La mañana en que Jesús resumió su misión

El Evangelio que anunciamos las mujeres: Somos sus testigos porque hemos presenciado su camino, su vida, su pasión y, por último, su resurrección, de ahí viene nuestra responsabilidad de anunciar.

Domingo, 29 de mayo de 2022
Lectura del santo evangelio, según San Lucas 24, 46-53.

Jesús Resucitado llevaba 40 días presentándose a sus discípulos y ellos mismos pudieron atestiguar con miedo, a veces incredulidad y profundo asombro, el misterio de su Resurrección. A pesar de haber sido testigos de una situación parecida en el relato de la resurrección de Lázaro, la resurrección de Jesús marcaba un imposible, más allá de volver de la muerte, podía moverse en ella a su antojo, bajar al infierno y volver en Gloria.

Los Evangelios nos presentan una seguidilla de apariciones, desde el anuncio a María Magdalena hasta el Evangelio de hoy, que parecen ser un camino, una ruta hacia la Ascensión. Los discípulos se reúnen, porque ya estaban sorprendidos con las distintas apariciones, y ahí, en medio de su compartir, Jesús se hace presente nuevamente. Versículos antes, el relato nos cuenta que Jesús les da su paz y les pregunta si tienen algo para comer. Claramente, Jesús resucitado no tenía la necesidad humana de comer. ¿Entonces, por qué hizo esa pregunta? Jesús “rompe el hielo” desde la necesidad humana. Cuando los discípulos aún no podían salir de su asombro, Jesús les pide pan, Jesús se hace humano, se hace pequeño para compartir con ellos. Y es ahí, en ese momento que ocurre este episodio: en esa cotidianidad e intimidad, en la confianza, Jesús les hace un resumen de su Misión, como si fuera una catequesis en un desayuno familiar, con una simplicidad, con una cercanía, explicando toda una vida, el inicio y el fin de nuestra existencia.

Las palabras de Jesús son claras y concretas, ya no son parábolas, sino que son palabras directas, recomendaciones, instrucciones, nos conduce en el camino. El tiempo había llegado, debía partir donde Dios Padre y Madre, y debía asegurarse de ser absolutamente claro. Primero nos dice que era necesaria su Pasión, Muerte y Resurrección para que el mundo creyera. Luego nos invita a predicar en Su nombre a todas las naciones, empezando desde Jerusalén, y con esta última observación pareciera decir “comiencen desde el inicio, busquen siempre el inicio de la fuente”. Lo tercero que afirma es que somos sus testigos porque hemos presenciado su camino, su vida, su pasión y, por último, su resurrección, de ahí viene nuestra responsabilidad de anunciar. Finaliza sus palabras con una promesa: Serán revestidos de poder, aguarden en la ciudad. Seguramente los discípulos deben haber tenido algunas ideas (muy humanas) de lo que significaban esas palabras, pero seguramente no imaginaban lo que ocurriría diez días después: Pentecostés, la llegada de la Ruah.

Jesús los bendice y su humanidad asciende al cielo, ahí, delante de los ojos de quienes lo rodeaban. Los discípulos vuelven felices, contentos. No confundidos, no con miedo. Tenían la alegría del encuentro, tenían confianza en las palabras de Jesús. Este episodio queda marcado en nuestra fe.

La fiesta de la Ascensión del Señor, es una de las principales fiestas del año cristiano, celebrada ampliamente desde (al menos) el siglo VI. El relato de la Ascensión se cuenta en distintos Evangelios y cartas, es un hecho ampliamente difundido. En el Rosario, rezamos la Ascensión en el segundo misterio glorioso. Es un episodio estructural de nuestra fe.

Con estas palabras termina el Evangelio de Lucas, palabras de Jesús que son claras y concretas, haciendo inesquivable la misión que nos enmienda. Estamos acostumbradas y acostumbrados a vivir una fe un tanto infantil, en la comodidad de esperar que el Dios en el que creemos opere a nuestro favor. Este Evangelio nos viene a recordar que nuestra fe es una fe en salida, una fe adulta, una fe de confianza en tiempos de espera. ¿Cómo nos sentiríamos si hubiéramos estado ahí? ¿Cómo se hubiera ido nuestro corazón de Betania? ¿Cómo debemos volver a nuestras vidas, luego de este anuncio?

Vivamos con ese sentimiento y convicción la espera de la Ruah, ese “revestimiento de poder” que el mismo Jesús nos promete y que la Iglesia nos invita a celebrarlo universalmente en comunidad cada año.

* Pueden encontrar todos los comentarios anteriores en Facebook: Mujeres Iglesia Chile, y en la página de la Revista Mensaje: https://www.mensaje.cl/category/noticias/iglesia


Fuente: https://www.facebook.com/MujeresIglesiaChile

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