La amenaza

No deberíamos necesitar la sombra del Armageddon para elegir vivir con criterio, hondura y sentido.

En declaraciones en una cena parece ser que Joe Biden ha dicho algo así como que nunca desde los años 60 se ha estado tan cerca como ahora de una agresión nuclear. También ha dicho que, de producirse, solo puede conducir a una escalada, y al Armageddon (entendido como guerra total). Yo casi prefería quedarme con el otro Armageddon, asociado a Liv Tyler, Bruce Willis, Ben Affleck, una canción de Aerosmith y la película de los 90.

Parece ser, dicen los mismos medios informativos, que, en esto de la guerra de Ucrania, lo que han ido anunciando los servicios secretos norteamericanos una y otra vez se ha ido cumpliendo. Y uno se pregunta, ¿es tan así? ¿O lo dicen para darle más dramatismo —como si fuera necesario— al tema?

Parece ser, dicen los mismos medios informativos, que, en esto de la guerra de Ucrania, lo que han ido anunciando los servicios secretos norteamericanos una y otra vez se ha ido cumpliendo. Y uno se pregunta, ¿es tan así?

Lo cierto es que me ha hecho pensar. Si de verdad nos tomásemos en serio (o nos creyésemos) que esta amenaza es inminente, ¿qué podríamos hacer? Supongo que, en lo político, pedir a nuestros líderes que no malgasten ni un minuto más en peleas mezquinas y cálculos electorales. Quizás por ese lado no consiguiéramos mucho. Pero desde luego lo que sí haríamos, si creemos de verdad que en cuestión de semanas se puede desencadenar un infierno nuclear, es dejarnos de idioteces en lo personal. Iríamos a ver a nuestros seres queridos. Intentaríamos hablar a corazón abierto con la gente a la que amamos. Es posible que nos pidiéramos perdón. No malgastaríamos ni un instante en ideologías ni en estrategias. Comprenderíamos lo prescindible de muchas urgencias cotidianas. Posiblemente sería una sacudida para nuestra fe, que nos haría confrontarnos de verdad con nuestras certidumbres, dudas y esperanzas para esta vida y la que viene.

Creo que si esto no nos está ocurriendo en masa, es porque no terminamos de creer en la inminencia o posibilidad de esa guerra nuclear. Yo, al menos. Y ojalá mi escepticismo sea razonable. Ojalá tenga razón al creer que todavía queda algo de cordura como para no llevar al mundo a esos escenarios. Ojalá.

Pero también pienso. ¿Es que hay que esperar a estar en situaciones límite para reordenar las prioridades? Ya nos pasó con la pandemia, y creo que no terminamos de disponer bien la vida antes de volver a viejos ritmos, urgencias y sobrecargas. Comprendo que uno no puede vivir siempre en estado de sobresalto. Y que, fuera de algunos manuales de autoayuda simplones, pues tampoco parece razonable el consejo de vivir cada día —o cada semana— como si fuera el último. Pero, ¿no nos aporta algo pensar en la finitud, en lo limitado del tiempo y en la cantidad de bobadas en que se nos van las horas y los días? No deberíamos necesitar la sombra del Armageddon para elegir vivir con criterio, hondura y sentido.


Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

La tristeza como aliada
La meta-agenda 2024
A vuelta con las pantallas
Renovación interior
logo

Suscríbete a Revista Mensaje y accede a todos nuestros contenidos

Shopping cart0
Aún no agregaste productos.
Seguir viendo
0