del episodio de desalojo de la Municipalidad de Tirúa y los posteriores hechos de violencia, como quemas de casas y de vehículos? 

Efectivamente el amplio despliegue de fuerza policial en el desalojo de la Municipalidad y los hechos de violencia posteriores evidencian la tensión existente. Lo que era una toma con un sentido de protesta por la indolencia del Estado frente al problema, ameritaba tomar la opción del diálogo y no el uso de la fuerza por parte de la autoridad chilena. Y es esta reacción del gobierno la que detona un espiral que tensiona la vida para todos los que vivimos en este territorio.

En general, ¿cómo describe la relación de las comunidades mapuches con aquellos que no son mapuches y que son, en muchos casos, sus vecinos?

Hay que poner atención que las relaciones son en ambos sentidos, nunca son unilaterales. Y cada vecino tiene una historia particular con los demás, que se va entretejiendo de modo único, a partir de los acontecimientos que han pasado a lo largo de los años, no sólo con las generaciones actuales, sino que se heredan las relaciones del pasado también. En algunos casos, hay una convivencia normal y amistosa; en otros, hay distancia exenta de conflictos; y en otros, hay tensiones y agresiones, a veces de parte de un lado, y otras de parte del otro.

Una acusación recurrente desde el mundo mapuche es que son víctimas de expresiones de racismo que se habrían intensificado las últimas semanas. ¿Han sido testigos de expresiones de ese tipo donde ustedes habitan? 

A diferencia del pasado, hoy somos más conscientes de lo inaceptable del racismo, sin embargo, igual se nos cuela en nuestras relaciones y expresiones, pero quizá de modo más sutil. A veces los chilenos no reconocemos la particularidad del pueblo mapuche y provoca en nosotros el ninguneo: “Chilenos y mapuches son lo mismo”; otras veces se nota en un sutil trato al otro como “mapuchita”. Cada uno puede hacer una revisión de sus actitudes que denotan ese racismo que puede estar latente en nosotros.

¿Cree que el acuerdo entre el Gobierno y el machi Celestino Córdova ayudará a reducir la tensión vivida las últimas semanas en Arauco y La Araucanía?

Yo espero que sea una ayuda para destrabar el conflicto, y que baje la tensión de estos últimos meses. Sin embargo, espero también que como país reconozcamos que la solución de fondo pasa por cambios políticos estructurales, y que tomemos conciencia que la justa demanda de nuestros pueblos originarios sea encauzada responsable y activamente por nuestros líderes políticos. La no atención política adecuada a estas demandas, y su abordaje meramente policial trae ciclos de violencia y contraviolencia cada vez más intensos y seguidos.

¿Tiene para usted algún valor, como señal o intención de diálogo, ese acuerdo entre el Ministerio de Justicia y el machi Córdova para que depusiera su huelga? 

Tanto la resolución de Gendarmería como el acuerdo, son valorables como parte del proceso de diálogo. Pero debemos recordar que los diálogos no son sólo sentarse a la mesa, sino también cumplir activamente y de buena fe los acuerdos alcanzados. Y en ese sentido, como país tenemos una deuda grande con nuestros pueblos originarios.

LA VIOLENCIA EN LA ZONA

En el mismo libro citado ustedes hablan de la existencia de “violencias” en plural, ya que plantean que son diversos agentes, mapuches y chilenos, quienes la ejercen y la padecen, por distintos motivos y de distintos modos. ¿Usted condena todas esas violencias?

Condeno todas estas violencias. Pero así también, hay que ser justos en la autocrítica como país que hay raíces de estas violencias de las que somos responsables nosotros.

También como jesuitas han planteado que “la legalidad de las tierras mapuches en manos privadas no asegura su legitimidad, por más que sea la tercera generación quien ahora vive ahí”. Entonces, ¿le parecen legítimos los actos que se definen como acciones de recuperación de tierras?

Es variado el repertorio ocupado por el movimiento mapuche en pos de la recuperación de tierras, y cada una de las acciones debe ser mirada en su singularidad. Pero no por ser legítimo el objetivo perseguido, cualquier medio para conseguirlo lo es. Así como no considero legítimo cualquier medio ocupado por el gobierno de turno para hacer frente a las recuperaciones.

¿Qué representa para usted la quema de una vivienda de un particular, que no es ni un “latifundista” ni es parte de lo que denominan “la gran industria forestal”? 

De nuevo, no me parece adecuado referirse de modo general a hechos que tienen una marca particular. Pero me parece que quemar el lugar donde vive otra persona, donde están sus recuerdos, donde los niños llegan luego de un día de escuela, donde la familia se reúne a celebrar sus alegrías y a pasar sus penas, es un hecho condenable por donde se lo mire.

Y la reciente quema de escuelas en la Provincia de Arauco, ¿cómo las califica?

Según tengo entendido, ninguna de las quemas de escuelas ha sido reivindicada por el movimiento mapuche. Me parecen acciones del todo oscuras, que tienden más bien a confundir, y para las que no tengo explicación.

¿Cree que el Estado de Derecho está en riesgo o amenazado en Arauco?

No soy abogado para dar una respuesta académica, pero entiendo que en Arauco y en el resto del territorio mapuche hay un Estado que no ha reconocido el derecho de un pueblo —como es el pueblo mapuche— de vivir y desarrollarse como tal. Y eso sigue amenazando la convivencia de todos quienes vivimos en este territorio.

Recientemente usted ha suscrito una carta firmada por agentes pastorales en La Araucanía donde se plantea que “las demandas de los presos políticos mapuches en huelga de hambre han sido constante e intencionalmente invisibilizadas”. ¿En qué fundamentan la atribución de la condición de “preso político” para personas detenidas por hechos que, a la luz de la Justicia chilena, son delitos y, en algunos casos, crímenes?

La atribución de preso político corresponde al entendido que en algunos casos los que están en huelga de hambre han actuado motivados por razones políticas legítimas. Eso no los exculpa de los delitos y crímenes que hayan cometido en la búsqueda de esas acciones políticas.

Hacia el futuro, ¿tiene alguna esperanza en que el diálogo político por el que aboga pueda llevarse a cabo?

Por supuesto que tengo esperanza, pero también desconfianzas aprendidas. Entiendo que este será un diálogo que aborde las legítimas demandas de los pueblos originarios, que incluya los tres aspectos principales: reconocimiento como pueblo-nación, su autonomía, y el territorio; que genere un proceso colectivo de definiciones, con garantes internacionales, y que asegure la continuidad en el tiempo, más allá de los gobiernos de turno.

¿Y ve posibilidades de que en el corto plazo se pueda poner fin a la violencia que se observa en la zona?

No creo que todas las expresiones de violencia que se viven en el territorio se terminen con el movimiento de una varita tras pronunciar una complicada fórmula mágica. Pero si se fija un itinerario político serio, con las condiciones que nombré, abordaje de estructuras políticas, generación de un proceso con continuidad en el tiempo y con garantes internacionales, el conflicto se puede destrabar e ir encauzando adecuadamente.


La experiencia de vivir en Tirúa

Con ocho años en Tirúa, ¿cuánto cree que ha cambiado su conocimiento del pueblo mapuche?

Ciertamente he tenido la oportunidad de acercarme a la vida de este pueblo, tanto a su historia como a su cosmovisión. La posibilidad de vivir en su tierra y de establecer amistades con su gente me ha puesto en un lugar privilegiado para contemplar lo que ellos son, entender sus luchas, amar sus búsquedas y alimentarme de la vida que brota en ellos.

¿Qué es lo más importante que ha aprendido de su vida allí?

Estoy en proceso. Aprender muchas veces lo vinculamos a apropiarnos o adquirir conocimiento. Lo que se me ha regalado es poder asomarme a un modo de experimentar la vida y las relaciones que es distinta a la de mi cultura materna occidental. Ha sido comenzar a contactarme con mis manos como fuente de encuentro con la vida, y ya no tanto mi cabeza. Pero la cabra tira pal’ monte… es un regalo frágil.

¿Y hay algo que le haya costado especialmente comprender de la cosmovisión mapuches?

Lo que más me ha costado comprender, es que la cosmovisión no se comprende sino que se olfatea, se acaricia, se mira, se celebra, se encuentra.

¿Y cuál cree que es el principal factor de la falta de comprensión que usted describe, por parte de la sociedad chilena hacia los mapuches?

Que nos seguimos pensando como una cultura superior. Creemos que lo nuestro es “el” modo, “lo” mejor. Que nosotros sabemos lo que es mejor para los demás, y no nos acercamos con respeto frente al modo de vivir de nuestros pueblos originarios. Que no estamos dispuestos a enriquecernos con su sabiduría, con la diversidad que habita en el país llamado Chile. Como por ejemplo, nosotros valoramos más, pensamos que es mejor, alguien que ha ido a la universidad que alguien que ha vivido toda su vida en el campo.


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Fuente: Texto e imagen, gentileza de Diario El Sur, https://www.elsur.cl/impresa/2020/08/24/papel/

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