La fiesta de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús

San Ignacio nos dijo que actuáramos con la generosidad de Jesús, que lo dio todo, incluso su propia vida, para que otros puedan tener una vida, y la aprovechen al máximo.

En 1551, San Ignacio de Loyola enviaba a ocho jesuitas a la ciudad de Ferrara para formar el equipo de la nueva universidad jesuita. Pocas semanas después de su llegada, el nuevo rector, Jean Pelletier, recibió una carta de Ignacio en la que le describía el modo de proceder de los jesuitas al ayudar al prójimo. San Ignacio hizo varias sugerencias específicas: visitar a los presos en la cárcel, consolar a los enfermos en los hospitales, y así sucesivamente. Al final tuvo esto que decir:

“Aunque hay muchos modos de ayudar al prójimo y se proponen numerosos trabajos piadosos, la discreción será su guía en las decisiones que tomen, ya que doy por hecho que no pueden hacerlo todo. Tengan siempre en cuenta el mayor servicio de Dios, el bien común y la reputación de la Compañía”.

Gran parte de la retórica política que escuchamos sobre los refugiados no se centra en lo grande sino en lo pequeño. Se presenta a los refugiados como amenazas a la seguridad, cargas económicas o invasores culturales; mantenerlos fuera, cerrar nuestras fronteras y construir muros son formas de eludir nuestras responsabilidades, reducir nuestros horizontes y minimizar nuestras obligaciones para con los menos afortunados que nosotros. San Ignacio nos dijo que actuáramos con la generosidad de Jesús, que lo dio todo, incluso su propia vida, para que otros puedan tener una vida, y la aprovechen al máximo.

¿Con qué frecuencia oímos hablar del bien común cuando se habla de los refugiados? Es tentador escudarnos en esa mentalidad que dice que primero debemos proteger a los nuestros, ya sea nuestra familia, nuestros conciudadanos o nuestros correligionarios. Cuando San Ignacio apela al bien común, nos recuerda que la moralidad es como un ecosistema: si comenzamos a excluir o marginar a los más débiles y más vulnerables, para proteger a nuestros más allegados, una especie de corrupción moral invade sutilmente nuestras relaciones y embrutece todas nuestras motivaciones. Cuando el evangelio nos hace la pregunta “¿quién es mi prójimo?”, es solo otra forma ingeniosa de limitar mis obligaciones; preguntar “¿de quién puedo ser vecino?” amplía mis horizontes éticos y abre el universo moral.

Cuando el padre Pedro Arrupe fundó el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS), dijo que los refugiados traerían grandes bendiciones a la Compañía de Jesús. Si la Compañía desea ser consciente de su reputación y quiere contar con sus bendiciones, seguramente debe hacerlo de acuerdo con estos criterios: ¿cómo es ser un amigo de los pobres? ¿cómo es ser un servidor de los necesitados, cómo es ser la voz de los silenciados? En esta festividad de San Ignacio de Loyola, desde el Servicio Jesuita a Refugiados reafirmamos nuestro compromiso con los exiliados y los rechazados del mundo mientras acompañamos, servimos y defendemos la causa de los refugiados.

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Fuente: http://es.jrs.net

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