La revelación como paradoja: tres perspectivas

Imaginar y habitar el silencio en cuanto forma específica de la vivencia de la belleza paradójica ofrecida en la revelación misma

A ti por el camino compartido en la filosofía y en la teología.

Quisiera compartir con los lectores y lectoras tres perspectivas en torno a la revelación divina. La fe cristiana hunde sus raíces en la experiencia de un Dios que habla en la historia de los hombres y las mujeres y que por dicha autocomunicación permite que la historia se comprenda como historia de salvación.

Dios y su revelación como momento de extrañeza. La experiencia bíblica de la revelación supone la irrupción de un «acontecimiento». Al decir de John Caputo, el acontecimiento irrumpe dentro de las dinámicas cotidianas, suspendiendo los marcos conocidos y abriendo un punto de fuga o fisura en esa misma experiencia. En este sentido, es posible con Caputo —que sigue de cerca a J. Derrida— mostrar que el Dios de la Biblia es el nombre de un acontecimiento. En palabras de Caputo (2014): «Dios, el nombre de Dios, es el nombre de un acontecimiento, de algo que nos sucede a nosotros, o más bien, de algo que sucede en lo que nos pasa, en y bajo este nombre (…) el acontecimiento forma parte de un orden puramente hermenéutico. El acontecimiento no es Dios. No es el nombre de Dios. El acontecimiento es lo que se alberga en el nombre de Dios, la cadena de efectos que se pone en marcha gracias a la energía diseminadora del nombre».

En este sentido la experiencia de la revelación imprime en el sujeto humano la pregunta por el sentido de la misma experiencia de autocomunicación divina bajo la perspectiva de señalar que el acontecimiento siempre es incondicionado y, por tanto, se abre como experiencia de pregunta, crisis y proposición. Por ello el acontecimiento es una extrañeza, porque implica la emergencia de una palabra de parte del sujeto que se enfrenta a la fisionomía de lo acontecido.

Dios y su salvación: abrazar la propia vulnerabilidad. La pregunta por la salvación cruza la totalidad de la experiencia histórica de la fe judía y cristiana. Dios ofrece un proyecto de sentido que implica el tránsito entre condiciones de vida marcadas por la deshumanización hacia condiciones de vida profundamente humanas. En la experiencia de la salvación acontecería un momento de toma de conciencia de la fragilidad y vulnerabilidad humana en tanto cuanto la salvación es la acción del Dios-Otro que, dándose totalmente al ser humano y a la creación, se acerca salvando. Pienso que la salvación implica que Dios nos ayuda a tomar conciencia —con mi propio concurso en dicha oferta— de que mi vulnerabilidad y creaturalidad es fundamento de su proyecto en nuestra existencia. Si la caída de Edén tuvo como causa que los primeros creados no fueron capaces de abrazar la condición de creatura y más bien querer ser como dioses, la salvación implica que volvamos a abrazar nuestra condición de creaturas, porque es en esa condición en donde Dios nos salva.

Dios ofrece un proyecto de sentido que implica el tránsito entre condiciones de vida marcadas por la deshumanización hacia condiciones de vida profundamente humanas.

La revelación como belleza no-pulida. Siguiendo a Byung-Chul Han (2015), vivimos en tiempos donde las tramas sociales y culturales se sustentan en la experiencia de lo pulido, de lo terso y de la privación de experiencias de negatividad. La belleza pulida se puede definir como una experiencia en la cual se satisface de manera inmediata el deseo del sujeto a partir de unas narrativas y de unas prácticas en donde lo único que se muestra es lo que ese mismo sujeto desea consumir. Es la aparición de una religión del consumo tal y como la llama el mismo Han. Lo contrario a lo pulido se denomina en la modulación del mismo pensador como lo no-pulido, lo con textura o la negatividad. A partir de esto y como lo expresamos en un artículo anterior (2019), la revelación no es transparencia, no es una experiencia de lo pulido y, más bien, se expresa como la emergencia de una belleza no-pulida o una belleza paradójica. Ante la dimensión no-pulida de la revelación Dios, el sujeto humano que capta la posible autocomunicación divina, como indica K. Rahner, debe comprender que su inteligencia y sentido de interpretación del mismo acontecimiento debe posicionarse como una teología no-pulida, más dispuesta a imaginar y a habitar el silencio en cuanto formas específicas de la vivencia de la belleza paradójica ofrecida en la revelación misma.


Imagen: Pexels.

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