El lenguaje organiza, enmarca y diferencia y, por ende, el lenguaje pascual organiza el mundo, lo enmarca y lo diferencia desde el criterio pascual.
Porque tu palabra y tu lenguaje son un abrazo en el espacio cotidiano.
El lenguaje constituye el modo fundamental a través del cual los seres humanos habitamos el mundo. Recibimos lenguaje, somos lenguaje, damos lenguaje y todo se puede traducir como un determinado modo del lenguaje. La misma experiencia de la revelación bíblica se enmarca dentro de una comprensión del decir (Dios dijo… escucha Israel…). Filósofos como Walter Benjamin ya intuyeron que Dios había creado al mundo con un fundamento lingüístico y que ese lenguaje hacía que todo lo creado compartiese el vínculo del decir con su Creador. El lenguaje forma parte del mundo, del ser humano y de las experiencias religiosas. Existe, por tanto, una auténtica circulación del lenguaje, tema del cual trata mi columna semanal.
Cuando pensé el tema de la circulación del lenguaje lo propuse en el marco específico de la Pascua de Jesús. Noté que en los textos bíblicos que narran el acontecimiento de la resurrección existe un hilo conductor muy marcado, a saber, que los personajes interactúan desde determinados modos de usar el lenguaje, la palabra y el discurso. Quizás puede sonar evidente este uso porque los evangelios son una narración que intenta dar testimonio de experiencias religiosas particulares. Pero quiero llevar este elemento a un espacio más profundo, a saber, la cuestión de qué implica que el lenguaje vuelva a circular gracias al acontecimiento pascual. Entonces podría aparecer la siguiente formulación casi axiomática: la Pascua permite que el lenguaje de los sujetos vuelva a desplegarse, lenguaje puesto en crisis por el trauma de la cruz y de la muerte de Jesús. Y, a su vez, podría aparecer una segunda formulación: la circulación del lenguaje ayuda a que la comunidad reorganice su experiencia con el Resucitado, quien es el agente causante de la circulación.
La Pascua permite que el lenguaje de los sujetos vuelva a desplegarse, lenguaje puesto en crisis por el trauma de la cruz y de la muerte de Jesús.
Vamos por partes. En varios trabajos teológicos recientes se está dando la cuestión de que la cruz fue efectivamente un momento traumático (A. Gesché, S. Jones, M. Recalcati…) para la comunidad y que por la experiencia del trauma esa misma comunidad se vio enfrentada a un quiebre en sus modos del discurso. Algo ocurre en el sujeto que no se puede decir de manera total lo acontecido. Se habla de algo así como un lenguaje fragmentado. Por el trauma la palabra y el lenguaje se vendrían a detener y a poner en estado de suspensión. Entonces lo que vendría a desplegarse en el momento de la Pascua es que el resucitado al interactuar o hacerse presente en medio de la comunidad, es permitir que esa misma comunidad vuelva a activar la palabra y, por tanto, a dar nueva circulación al lenguaje que puede tomar formas como testimoniar el acontecimiento, volver a vincularse comunitariamente o volver a discernir las formas específicas de vivir la historia. El lenguaje organiza, enmarca y diferencia y, por ende, el lenguaje pascual organiza el mundo, lo enmarca y lo diferencia desde el criterio pascual.
Por ello, la circulación del lenguaje puede ser otro nombre para la Pascua de Jesús, porque a través de la narración, de contar lo acontecido y de profundizar en esa misma experiencia narrativa, la comunidad pudo ir generando formas de soporte para comprender qué implicancias tuvo la acción específica de Dios para ellos. Y, a su vez, esa misma circulación resucitada nos impacta a nosotros gracias a la profundización en la lógica de la contemporaneidad, en tanto cuanto la narración que esa misma comunidad nos ha ofrecido en el relato evangélico nos permite también hacer la experiencia de su propia Pascua.
Imagen: Pexels.