La dificultad para dar el primer paso

El futuro nos abruma y ansía. Sin embargo, el Señor nos pide dar solo el siguiente paso posible; ni uno más, pero tampoco menos.

Aunque poco tengan que ver el paracaidista austríaco Felix Baumgartner y el atleta estadounidense Jesse Owens, lo cierto es que ambos consiguieron que el planeta contuviese la respiración ante lo extraordinario de sus saltos infinitos. Baumgartner, con aquel salto estratosférico a más de 39.000 metros de altura. Y Owens, atravesando el tiempo y fijando por entonces el récord mundial de salto de longitud en 8,13 metros; una proeza insuperable durante 25 años.

A veces parece que Baumgartner y Owens estén detrás de algunas de las metáforas más recurrentes cuando se trata del seguimiento de Jesús: nos invitan a cerrar los ojos y a dar saltos al vacío como signo de confianza en el Señor, o a coger la carrerilla necesaria para pegar un brinco e ir tras Él. Y así, va calando en nuestro corazón que tal vez eso de ir detrás de Cristo esté reservado a unos pocos valientes, inconscientes saltimbanquis, capaces de realizar grandes proezas áreas. Por lo que acabamos no dando el primer paso y nos apeamos del seguimiento del Señor antes siquiera de comenzarlo. Sin embargo, ir tras Jesús tiene poco de grandes saltos, y mucho menos de los del calibre de Baumgartner y Owens; porque el salto de la fe no es hacia al vacío, sino saltar hacia Jesús. Claro que la fe conlleva incertidumbres y pide grandes dosis de confianza, pero reconociendo que sabemos de quién nos hemos fiado. Cuando Pedro, Santiago, Juan y compañía lo dejaron todo y lo siguieron, desconocían a dónde les iba a conducir todo aquello, pero tenían una seguridad mayor: la de saberse en las mejores manos. A un vacío que es siempre tenebroso, abismal y sin coordenadas, se contrapone un Jesús que es Camino, Verdad y Vida y en el que uno cae siempre de pie. Esa fue también la experiencia del ciego Bartimeo, que tras las huellas de Jesús recobró la vista y todas las cosas se le hicieron nuevas, recordándonos que con los ojos cerrados no se le puede seguir.

Salvado el salto al vacío, todavía nos queda ahora salvar las distancias. El Señor se sitúa tan cerca de nosotros, tanto, que basta un solo paso para alcanzarle. Y una vez alcanzado, se acompasa a nuestro ritmo. La dificultad del primer paso viene muchas veces por adelantarnos a los acontecimientos; entonces el futuro nos abruma y ansía. Sin embargo, el Señor nos pide dar solo el siguiente paso posible; ni uno más, pero tampoco menos. Esa fue la experiencia de la virgen María, a la que el Señor no le pidió de golpe todos los síes de su vida: el primero y esencial vino con la visita del ángel Gabriel, pero después seguirían otros, cada uno a su tiempo, en los que Dios fue capacitándola a cada paso posible hasta llevarla a los pies de la cruz acompañando a su hijo. Como a ella, el Señor nos va exigiendo a poquitos y capacitando siempre, y como ella somos invitados a dar ese primer paso que haga posible que el Señor obre milagros en nosotros.

Hay un dicho que dice que la vuelta al mundo se da con un solo paso, porque después de uno, siempre puedes dar otro. Por eso, no conviene abrumarse por lo mucho que tendremos que andar, por los vericuetos que a veces nos tocará recorrer, o por las cotas que tendremos que alcanzar. Preocupémonos solo de dar el primer paso, el único necesario para ponerse en la senda del Señor, y dejemos los grandes saltos para los más avezados, porque para nosotros un paso más siempre es posible.

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Fuente: https://pastoralsj.org

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