Una búsqueda interminable por comprender el papel de lo trascendental en lo humano.
La religión, como fenómeno social, ha sido objeto de reflexión y análisis desde las primeras exploraciones sobre el significado de lo humano. En el ámbito de la sociología, se aborda como un complejo sistema de significados que, al articular lo sagrado y lo profano, organiza comunidades y cristaliza en instituciones sociales, estructura creencias y orienta prácticas colectivas que otorgan sentido a quienes sienten su influjo. Este enfoque no solo revela el poder integrador de la religión en la vida social, sino también su capacidad para reflejar y moldear dinámicas de poder, cohesión y conflicto. Lejos de ser un elemento estático o monolítico, la religión se presenta como un prisma multifacético que proyecta las tensiones, aspiraciones y contradicciones de las sociedades y se manifiesta en las diversas prácticas que los individuos asumen y crean dando dinámica a este ámbito de sus vidas. El texto que sigue explora esta riqueza conceptual, deteniéndose en los diversos enfoques teóricos que iluminan el papel de la religión en la construcción y transformación de las estructuras sociales.
En esta columna queremos plantear la tesis que la religión, entendida como un fenómeno sociocultural multifacético, actúa simultáneamente como un mecanismo de cohesión social y un campo de disputa simbólica, reflejando y configurando tanto las dinámicas de poder como las aspiraciones humanas. Desde esta perspectiva, su análisis sociológico debe considerar no solo sus funciones integradoras, sino también su capacidad para generar conflictos, perpetuar desigualdades y promover transformaciones sociales, lo que la convierte en un objeto de estudio fundamental para comprender las contradicciones y estructuras de las sociedades en que se despliega.
Lo primero que queremos señalar es que la religión es un fenómeno sociocultural de alta complejidad. Constituye un conjunto de sistemas simbólicos que entrelazan y superponen creencias, prácticas y rituales orientados hacia lo que una comunidad define como sagrado. Bajo esta perspectiva, lo sagrado emerge como un concepto que asume la diversidad como algo inherente a su definición, la heterogeneidad está en su naturaleza; puede abarcar desde deidades antropomorfas hasta objetos cotidianos que, en un contexto ritual, adquieren un aura extranatural; puede incluir prácticas colectivas junto con prácticas religiosas individualizadas e intimistas, asimismo formas de organización de la creencia que van desde las rígidas estructuras institucionalizadas de las Iglesias a la individualización de la creencia que adopta, de manera heterodoxa, la forma de llevar a cabo este ámbito de la vida de las personas y las comunidades.
El análisis sociológico de la religión se adentra en su capacidad para ofrecer narrativas acerca del origen del universo, el propósito de la vida y las reglas que rigen las relaciones humanas. Estas narrativas configuran marcos de interpretación del mundo disponibles para individuos y comunidades ávidos/as de sentido en medio de incerteza de la vida cotidiana, con ello moldean normas y valores compartidos que ayudan a la vida de los individuos y sus comunidades para así dar sustento a la vida social. Para la sociología, este poder de otorgar sentido y cohesión a las relaciones humanas convierte a la religión en un tema de interés crucial, aunque lleno de paradojas y tensiones.
Es importante destacar también que la religión puede actuar como un espejo que refleja las dinámicas sociales y sus contradicciones. En ocasiones, ilumina y da sentido a las estructuras de cohesión que sostienen a una comunidad; en otras, las oscurece, sirviendo como herramienta de legitimación para proyectos de dominación. Esta doble condición de la religión —como fuente de sentido y como mecanismo de poder— la coloca en el centro de los estudios sociológicos que buscan entender la interacción entre creencias y estructuras sociales.
Las comunidades de creyentes son actores fundamentales en esta dinámica. Estas comunidades encuentran en los ritos y ceremonias no solo una forma de expresar su fe, sino también de reforzar vínculos colectivos y otorgar significado trascendental a eventos vitales como nacimientos y defunciones, hitos inherentes a la vida de todos los individuos que requieren explicación y sentido. Desde la perspectiva funcionalista, la religión cumple un papel integrador al fortalecer el tejido social y proporcionar herramientas simbólicas para enfrentar adversidades colectivas como guerras, epidemias o desastres naturales. Según esta corriente, las prácticas religiosas son esenciales para la estabilidad social y la continuidad cultural, otorgando equilibro a la dinámica social, procesando los conflictos y adversidades.
Desde la perspectiva funcionalista, la religión cumple un papel integrador al fortalecer el tejido social y proporcionar herramientas simbólicas para enfrentar adversidades colectivas como guerras, epidemias o desastres naturales.
No obstante, el enfoque funcionalista no agota la complejidad del fenómeno religioso. Existen numerosos casos en los que la religión ha sido un factor de división. Las distinciones entre «fieles» e «infieles», «ortodoxos» y «herejes» o «comprometidos» y «tibios», han alimentado conflictos que van desde tensiones locales hasta guerras de escala global. Las cruzadas medievales, los cismas religiosos y las persecuciones ideológicas son ejemplos históricos de cómo las diferencias en creencias religiosas pueden exacerbar las fracturas sociales y políticas que devienen en conflictos donde el uso de la fuerza es el principal elemento para disipar las controversias.
Desde una perspectiva marxista, la religión es vista como un medio para perpetuar la desigualdad social. En este marco teórico, las élites han utilizado históricamente las estructuras religiosas para justificar su dominio y para inculcar en las clases subalternas una resignación que les impide reconocer su potencial transformador. En el contexto del capitalismo, la religión es interpretada como un vehículo de alienación que desvía la atención de las condiciones materiales de opresión al proyectar la esperanza hacia un plano trascendental. La religión tiende un velo que hace oscurecer las visiones de la realidad y niega las controversias, dando explicaciones que perpetúan dicho orden establecido.
Sin embargo, esta visión crítica de la religión no es absoluta. Existen numerosos casos en los que las instituciones religiosas y sus representantes han actuado como agentes de cambio y resistencia frente a sistemas de opresión. Un ejemplo notable es el papel de gran parte de la Iglesia católica y algunas iglesias evangélicas en Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet, que se convirtieron en un refugio para los perseguidos y un bastión de lucha por los Derechos Humanos. De manera similar, líderes religiosos en Sudáfrica desempeñaron un rol crucial en la lucha contra el apartheid, utilizando su influencia espiritual para movilizar a las comunidades oprimidas.
Estos ejemplos demuestran que la religión no es un fenómeno monolítico. Es un campo de batalla simbólico donde se enfrentan proyectos de dominación y emancipación. En este sentido, las tradiciones religiosas ofrecen tanto herramientas para el cambio social como mecanismos para consolidar el statu quo. Este carácter heterogéneo de la religión amplía el horizonte analítico de la sociología, que debe considerar no solo las funciones integradoras de la religión, sino también su capacidad para generar conflictos y promover transformaciones sociales.
Así, la religión no puede ser entendida únicamente como un refugio espiritual o una forma de alienación. Es, más bien, un fenómeno multifacético que actúa como un prisma a través del cual se reflejan las contradicciones y aspiraciones de la humanidad. Su poder para unir y dividir, para consolar y manipular, y para inspirar tanto acciones altruistas como episodios de violencia extrema la convierten en uno de los aspectos más complejos y fascinantes de la experiencia humana.
En conclusión, la religión es una narrativa viva que articula lo sagrado y lo profano en una dinámica constante de interacción. Su estudio no solo permite entender mejor las relaciones humanas, sino también ofrece una ventana privilegiada para analizar las estructuras de poder, las redes de solidaridad y los conflictos que configuran las sociedades. En este sentido, la sociología de la religión no se limita a examinar creencias y rituales; se adentra en los significados más profundos que los individuos y las comunidades atribuyen a sus mundos, en una búsqueda interminable por comprender el papel de lo trascendental en lo humano.
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