La Iglesia católica se encuentra en medio de un proceso por el que busca conocer las características, la envergadura y las causas del mal que la aqueja, tanto como las medidas disciplinarias que debe tomar para su erradicación.
Mucho se ha escrito sobre el explosivo descubrimiento de la epidemia que afectaba a mi Iglesia desde hace décadas. La epidemia comporta varias dimensiones y se le han asignado distintos nombres: pedofilia, homosexualidad, corrupción…
El descubrimiento nos evoca la noción de aletheia, la verdad que se desvela, aparece, se muestra; verdad que, como dice el Evangelio, nos hará libres…
La Iglesia católica se encuentra en medio de un proceso por el que busca conocer las características, la envergadura y las causas del mal que la aqueja, tanto como las medidas disciplinarias que debe tomar para su erradicación. La cuestión involucra complejas relaciones con las leyes en los distintos países donde el mal ha salido a la luz. En efecto, el fenómeno comporta, entre otras, dimensiones éticas, psicológicas, pedagógicas y penales. La cuestión obliga, por ejemplo, a revisar el modo como son elegidos y formados los candidatos al sacerdocio y al episcopado a lo largo y a lo ancho de la geografía eclesial.
A la hora de buscar soluciones, hay, sin embargo, una dimensión que tal vez convenga tener presente: el papel de la Curia romana y su relación con las conferencias episcopales, en los pontificados posconciliares desde San Pablo VI hasta Francisco. La cuestión merecería ser estudiada en profundidad. Pero en estas breves líneas querría plantearlo en términos de hipótesis: no han sido los papas postconciliares quienes deliberadamente buscarán concentrar poder en detrimento de las iglesias locales. Pero no siempre algunos de ellos supieron o pudieron orientar, moderar, controlar y dirigir a su Curia. Una Curia en la que ciertamente trabajan con ejemplar dedicación santos clérigos, pero en la que se ha conformado un esquema de poder, intereses y ocultamiento que se ha demostrado difícil de someter a la dirección de los papas. ¿Cómo pudo un organismo con fama de eficiente, con una envidiable red mundial de informaciones, dotado de una capilaridad única en el mundo, haber ignorado lo que estaba ocurriendo en tantos lugares durante tanto tiempo?
El carismático san Juan Pablo II delegó ampliamente la administración de la Curia en quien depositó su plena confianza, el cardenal Angelo Sodano. Benedicto XVI tomó la decisión ejemplar de renunciar cuando admitió que la tarea superaba sus fuerzas. Francisco no ha ahorrado palabras de crítica y hace frente decididamente a las resistencias que encuentra en la Curia romana desde el comienzo de su pontificado.
La decisión de Francisco de convocar directamente al reciente encuentro de presidentes de conferencias episcopales de todo el mundo puede estar demostrando a la vez la importancia que Francisco le asigna a la colegialidad en el gobierno de la Iglesia como las dificultades que encuentra para dominar una Curia que solapadamente se le resiste.
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Fuente: www.revistacriterio.com.ar