La risa del Joker

Es ridículo negarse el derecho a tener un mal día, porque también esos días son fecundos. Cuando la diferencia entre ánimo y fecundidad es tal, que tomar conciencia de ello no invita sino a acogerlo como el mejor regalo recibido.

El bufón es un personaje que se popularizó en la Edad Media y el Renacimiento en Europa. En la corte, quienes ofrecían banquetes querían asegurar también chistes, bromas y risas. Por eso se contrataba a alguien que amenizase las reuniones.

Este trabajo suponía al bufón mostrar siempre un estado de ánimo acorde a aquello que pretendía provocar en su público. Debía mostrar una continua felicidad, rozando la euforia cuando no sobrepasándola, para poder contagiarla. Quizá la que se supone a aquel que en un juego de cartas gana cuando todo parecía indicar lo contrario. Tal vez por eso pasó a ser la imagen del comodín en las barajas: el Joker.

Si conseguimos imaginarnos en ese permanente estado, puede que en un primer momento nos pareciera una suerte. Como el entusiasmo prolongado de una victoria inesperada, el fin insospechado de una partida que dábamos por perdida, y que tras el desenlace sentimos alegría y nos hace reír. Pero no dejaría de ser una condena digna de un villano.

Es inhumano pretender estar siempre bien. Supone negar o ahogar la emociones negativas: el sentimiento de soledad que a todos nos encuentra, la preocupación que nace ante aquello que nos importa y no controlamos, las desilusiones que nos acompañan ante esperanzas rotas, la culpa que brota cuando no podemos negar habernos equivocado, la rabia que nos sigue al sufrir una situación injusta, las limitaciones que nos recuerdan a qué no llegamos, la vergüenza que nos vigila, y todos esos sentimientos que desestimamos cuando hacen la vida dura.

Pero rechazar todo esto genera un autocentramiento que coarta. Forzarse en aparentar lo que no toca es un freno que traba la capacidad de crecer. Es ridículo negarse el derecho a tener un mal día, porque también esos días son fecundos. Cuando la diferencia entre ánimo y fecundidad es tal, que tomar conciencia de ello no invita sino a acogerlo como el mejor regalo recibido. Llevarlo como un tesoro que recuerda su fragilidad a quien lo asume. Y ahí podemos descubrir una esperanza que no encontramos con solo «aguantar el tirón».

Puede que esto parezca escandaloso o absurdo, pero por otro lado reconocemos querer ser salvados de esa eterna risa del Joker. Esa salvación no llegará de un superhéroe, ni de un hecho extraordinario, sino de evangelizarnos en la cotidianidad hasta ser capaces de mirarnos con honestidad y admitir nuestro ser humano.

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Fuente: https://pastoralsj.org

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