La resurrección es transformadora. Tras resucitar no somos los mismos. Radical y sustancialmente.
Domingo 9 de noviembre
Evangelio de Lucas 20: 27 al 38.
El fragmento 20: 27 al 38 del Evangelio de San Lucas habla del enfrentamiento de Jesús con los saduceos, judíos encargados del Templo formados por una clase aristocrática que no aceptaba la creencia en la resurrección, que consideraban como no estipulada en el Pentateuco por Moisés.
Con ánimo provocador, pero considerando a Jesús como Maestro, los saduceos le proponen un problema teológico a solucionar. Se trata del caso de un hombre, muerto sin dejar descendencia. Según la Ley mosaica, su viuda deberá desposar a su hermano con el fin de que este genere en ella descendencia para el difunto. El problema propuesto considera que los siete hermanos del primer esposo van muriendo sin descendencia y que la viuda va pasando de hermano en hermano como esposa heredada. Entonces la pregunta planteada es sobre la pertenencia de la mujer. ¿A cuál de todos los hermanos pertenecerá la mujer en el día de la resurrección?
Desde el punto de vista biológico, lo primero a considerar es la causa de tanta infertilidad. ¿Sería provocada como dolencia genética común a todos los hermanos, o sería debida a una causa ginecológica? Desde el punto de vista social, hoy resulta chocante el trato que se hace de la viuda, como un simple objeto heredado en vías de una procreación, que pasa de propietario a propietario y que, al final, en la resurrección, la única preocupación que aparece es la de la propiedad de este objeto, de esta mujer heredada de hermano en hermano. No es, por lo tanto, una preocupación centrada en lo espiritual, sino en la propiedad del objeto-viuda, es decir, puramente material.
Jesús en ese momento se encuentra enseñando en el Templo y su respuesta sorprende por su nitidez conceptual y lógica.
Primeramente, Jesús sitúa la cuestión en el tiempo. Habla de «este siglo», refiriéndose específicamente al momento en que los hechos ocurren históricamente. Es como si supiera que en siglos posteriores como el actual, dos mil años después, la cuestión propuesta sería desechada genética, social, moral y éticamente. Hoy, la pregunta de los saduceos sobre la propiedad de una mujer en tanto herencia familiar como productora de descendencia es inmoral e ilegal.
Pero Jesús no solo centra la cuestión en aquel siglo, sino que su enseñanza penetra en la naturaleza misma de la resurrección, destacando su trascendencia radical que reside en un cambio total de punto de observación y de comprensión de la realidad.
En efecto, no es posible resucitar sin que haya operado un cambio total en la apreciación de todos los elementos circundantes, sean ellos interiores como exteriores. La resurrección es un renacimiento, pero este es una verdadera palingenesia, pues participa de una renovación fundada en un cambio absoluto y completo. Esto se parece notablemente a los principios de la psicología de la Gestalt, que demuestra como terapéutico para la salud mental el cambiar de punto de vista. Es decir que, al considerar o contemplar una situación desde otro punto de vista, esto puede ser sanador. En la actualidad la idea de avanzar en el desarrollo personal, enfatizando la posibilidad de transformar un problema en una oportunidad es tan popular, que un conocido supermercado nos anima a «positivar» mientras hacemos compras en sus locales mundiales.
La resurrección es un renacimiento, pero este es una verdadera palingenesia, pues participa de una renovación fundada en un cambio absoluto y completo.
La resurrección es transformadora. Tras resucitar no somos los mismos. Radical y sustancialmente. Jesús dice que los resucitados serán como los ángeles y, de hecho, con esta afirmación disuelve la insidiosa cuestión de los saduceos. La inmortalidad de la resurrección hace innecesaria la procreación, y con ello desaparecen maridos y esposas. Quién sabe si en un futuro próximo, poblado de robots y de inteligencias artificiales, nuestra reproducción será realizada por inseminaciones in vitro en probetas, como ya fue realizado con el experimento realizado con la oveja «Dolly» a mediados del siglo XX, y tal como lo anunciara Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz.
Finalmente, Jesús alude a la inmortalidad de los padres de Israel, a quienes Dios menciona desde el matorral ardiente en el Monte Sinaí. Abraham, Isaac y Jacob son mencionados por Dios como estando vivos. Por lo tanto, han resucitado. Esto demuestra que, aunque no sea dicho, implícitamente Moisés es testigo de la resurrección de los nombrados por Dios, que están vivos en la vida eterna que Dios concede a los resucitados.
Fuente: Mujeres Iglesia Chile / Imagen: Pexels.